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      Retrato de Alejandro Doria, el director que combinaba emoción y compromiso

      La TV de la cuarentena rescató del olvido una de sus joyitas, "Atreverse", unitario del '90 que esta semana repuso Telefe. Perfil de un hombre que sabía transmitir emociones. Sus películas, también, dan fe de eso.

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      Un repaso por sus mejores frases.

      El 17 de junio de 2009, la redacción de Espectáculos de Clarín, como la mayoría de las redacciones, estaba sacudida frente a la noticia de muerte de Fernando Peña. Pero se trabajaba sin pausa en los textos de su despedida, de las repercusiones de su partida, en el trazado de su perfil, en el repaso de su trayectoria, en la interpretación de su magia. Fue una tarde triste. Y, cuando empezó a caer la noche, el mazazo se sintió doble: acababa de morir Alejandro Doria.

      Y como si ese 17 de junio de hace once años se hubiera empecinado en dar malas noticias, ya pasadas las 21 se comunicó el fallecimiento del actor Oscar Ferreiro, un villano arquetípico de telenovelas. Tres personajes bien diferentes, que coincidieron en el día de su adiós.

      Pero ahora, a cuento de la reposición de Atreverse, una de las joyas de la televisión argentina, bien vale la pena volver a delinear la figura de uno de los mejores directores que tuvimos. Un artista. Un hombre con tantos dones como simpleza. Tomar un café con él -le gustaba hacerlo de noche, bajo las estrellas- y sentarse a escucharlo era un gran plan periodístico. Un gran plan en la vida.

      De él se ha dicho de todo, casi siempre bueno, por esa mirada exquisita que tenía para que las emociones traspasaran la pantalla o viajaran hasta las butacas. “Si no se siente, no sirve, si no hago sentir, tampoco”, solía decir cuando una escena no le cerraba. Sabía dirigir, pero sabía, tal vez sin proponérselo, hacerse querer.

      Graciela Borges y Alejandro Doria, dupla fuerte del cine argentino. En 2006, él la dirigió en "Las manos".Graciela Borges y Alejandro Doria, dupla fuerte del cine argentino. En 2006, él la dirigió en "Las manos".

      Doria no tenía actores fetiches, pero, cuando podía, trabajaba con quien más quería. Y, cuando podía, elegía a Graciela Borges, la mujer que ahora, en plena cuarentena transitada en Pilar, recoge el guante de Clarín para definirlo en su inmensidad con la menor cantidad de palabras posibles. Las justas. Y con esa voz Borges se oye del otro lado de la línea: “Alejandro Doria, emoción pura. Tenía el alma puesta en la cámara”.

      Doria era eso: estados, vibraciones, sensatez y sentimientos. Daba órdenes firmes, precisas, sin melodías melosas de fondo. Pero jamás sonaba frío, ni cuando algo de un rodaje lo alteraba. La pasión, por sobre todo, le subía la temperatura de sus modos, sin afiebrarlo.

      Era un personaje estupendo, culto, elegante, dueño de un humor fino, con un gran manejo de la ironía. Por eso, entre otros logros, supo moldear a esa criatura argentinísima que se llamó Esperando la carroza, un ícono del cine costumbrista. Del cine en general (comenzó con críticas duras y con el tiempo se resignificó y fue etiquetada como “película de culto”). Estrenada en 1985, y con los protagónicos de China Zorrila, Luis Brandoni y Antonio Gasalla, entre otros, sigue vigente y sin fecha de vencimiento.

      Entre el Doria director de cine y el de TV no había diferencias. Más allá de la cantidad de cámaras y de la dinámica propia de cada medio, sus productos tenían su sello, sin exceso de simbolismo. No exigía al espectador a ese ejercicio -por momentos desgastantes y casi siempre asociado al ego del realizador- de tener que interpretar lo que no se ve de la imagen. Sus mensajes artísticos llegaban claros, tantos los literales como los conceptuales, y casi todos apuntaban a movilizar el alma. Porque, como dice La Borges, él era un tipo esencialmente emocional.

      "Por intuición he logrado muchas cosas", reconoció Doria más de una vez. También se ha definido como "un tipo de suerte"."Por intuición he logrado muchas cosas", reconoció Doria más de una vez. También se ha definido como "un tipo de suerte".

      Y le gustaba contar hondo, como lo demuestra este rescate que Telefe hizo de Atreverse, emblemático ciclo que se emitió en 1990 y 1991, por el que pasaron actores de la talla de Bárbara Mujica, Luisina Brando y Miguel Ángel Solá. La TV de los ‘90 encontró en esos unitarios la chance de elevar la vara de la calidad, con historias que invitaban a la reflexión y al debate.

      La pantalla chica lo tuvo detrás de las cámaras de varios episodios de Alta comedia, de Situación límite -programas que marcaban la diferencia, como a fines de los ‘60 lo había hecho el Clan Stivel con Cosa juzgada-, de Pobre diabla, de Papá corazón, Mi mamá me ama y Los especiales de Alejandro Doria.

      Y la TV de la cuarentena supo desempolvar, este miércoles 2 de septiembre, el episodio de Atreverse titulado “Entre sábanas”, con Elena Tasisto, Graciela Dufau y Arturo Maly, entre otros nombres, como los de Gustavo Bermúdez y Katja Alemann. Doria no agitaba la grieta de los actores de prestigio y los populares. Para él ni siquiera existía.

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      Fuente: Telefe

      Eran actores, como lo había sido él en sus comienzos, desde 1956 a mediados de los ‘60. Sus primeros pasos los dio sobre tablas, en obras como Muertos sin sepultura y La casa de la noche. Parecía que su destino estaba asociado a la interpretación, hasta que descubrió la magia del otro lado, donde se probó como puestista y enseguida fue fichado por Nicolás Del Boca para sus propios programas, tal vez su mayor escuela de formación. Debutó como director en 1969, al mando de Nuestra galleguita, telenovela de Abel Santa Cruz, protagonizada por Norberto Suárez y Laura Bove.

      El teatro también lo contó como responsable de puestas, en piezas como Plaza Suite y Esta noche no, querida. Pero tal vez fueron las dos pantallas las que más aprovecharon su talento y su mirada. En su nutrido paso como cineasta quedan, además de Esperando la carroza, La isla (1979), Los pasajeros del jardín (1982) y Las manos (ambas con Graciela Borges), y Cien veces no debo (1990), una de las tantas películas que también lo tuvo como guionista y en la que, en un juego de roles, dirigió a Andrea del Boca, la hija de su maestro.

      Si bien se sabe que el reparto de premios suele ser caprichoso y antojadizo, más de una vez reivindica el merecimiento. Tal el caso de Doria, con sus tres Konex (dos de ellos de Platino), sus cuatro Martín Fierro personales (más allá de los muchos que cosecharon sus programas), su Colón de Plata (Festival de Huelva) y su Goya, estos dos últimos por Las manos, en 2007, dos años antes de su muerte.

      Doria había nacido el 1° de noviembre de 1936, en la provincia de Buenos Aires. En sus 72 años de vida cumplió con varios de los sueños que tenía: entre ellos, el de ser recordado “como un tipo sensible y apasionado”. Así es. Así fue.


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      Silvina Lamazares
      Silvina Lamazares

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