No es que te cayese mal Fernando Alonso: es que no te gusta la Fórmula 1

Es uno de los 10 mejores pilotos de todos los tiempos. Pero, como pasa hoy con Rosalía, media España decidió hace mucho tiempo que nos tenía que caer mal por tener talento.

Fernando Alonso I el Detestado, sonriente en su último fin de semana en la Fórmula 1.

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Por supuesto que cae antipático. Es millonario, es arrogante, tiene un talento que no se percibe a simple vista y, sobre todo, dejó de ganar. Porque en España, como siempre, proyectamos todas nuestras ansias y anhelos sobre la gente que triunfa a pesar de. Contra molinos y gigantes. Y Alonso se convirtió en el bicampeón mundial contra un gigante, la encarnación de todo lo aborrecible: Michael Schumacher, un piloto que era pura ingeniería alemana de precisión encaramado a la escudería de los ricos e inaccesibles, del Ferrari que nunca tendrás.

El triunfo de Alonso en Renault era el triunfo del español subido a un Clio en un atasco un lunes que ve pasar un Testarossa por el BUS-VAO en dirección contraria. Su arrogancia, la mala leche de los Tercios, el complejito, el “a qué quieres que te gane”. Y a Alonso le construímos un personaje público detestable entre todos, sin molestarnos en mirar alrededor. En aprender algo de su deporte. En ver si sus actitudes o su enorme cuello eran prerrequisitos de esos campeonatos (spoiler: lo son. Si pones a los pilotos de Fórmula 1 en grupo puedes grabar el final del Retorno del Jedi en sus cuellos, capaces de soportar aldeas Ewok). Porque aquí el personaje público no se construye a pinceladas, sino a brochazos en el país del gotelé, esa Capilla Sixtina de la chapuza y la imperfección.

Alonso lo resumía muy bien en una de las múltiples entrevistas que ha dado por su retirada de la Fórmula 1: “en esos años me decían: ‘qué pena, estarás fastidiado, a ver cuándo tienes un coche mejor’. Y yo pensaba: ‘madre mía, somos subcampeones del mundo y ya llegarán otros tiempos’”. Estos tiempos. Los de los coches frustrantes, las escuderías de la decepción. Los tiempos que, siendo sinceros, empiezan cuando Alonso se va a McLaren y se topa con una realidad: ningún español puede tener preferencia en la pérfida Albión. Lewis Hamilton, libra por libra el conductor más insufrible que existe -y también otro de los mayores talentos de la historia de este deporte. Es algo que en este deporte casi va de la mano- destronó la historia del rookie triunfador, del joven campeonísimo predestinado, la historia de que un campeón no se hace: primero nace español y luego un señor gritando delante de la tele le lleva a la victoria. Pero lo gracioso es que los enemigos no fueron Ron Dennis y Hamilton. Cómo será lo nuestro que preferimos antes cebarnos con un asturiano que con dos ingleses.

La opinión pública española es la de la todología porque nuestro lema debería ser “soy español, ¿qué quieres que te explique sin tener ni idea previa?”. En un país donde la prensa deportiva valora el hooliganismo por encima de toda didáctica, lo que vino después no habría de sorprendernos.

Alonso es uno de los mejores pilotos de todos los tiempos, posiblemente el tipo que más ha podido exprimir cada coche en el deporte supremo de la industrialización, el espectáculo de la máquina. Echemos un vistazo a sus números: es el sexto piloto en victorias de este deporte: 32 Grandes Premios a su nombre. El sexto. El cuarto en podios: 92. ¿Cuántos pilotos han competido en Fórmula 1 en estos casi 70 años? 853 nombres. Hay 849 tipos con menos podios que Alonso. Hay 847 pilotos de Fórmula 1 que no tienen ni idea de lo que es ganar tanto como Alonso. Pero como no es campeón mundial todo el rato, nos da igual.

Para hacernos una idea de lo que pasamos los españoles del tema, Schumacher ganó todo lo ganable y nunca, ni siquiera tras su desgraciado accidente, nos molestamos en pronunciar bien su nombre. Y, si se quiere recorrer un poco Internet o la literatura sobre este deporte, es fácil ver que prácticamente todos los pilotos de Fórmula 1 que han triunfado -y los que no- caían más o menos como caen las patadas en los genitales. Y tienen que hacer cosas imposibles para redimirse. Hablamos de un deporte en el que Nikki Lauda (un título más que Alonso, siete victorias y 38 podios menos) tuvo que arder literalmente para recuperar el cariño de la afición y que haya canciones que lleven su nombre.

El asturiano nos cae mal porque no tiene 17 campeonatos del mundo consecutivos, igual que Nadal está acabado cada vez que no cuadra un Grand Slam, se lesiona o tiene un buen gesto en una inundación. Igual que Gasol se arrastra por la NBA y hay una gran parte de nuestro público que se ha alegrado de que Ricky Rubio no supiese encestar. Igual que ahora mismo nadie en tu agenda de contactos sabría mencionar los nombres de las mayores rivales históricas de Carolina Marín o Lydia Valentín. Y Alonso ha tenido suerte: al menos se le permitió ganar antes de que le dispensásemos el "tratamiento Rosalía". Porque yo no sé de flamenco, pero...