Deja que me lo piense, a ver cómo me ha ido en el pasado...Eric Bana (Melbourne, Australia, 1968) se toma su tiempo para contestar la pregunta de FOTOGRAMAS. Puede que, como dice, necesite pensarlo bien o que su cuerpo aún vaya al ralentí debido a su enésimo viaje transoceánico: ahora de Sídney a París, ciudad a la que ha ha llegado hace unas horas para promocionar su último film, Líbranos del Mal,un thriller demoníaco o, según se mire, una cinta de miedo policíaca, y desde donde atiende nuestra llamada telefónica. Bana, al fin, responde: ¿En qué momento sabe que una película va a salir bien, que va a funcionar? A veces, en el guión. Otras, por el rodaje. Antes de terminarla ya sé si me va a gustar. No es que lo sepa, lo intuyo. Otro caso bien distinto es mi habilidad para saber si una película va a funcionar en taquilla o qué quiere ver el público. Eso no se me da nada bien. Pero nada de nada. Puede que esta sea la razón que explique por qué este australiano no se haya convertido en la estrella que apuntaba hace diez años, cuando Marvel le convirtió en Hulk(A. Lee, 2003), Brad Pitt le eligió a dedo para Troya (W. Petersen, 2004) o Steven Spielberg le confió el papel protagonista de Munich (2004). O puede que la razón sea otra. Puede que, simplemente, a Eric Bana le interese más ser un tipo normal.

UN TIPO NORMAL

A la gente le resulta muy decepcionante ver lo normal que es mi vida, cuenta con un fuerte acento australiano. Hijo de Ivan, un emigrante croata que llegó a Australia para trabajar en una empresa de maquinaria agrícola, y Eleanor, emigrante alemana y peluquera, Eric Banadinovich, su nombre real y el que aún usa en todos los documentos oficiales, tiene un hermano tres años mayor, Anthony, contable. Soy la oveja negra de la familia, bromea. Hoy, Bana sigue viviendo en Melbourne junto a los suyos: su esposa Rebecca, una ex publicista de TV con la que lleva casado desde 1997, y sus hijos Klaus y Sophia, de 15 y 12 años respectivamente. Melbourne es mi casa. Aquí están mi familia, mis amigos. Intento separar al máximo lo que es mi vida profesional de la personal. Tengo la extraña teoría de que el público sólo tiene que verme cuando tengo que promocionar algo. El resto del tiempo, mejor pasar desapercibido. ¿Es tan raro?

Es inusual: un actor de Hollywood que nunca está en Hollywood...

Ya, es que nunca pensé que trabajaría fuera de Australia. Si no tuviera más remedio que vivir en Estados Unidos, lo haría. Pero puedo combinarlo y hay otras prioridades en mi casa. Esta es la mejor opción tanto para mí como para los míos.

¿Ve como una ventaja estar alejado de la industria?

Son muchas horas de avión, pero vivo mucho más tranquilo. En mi barrio me conocen de siempre, soy tan poco especial que me dejan en paz. Y, profesionalmente, al no estar en Los Ángeles no me siento arrastrado por el día a día y no me embarco en proyectos por temor a quedar fuera de nada.

¿Cómo escoge entonces sus papeles?

Yo veo a mis personajes como tatuajes. Están ahí para siempre, y cuesta mucho hacerlos desaparecer. No me lo tomo a la ligera. Leo guiones que me gustan, buenos proyectos que intuyo que pueden ser un éxito. Pero también veo a otros 20 actores que pueden interpretarlos. Tengo que sentirlo. Cuando me decido, es para toda la vida.

TODO UN PERSONAJE

Para tatuajes, los del personaje que le lanzó en el 2000: Mark Brando Read, alias Chopper, el apodo que daba título a la ópera prima de Andrew Dominik. Un rol que Bana describe como esa clase de papel que sólo te llega una vez en la vida. Esa oportunidad única llegó tras diez años haciendo comedia en TV, recuerda. Estrella cómica de la TV australiana en los años 90 (en los que llegó a tener show propio y liderar la versión aussie del Saturday Night Live), Bana cambió de registro y decidió aparcar la comedia para (casi) siempre. Después de años imitando a Arnold Schwarzenegger, David Hasselhoff o Tom Cruise, iba a apostar por personajes singulares con un mundo que aparco una vez salgo del set. Aunque es imposible dejar de pensar en ellos, incluso meses después de terminar un rodaje. Sientes como si estuvieses ligado a una especie de fantasma. Una descripción que nos lleva a su último personaje, el Ralph Sarchie de Libranos del Mal. Aunque él, más que ser un fantasma, lidia con ellos. Oficial de policía en el Bronx en los 90, Sarchie se enfrentó a un caso de posesión diabólica que contó en el best seller Beware the Night, la base del film de Scott Derrickson (El exorcismo de Emily Rose).

¿Varía mucho su trabajo cuando encarna a un personaje real?

Como actor, es muy raro no sólo conocer sino incluso trabajar con la persona a la que estás interpretando. Ralph estuvo todo el tiempo en el set de rodaje, era uno de nuestros asesores policiales. Eso te obliga a ir con pies de plomo, a intentar conciliar tus propias expectativas, las del retratado, lo que la historia requiere...

Para conocer mejor a Ralph y su mundo, ¿se planteó acompañarle en una de sus misiones?

No. Ni pensarlo. Pero... Ralph nos dio una cinta de vídeo... Y eso ya fue más que suficiente(risas nerviosas).No pude pasar de eso. De hecho, ni pude terminar de verlo. Supongo que habrá quien lo encuentre interesante. Yo no. Creo que de lo que menos hablamos fue sobre exorcismos y esa clase de cosas. Hablábamos de motos... Al final creo que ha resultado mucho mejor para el personaje. Así pude tener acceso de primera mano al Ralph real y ver cómo es, no cómo se ve a si mismo

Es su primer film de terror, ¿le interesa el género?

Me gustan cuando están bien hechas. No me va el horror por el horror, las películas gore o las series B. Como espectador me gustan las películas que me retan a enfrentarme a mis miedos. Soy un gran fan de El resplandor (S. Kubrick, 1980), Misery (R. Reiner, 1990) o El proyecto de la Bruja de Blair (D. Myrick y E. Sánchez, 1999). Películas que, al verlas, te hacen sentir incómodo.

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UN DÍA CON LA BESTIA

Rematándolo con una risa nos cuenta que, aparte de a bajar escaleras a oscuras, mis miedos son de lo más corrientes. Perdón, ¿bajar escaleras a oscuras? En una de mis giras cuando era monologuista, bajé unas a toda velocidad, me caí y me rompí un pie. Ahora voy con cuidado. Como con las serpientes. Soy un gran aficionado a la bicicleta de montaña, y en Australia es inevitable dar con una de vez en cuando. No me puedo permitir que me asusten. La clave está en saber las que tienes que evitar. Si te cruzas con una marrón, cuidado. Y envejecer, ¿Le da miedo? ¿Respeto? ¿Lo dices por las canas? Me preguntan las dos cosas, que si me las tiño para parecer más interesante o por qué no me las tiño para parecer más joven. Tengo 45 años, no quiero parecer que tenga 25. Ya tuve 25 años, no necesito volver a pasar por ello. Otra cosa por la que Bana no quiere volver a pasar: el momento en el que destrozó su Ford Falcon XB de 1974, el mismo coche que conducía Mel Gibson en Mad Max (G. Miller, 1979), en el rally Targa Tasmania de 2007. Bana, un loco del motor, asegura que preferiría haberme roto un brazo. Me lo compre con 15 años, ahorrando el dinero de tres empleos. Una relación de amor de casi 30 años que el actor reflejó en su, hasta la fecha, única aventura detrás de la cámara: el documental Love the Beast (2007).

¿Qué le da conducir que no encuentre actuando?

Siempre me han gustado los coches. Y conducirlos, en una competición, es una experiencia cuantificable. O eres rápido o no lo eres. No está abierto a interpretaciones, lo contrario que la actuación.

Dicen que su colección de coches es alucinante.

¡Tampoco es que tenga tantos! Media docena, contando el de mi esposa. Soy de los que cree que un coche o una moto son para que se usen, no para ser expuestos. Adoro conducir y me entusiasman mis vehículos. Cuidándolos, conduciéndolos, es como de verdad me relajo, la forma que tengo de volver a esto que llamamos realidad. Me paso la vida haciendo ver que soy otro. Cuando estoy con mis coches me siento yo mismo. Me siento mucho más cómodo en un taller, con las manos sucias, que en el set.

¿No ha pensado en unir su afición a los coches con su trabajo como actor? ¿Por qué no se ha ofrecido para participar en, por ejemplo, la saga Fast & Furious?

¡No! ¡No podría imaginar nada peor!

¿Y eso?

Es que a mí me gusta conducir de verdad. En un rodaje sería imposible. ¿Tener que cederle el volante al especialista para que fuera él quien llevara el coche en las tomas de acción? Acabaría loco, seguro. Cuando conduzco, cámaras fuera. Love the Beast fue la excepción: prefiero mantener estas dos facetas mías separadas.

UN FUTURO EXTRAÑO

Por un lado, tenemos al Bana amante de los coches, residente en su Melbourne de toda la vida, ciclista aficionado. Y, por el otro, la casi estrella que no sabe qué películas pueden gustar al público, un actor de oficio con la presencia y hechuras de las estrellas de antaño que pasa por el negocio sin alborotos ni echar raíces. La mayoría de mis amigos de hoy son los mismos que tenía cuando era un chaval. Creo que tengo cuatro amigos íntimos en el negocio, y uno de ellos es Orlando Bloom. Nos hicimos amigos en Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001). Todo apunta que Scott Derrickson, el director de Líbranos del Mal, puede ser otro de sus camaradas de cine...

Uno de los próximos proyectos de Scott Derrickson será dirigir el salto al cine del Doctor Extraño. Usted, que fue el primer Hulk del cine, ¿Ya le ha explicado cómo lidiar con el universo Marvel?

Ni se me pasa por la cabeza darle a Scott ningún consejo sobre esto... Es demasiado inteligente. Sé que es un proyecto en el que se sumerge con muchas ganas y que era fan del personaje desde niño. Creo que va a sorprender a más de uno. Se le tiene por un director de pelis de terror y ya está... Y, no, es capaz de mucho más.

¿Y pedirle que le deje probar para el papel? ¿No le gustaría tener una segunda oportunidad con Marvel? Como la que tuvo Chris Evans, que llegó a ser el Capitán América tras encarnar a La Antorcha Humana en la saga Los Cuatro Fantásticos...

¡Pero si no sé nada del personaje! No tengo ni idea de quién es el Doctor Extraño. De verdad, creo que ese tren ya pasó para mí...

Hay otros trenes, ¿Qué nos dice de la TV? ¿Volvería a ella?

Al vivir en Australia es una vía en mi carrera que casi tengo descartada. Una serie, larga y que se mantenga en antena durante unas cuantas temporadas, ni me lo planteo. Si se tratara de un papel corto, lo pensaría. Pero nunca digas de esta agua no volveré a beber.

¿Eso vale también para la comedia?

Es lo que me pide mi hijo, que acaba de descubrir mis series y programas en DVD. ¡Quiere que vuelva a hacer monólogos! No lo sé. Por no saber, no sé ni qué haré dentro de seis meses.