Sentido de vida

Heidegger y el alma colectiva que habita en cada uno

Por Martín Hary * 

Existe, hasta la actualidad, una polémica no menor acerca de la figura de Martín Heidegger. En esa discusión que se desarrolla a nivel académico, nadie pone en duda el campo de pensamiento que desarrolló, es más, el decidido influjo que ha tenido a lo largo del siglo XX este filósofo de raza, para algunos el más importante de nuestra época.

Su obra consagratoria "Sein und Zeit" ("Ser y tiempo") publicada en 1927, trae en primer lugar una revalorización de la metafísica, sustentando el sentido ontológico del Ser (tema que ya desarrollamos precariamente), en particular haciendo hincapié en aquello que llamó el "Dasein", esto es, "el estar ahí", el hecho misterioso y fundante con el que se revela el existir de todo ente o ser. Ese "existiendo" convierte al Ser en testigo del tiempo, en "guardián del tiempo", de un tiempo tal como es.

Heidegger vuelve de algún modo a las fuentes de la antigüedad griega, las de la auténtica metafísica, relegando el racionalismo y las estructuras del pensamiento matemático tan caros a todo el pensamiento del Renacimiento y de la Modernidad, poniendo el acento en el Ser y la existencia, abriendo entre otros, el portal al existencialismo.

Pero a la par de aquellas resonancias y aquel encumbramiento, el Heidegger persona resulta por lo menos desdibujado al haber adherido al nacional-socialismo, al partido nazi, casi diríamos con vehemencia a partir de 1933 cuando se afilia. Situación que se agrava, pues superada la guerra en ningún momento y hasta su muerte en 1976, rectifica su desvarío político. Una terquedad enigmática, incomprensible para alguien que poseía tal claridad de pensamiento.

El enigma de Heidegger se resuelve en aquello que Carl Gustav Jung nombró como "el inconsciente colectivo", aquella cuestión que de un modo genérico podemos definir como "el alma colectiva de un pueblo", en el sentido de que todo individuo perteneciente a determinada comunidad es incapaz (o le resulta muy difícil) de elaborar criterios totalmente independientes: la presión del entorno cultural, las improntas que dejaron la infancia, el amor a su tierra, las vivencias comunes de ese pueblo, sus canciones populares (o Líder), incluso la genética ancestral, ejercen un influjo y una obnubilación que el sujeto rara vez logra superar. Esto se da sobre todo entre sociedades fuertemente cohesionadas por un sentimiento de destino común.

Heidegger fue capturado en una suerte de hechizo, como millones de alemanes de aquellos años, por un

sentimiento de épica. Fue la exacerbación del "pangermanismo" que hábilmente logró capitalizar Adolf Hitler para sí, ese líder vehemente y autoritario que es apoyado por el voto del 64% de la población en 1934. Un Hitler que monopoliza la verdad hipnótica, al punto que alguien como Heidegger dirá que "la única palabra válida, fundante, es la del Führer".

Esa alma colectiva del pangermanismo condiciona a tal punto al Heidegger persona que, ya finalizado todo, este individuo integrante del sentir pangermánico (encandilado aún por aquella ilusión del Reich teutón, del "Deutschland über alles in der Welt" -Alemania por encima del Mundo todo-), es incapaz "de saltar por encima de su sombra" y reconocer aquella desmesura y aberración.

ALMA COLECTIVA

Que exista un alma colectiva no es en sí algo abominable, el peligro es que sea manipulado por una ideología o por personajes ebrios de poder. Ciertos pueblos tienen en su genética un sentimiento muy acendrado de misión histórica. Son pueblos con inclinaciones imperiales. Son pueblos decididos a mandar. Esto no fue exclusivo del pueblo alemán, otro tanto puede decirse del paneslavismo ruso, del pueblo americano, de la China e incluso, en su momento del Japón o de la Gran Bretaña, anteriormente la Hispania en su epopeya conquistadora. Son pueblos que "pisan fuerte", que se imponen. Pero cuando esas características son compelidas a una excitación paranoica, todo desemboca en la hybris de la ignominia y la destrucción.

Este paréntesis analizando la curiosa obstinación de Heidegger, nos ha servido, entre otras cosas, para mostrar que el ser humano no está libre de influjos. Buenos a veces, nefandos otras, dentro de eso que debemos llamar "el alma colectiva" de un pueblo. Esto es, que el individuo siempre tiene un algo de pertenencia, salvo aquellos raros especímenes que pueden tildarse de "ciudadanos del mundo".
Un sentir nacional que se manifiesta de diversas maneras según cada pueblo: en algunos con mucha fuerza, en otros tan sólo desde un carácter deportivo, en otros por ser guardianes de una lengua, cultura o religión.

* Escritor. Fragmento de "Alpha Omega más modernidad y sentido de vida". Ediciones Maihuensh