Oscar Portela: sonámbulo del día
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
La personalidad del poeta loretano no dejaba indiferente a nadie. Tenía un modo de ser y estar que a veces lo alejaba de la gente, quizá por estrategia propia o porque simplemente esa era su manera de “alumbrar”. Sin embargo, esta falta de afabilidad no impidió que durante muchos años se convirtiera en un gran promotor y difusor de la cultura correntina en proyección con la cultura nacional. A él le debemos la aparición de revistas como Tiempo y Signos; la organización de encuentros de escritores que reunía a las voces más sobresalientes del país; la dirección del excelente suplemento Arte y Pensamiento; la puesta en marcha de colecciones de poesía correntina. Y como si fuera poco fue el nexo que propició la “llegada de un jaguar a la tranquera”, es decir, debemos a Oscar Portela que Francisco Madariaga empezara a ser leído en Corrientes, no en vano este llamó al loretano con mucho acierto el “destrozador de erradas telurias” (quizá Memorial de Corrientes sea uno de los puntos más altos de la obra de Portela, siguiendo el concepto señalado por Madariaga).
Siempre he pensado que O.P. convirtió su vida en la depositaria de una agonía entre la poesía y la filosofía, haciéndose eco de aquello que propone su admirado Derrida: “Toda práctica social pasa por textos y todo texto es en sí mismo una práctica social”. Así, el vate correntino con-vivió con los poetas románticos alemanes como Hölderlin y Novalis o el más tardío Rilke; a los que sumó a Nietzsche, Heidegger, Derrida, Deleuze, etc. No he de extrañar entonces que su primer poemario, publicado en 1977, se titulara Senderos en el bosque en clara alusión a Heidegger. Poemario acogido fervientemente por importantes referentes de la literatura argentina como Sábato, Denevi, Posse, Veiravé, Benítez, Maturo, entre otros.
La poesía de O. P. se manifiesta celebratoria a la vez que elegíaca. Partiendo de los poetas clásicos y pasando por Madariaga y Martínez, el poeta loretano escribe en perspectiva de la muerte, acentuada aún más por la pérdida de su madre: “Cuándo, madre, vendrás a mí/ En luminosas mañanas/ De praderas incendiadas por gritos de monos y balidos de terneros/ tempranamente destetados como yo”…
El poeta vive sumido en una extraña lejanía, es así como asume su “dasein”, la batalla diaria de muerte y resurrección. El asedio de lo absoluto para trascender la medianía del ser humano que no cesa de clamar su voz en el desierto, es el “pathos” en el que sustenta su palabra siempre interpelativa con el mundo, siempre dispuesta a modificar sus “máquinas deseantes”, tal nos enseña Deleuze.
Muestrario mínimo
Fábula
A Lucía Carmona
No es por el oro por quien se consagra la fábula.
Sólo el azul bendice en la consagración de lo amplio
¡Ah, luminosos espacios donde el corazón hace
habitable la amorosa discordia!
Sólo en tu cielo octubre, concibo un nombre para
pensar el cielo.
Amplio como mi corazón es el pensar que a veces
sostiene tanta atribulada belleza.
Empero el lila, perseverante encanto, trémulo
impone orden,
redime perdidos extravíos
del frenesí que estalla y cae y desea y olvida
la alegría que el azul bendice, las peregrinaciones
taciturnas, los cantos del gallo, los silbidos,
y la conmutación de la pena ya de oro
por quien se consagra la fábula del mundo.
Tierra
La tierra ebria sobre mí y yo en un carruaje azul
bajo las aguas. La tierra inmóvil como un amante
que duerme el sueño estremecido de las victorias
absolutas y yo en una volanta azul bajo las aguas
poseído por temblor de las especies bebiendo
con el oído de las aguas la mente del sexo del
viento que también quiere ser poseído por
tus temblores tierra
¡Al fin el sueño antiguo sopor de la caída!
La bella en el crepúsculo dorándose y cayendo
hacia el más sueño de los viajes sin retorno,
doncella convulsa en sus mareas queriendo
despertar desnuda por vencida por los ahogos del amor.
¡Déjame así dormir sobre tus muslos
el sueño antiguo y poderoso! ¡Obsedido de música
y de mar ardo en deseo! ¡Este es mi ropaje!
¡Me estremezco de amor! ¡Este es mi aire!
(de Memorial de Corrientes, 1985)
IV
Cuándo, cuándo, madre, vendrás a mí
En luminosas mañanas
De praderas incendiadas por gritos
de monos y balidos de terneros
tempranamente destetados como yo,
tu Ángel deyecto aquí, en ésta tierra
de nadie, baldía de deseos y de imágenes,
cómo no ser aquellas, fuera del tiempo,
murmurando, murmurios de suiriríes
en los esteros que se devoran las temblorosas
ancas, los jadeantes belfos de los caballos
Ensillados para partir hacia auroras de oro.
Y las noches, a las noches madre, las abiertas
Madres cubiertas por las ubres de luz
Que titilan aquí en el alma, aún, fuera del tiempo,
Fuera de la incuria y la penuria de lo
Que nos devora penosamente como Cronos
A sus hijos, madre terrena, madre que nos levantas
Sobre la aurora y cuidas el torrente de la sangre
Que aún fluye, lentamente, lentamente,
Por las arterias donde el manantial ya seco
Se abandona a la muerte de la vida,
A la vida de la muerte que nos abría
Túneles, pasadizos radiantes, puertas de centelleantes
Cuerpos, manos, labios y grafías, cuando
Comenzábamos a partir en búsqueda de un
Absoluto que hoy, madre, es seca mar,
Salina de los ojos, y espera, espera, espera,
De un milagro, del prometido adviento,
Ya cerrado, ya amurado, y nosotros los presos
De aquellos luminosos jardines
Que fueron nuestros y sobre los que ahora
se cierne, sólo el desierto, sólo el desierto
de Claroscuro, 2004
VII
Desde tu corazón nadie me dice adiós,
líneas de fuego abiertas
en las botijas del clima donde
nadie despide y cada espacio
es ámbito donde mi espera se
libera para el adiós del nombre
bajo un rayo de luna porque el
poema es muerte, forma vuelta a
parir, orilla de aire y del azar
azul donde nadie te dice adiós
ni te retiene junto a estos ojos,
a esas bocas, a esos vientos y
a estos nombres que barrerá el
adviento, alguna vez algún
instante, algún olvido.
IX
Ahora alabemos las alianzas
del corazón con los
relámpagos del abismo y los
templos del habla,
sediciones de superficies
donde ninguna salvación será
posible, oscura sangre,
tumores que la carne
sostiene, sonidos y
vértigos de lo que no sube
ni baja, sueños donde expira
la flor marchita de la suerte,
alimentando con agonías
y temores del ludibrio de lo
mismo a lo que el alma vuelve,
presa del sudoroso verbo del amor,
dolor de la noche de la razón,
soles donde estallan
las conmociones del abismo
superficies abandonadas
y caminos, venenos
que han rasgado los velos
de la locura, grafías para
ultimar el orden que
sostiene este mundo, golpe
del azar ahora desnudo, mutilado
hijo de la naturaleza más intensa
nunca demasiado divina en las
superficies de ultrajes
de la carne del clima.
De Golpe de Gracia,1990
Claroscuro
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