Colgando un cartel de “no molestar” nada más llegar, aprovechando para descubrir la Ibiza más secreta o complementándolo con una escapada a Formentera. Ibiza puede disfrutarse de muchas maneras, aunque nosotras nos quedamos con aquella que te permite asimilar sus interminables días y sus cameleónicas noches en apenas un fin de semana. ¿Suena bien?

TARDE

Viajemos en avión o en ferry (aquí será más conveniente atracar en Ibiza ciudad que en San Antonio), nuestra primera toma de contacto con la isla debería ser una excusa para conocer su capital. De su zona portuaria brotan calles cargadas de todas las tiendas y restaurantes que podamos imaginar y es que es aquí, en el barrio La Marina, donde la moda adlib y la esencia 'boho chic' defienden el fuerte. Y si no, que se lo pregunten a Vicente Ganesha, icono reconvertido en mito para 'celebrities' y, en general, para todo aquel deseoso de enfundarse un look isleño. Es también aquí donde el Mercat Vell (el mercado de toda la vida), lleva casi 150 años velando por la tradición a golpe de producto fresco.

Lo siguiente será enfrentarnos a las suaves pendientes que convergen en el casco histórico de Ibiza, más conocido como Dalt Vila. Es cruzar su fotogénico Portal de Ses Taules y notar cómo se acentúan las más dulces contradicciones: piedra medieval, pared blanca y unas envidiables vistas a los yates de lujo que flotan en su puerto desde lo alto del baluarte de Santa Lucía. La Ibiza antigua y la Ibiza moderna que tan bien empastan.

Ibiza Dalt Vilapinterest
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MAÑANA

Amanece y el cuerpo nos pide playa así que nos echaremos a la carretera (alquilar un coche siempre es la mejor manera de recorrer la isla) para conquistar su costa. Si tenemos clara nuestra intención de tostarnos bajo el sol y no hacer más movimiento que el que requiere un chapuzón en la orilla o una cerveza en el chiringuito, lo mejor será acercarse a Ses Salines y hundir los pies en la playa de dunas, vegetación y famoseo más conocida de la isla.

Si preferimos cubrir más territorio, proponemos recorrer la costa oeste de Ibiza hasta dar con la calita perfecta. Se suceden: Sa Caleta, es Bol Nou… aunque, por la facilidad de comer bien en sus chiringuitos y su ambiente relajado, Cala D’Hort y Cala Vedella son nuestras favoritas. Cuando busquemos el mejor encuadre, merecerá la pena subir hasta el mirador en la Torre del Pirata para ver cómo los islotes de Es Vedrá y Es Vedranell rompen la armonía del horizonte.

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Probablemente también te suene Cala Comte, es imposible negar su encanto, eso sí: prepárate para enfrentarte al bullicio.

TARDE

Cuando tengamos los dedos arrugados de echarle un pulso a las olas, pondremos rumbo al otro extremo de la isla, aunque esta vez por las carreteras de interior. No veremos grandes ciudades ni imponentes montañas, pero sí un buen puñado de minúsculos pueblos con un elemento que se repite: iglesias en su expresión más minimalista. San Agustín, San José, San Rafael, Santa Gertrudis, San Juan, Santa Inés… y en todos se alza este símbolo religioso, blanco, impoluto, sobrio y robusto. Créenos, la foto en la puerta te saldrá como por inercia.

Si vamos bien de tiempo, proponemos dos opciones: dar una vuelta por el famoso mercadillo de Las Dalias en San Carlos de Peralta (quintesencia del espíritu hippy, lo colorido y lo artesanal) o acercarnos a Santa Eulalia del Río y ascender desde su paseo marítimo a su Puig de Missa para disfrutar de las vistas.

El plato fuerte de la noche nos espera a en la azotea del hotel ME Ibiza, un cinco estrellas para los paladares más sibaritas y las personas más disfrutonas que quieren poner un poco de "high class" a su paso por la Isla Blanca.

Psst: a cinco kilómetros de Santa Eulalia del Río se encuentra el secreto mejor guardado de la isla, Cala Blanca. Un rincón de piedra tan salvaje como inhóspito al que podrás acceder a través de un túnel de piedra.

MAÑANA

Nuestra última mañana en Ibiza se la dedicaremos a San Miguel. Primero, al pueblo situado sobre una colina cuya iglesia del Siglo XIV se ha convertido en un punto de encuentro. Después, acercándonos hasta el Puerto de San Miguel, para darnos el último chapuzón, probar algo tan suculento y propio de la isla como el 'bullit de peix' y adentrarnos en la cueva Can Marça, un escondite de 100.000 años de antigüedad famoso por las estalactitas y estalagmitas que lo adornan. ¿La única pega? Que 48 horas acabarán sabiéndote a poco.