Arte

Tamara de Lempicka, la reina del art déco, el lujo y los excesos

Hace 41 años que la reina del art déco nos dejó. Tamara de Lempicka es un personaje en sí mismo, que se permitió lujos, excesos, y ha pasado a la historia tanto por su arte como por su personalidad.
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En la historia del arte, la pintura art déco, con su lujo y modernidad, tiene un nombre de mujer, Tamara de Lempicka, que hoy 18 de marzo hace 41 años que murió. Excesiva, transgresora, bisexual, fiestera impenitente, cazadora de amantes, pero también disciplinada, obsesiva, admiradora del renacimiento, representante de un cubismo sugerido y sobre todo, un icono pop que se adelantó a su tiempo. Decía de ella misma que vivía en los márgenes de la sociedad, y que las reglas de la sociedad normal no se podían aplicar a aquellos que viven al límite. También decía que no había que juntarse con los tontos, porque todo se pega. Odiada o adorada, no dejaba indiferente. Ni ella como personaje, ni su obra, con un estilo característico reconocible en todo el mundo. Aceptó el papel decorativo de la pintura, y trató de fusionar elementos de abstracción cubista frente a esa perspectiva convencional de la figura clásica, adoptando cierta geometrización de sus obras. Y todo esto, teniendo en cuenta que era mujer, además independiente, en un mundo y una época donde eso no estaba bien visto ni era lo habitual. Se ve que se tomó en serio el consejo de su hermana, “haz una carrera y no tendrás que depender de tu marido”. Dicho y hecho.

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Resulta difícil hasta encontrar una fecha o lugar oficial de nacimiento. Las biografías hablan de Varsovia, un 16 de mayo de 1898, pero ella a veces decía que fue en 1907 y en Moscú, unos dicen que se llamaba María y otros que era Tamara Rosalía Gurwik-Górska. Fuera donde fuese, su relación ruso-polaca es cierta, igual que su aversión a los bolcheviques y su amor a la buena vida. De padre ruso abogado y madre de la aristocracia polaca, vivió en un ambiente de abundancia y holgura económica, lo que le permitía muchas despreocupaciones. Es lo que tienen los ricos. Se cuenta que su madre encargó un retrato de ella y su hermana a una pintora muy famosa y que como no le gustó cómo quedaron los cuadros, decidió que ella podía hacerlo mejor seguro. Aunque no fue hasta que se casó, a los 18 años, que se puso a estudiar bellas artes.

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Su éxito comenzó en 1925 con la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas, que más tarde dio su nombre al estilo art déco. Su técnica, según los expertos, “era limpia, precisa y elegante, pero al mismo tiempo cargada de sensualidad. Los elementos cubistas de sus pinturas generalmente estaban en el fondo. Las texturas suaves de la piel y los tejidos igualmente lisos y luminosos de la ropa fueron los elementos dominantes de sus pinturas”, se puede leer en biografías y estudios que le han dedicado. Obras como Grupo de Cuatro Desnudos, de 1925, o La bella Rafaela, de 1927, muestran “superficies ocupadas por primeros planos de desnudos femeninos, en posiciones abiertamente sexuales y con ese estilo plano, geométrico y delineado”, que convirtió su arte en el paradigma del art déco.

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En 1929 pinta su, quizá, obra más conocida, que además es una absoluta declaración de intenciones, Autorretrato en un Bugatti verde, el icono más famoso y reconocible de la pintura art déco. En el cuadro, Lempicka mira desafiante a la cámara y se muestra a sí misma en una posición normalmente ocupada por hombres, con un casco de cuero y guantes y envuelta en una bufanda gris, un retrato de belleza fría, independencia, riqueza e inaccesibilidad. El lienzo fue un encargo para la portada de la revista de moda alemana Die Dame y es “un compendio del estilo único y personal de la artista: superficie totalmente cubierta, zonas geométricas y delineadas, reflejos metálicos que hacen casi imposible distinguir entre el metal y los tejidos, y un desafío evidente a la mirada masculina”. Como detalle decir que ella no tenía un Bugatti sino un Renault, y que además, en los Bugatti, el volante está al otro lado. Pero eso son detalles que a ella le daban igual.

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Amiga de Picasso, Cocteau, Gide, Orson Welles, Greta Garbo o Dalí, admirada por Barbra Streisand, Jack Nicholson, Calos Slim o Madonna, que se inspiró en ella para su vídeo musical Vogue, vivió en San Petersburgo, París, Hollywood o Nueva York, se mudó a Cuernavaca en 1974 y allí se quedó hasta que falleció en 1980, aunque algún místico podrá decir que sigue, puesto que siguiendo sus deseos, sus cenizas fueron esparcidas sobre el volcán Popocatépetl. Es innegable la fuerza e innovación que sus pinturas aportaron a la escena artística de la primera mitad del siglo XX, sobre todo sus desnudos femeninos, convertidos en el paradigma iconográfico del art déco. Porque Tamara de Lempicka tenía muy claro quién era y la impronta que esperaba dejar a su paso: “Fui la primera mujer que hizo pinturas claras y evidentes; y ese fue el secreto del éxito de mi arte. Entre cien cuadros, es posible distinguir los míos. Y las galerías me pusieron en sus mejores salas, siempre en el centro, porque mi arte atraía al público”. Sin pelos en la lengua, directa, provocadora y sobre todo, encantada de serlo. Nos quitamos el sombrero ante ella.