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Y entonces, el Mal encarnado hizo su aparición: llegó doña Catalina Creel

En 1986, México ya había atravesado por suficientes penurias, y algunas de ellas no terminaban de desvanecerse.

Y entonces, el Mal encarnado hizo su aparición: llegó  doña Catalina Creel

Y entonces, el Mal encarnado hizo su aparición: llegó doña Catalina Creel

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En 1986, México ya había atravesado por suficientes penurias, y algunas de ellas no terminaban de desvanecerse. Entonces apareció una mujer que con la misma tranquilidad con la que elegía el vestido del día y el parche en el ojo que hiciera juego con él, despachaba cristianos sin experimentar el menor remordimiento. Era mala, muy mala, como conviene a las grandes villanas de telenovelas; parecía no querer a nadie o a casi nadie, y tenía cierta proclividad a envenenar parientes con el jugo del desayuno. Era Catalina Creel, dueña y señora del universo telenovelístico en el que se movía, la memorable Cuna de Lobos.

El reparto de Cuna de Lobos planteó un interesante duelo de actuaciones: tres mujeres que eran estrellas del género: Diana Bracho, Rebecca Jones y María Rubio; dos actores jóvenes y con presencia consolidada, Gonzalo Vega y Alejandro Camacho. Todos ellos pusieron a México entero a seguir de cerca las perversidades de la señora Creel, dispuesta a todo con tal de tener un nieto de su hijo, casi tan malo como ella, aunque eso significara engañar a una joven inocente (Bracho) haciéndola pasar por el dolor de que le arrebatasen a su hijo.

El engaño, la venganza y la ausencia de escrúpulos eran cosa de todos los días en Cuna de Lobos. En la trama, que no dejaba de tener su interés, el personaje de María Rubio, Catalina Creel, sobresalió, por su fuerza, por su maldad, por sus habilidades como asesina, o por la suma de todos esos factores.

A lo largo de 170 capítulos, saltando de un horario más bien tempranero (las 6 de la tarde), porque en Televisa no acababan de confiar en la historia escrita por Carlos Olmos, al horario estelar de la 9 de la noche, Catalina Creel demostró que no había nadie más malo que ella en la televisión mexicana. Como era de esperarse, se convirtió en un personaje que ya no podía quedarse encerrado en una telenovela. Ser tan malo como Catalina Creel se volvió parte del habla popular y el personaje era tan poderoso, que María Rubio, caracterizada como la malvada doña Catalina, llegó a aparecer en anuncios comerciales, incluyendo el de una línea aérea, detalle que resultó de un humor negrísimo, puesto que, en la trama, su hijo y su nuera, villanos como ella, morían a bordo de un avión en el que, por un azar equivocado, Creel había recurrido al viejo truco del azúcar en el tanque de combustible.

“Hoy Catalina Creel volverá a matar”, cabeceó alguna sección de espectáculos, advirtiendo de un nuevo crimen de la villanísima.  Los mexicanos de los ochenta sucumbieron a la fascinación por el mal que hace a los grandes clásicos del gremio de los villanos. Todo mundo quería aprovechar la popularidad de doña Catalina, y el autor de la historia, Carlos Olmos, demandó a muchos que quisieron lucrar –sin permiso –con su creación. En la semana santa de 1987, se quemaron judas que personificaban a Catalina Creel, y se hicieron parodias que se llamaban “Cuna de locos” (un comic), y el viejo Palillo, en sus incorregibles montajes de carpa, inventó “Cuna de Robos”. De hecho, a los únicos a los que Olmos no demandó, fue a ciertos fabricantes de piñatas, a quienes les pareció buena idea poner al alcance del televidente de a pie una réplica de la cruel señora Creel, para que le ajustaran las cuentas.

Cuna de Lobos se convirtió en el gran éxito telenovelero de fines de los años ochenta. Cuando se transmitió el capítulo final, en julio de 1987, la ciudad de México se quedó desierta. Fue tan importante, que el final se convirtió en nota presentada por Jacobo Zabludovsky en 24 horas. Carlos Monsiváis, que ya para esos años era agudo rescatador del ingenio popular, aseguró que en un partido Guadalajara-Cruz Azul apareció una manta donde la porra de las Chivas, retadora, afirmaba: “Ni con Catalina Creel nos ganan”, y algún maldoso, con gran sentido de la vida política, dejó pintada su propuesta en un muro de Ciudad Nezahualcóyotl, que aún no era simplemente Neza: “Catalina Creel para presidente”.