Con cariño desde el Botxo

He vivido en Bilbao y esto es lo que nunca recomiendo visitar ni hacer

La villa vizcaína al abrigo de las colinas que se pasea entre la vanguardia y la tradición euskalduna tiene su propio código, y las cosas se hacen bien... ¡o no se hacen!

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Los de Bilbao somos de costumbres, que no tercos. En los últimos años la villa se ha revitalizado y ha sacado a relucir su lado más llamativo, en parte por el llamado "fenómeno Guggenheim" y en parte por la transformación de su industria. Este nuevo contexto ha hecho de Bilbao un destino atractivo para viajeros nacionales e internacionales, por lo que la oferta de actividades y servicios turísticos es más dinámica y variada que nunca. No obstante, hay algunas normas no escritas que se deberían tener en cuenta para experimentar la ciudad como lo haría un bilbaíno:

 

 

 

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Foto: iStock

NO VISITAR SOLO EL GUGGENHEIM

Este es un error común que cometen muchos viajeros al llegar a la capital vizcaína. Si bien es cierto que la fantasía contemporánea de Frank Gehry suele encabezar la lista de los must-see de Bilbao, no es el único tesoro museístico que merece la pena visitar. Aquí van algunas recomendaciones. En primer lugar, el Museo de Bellas Artes situado en el Parque de Doña Casilda Iturrizar, que alberga importantes obras de El Greco, Ribera, Chillida , Zurbarán, Murillo o Goya, entre otros. Para asomarse a la historia de Vizcaya y del País Vasco, el Museo Arqueológico ofrece un viaje desde los comienzos de la vida humana en el territorio hasta épocas históricas. Aunque por estos momentos el Museo Vasco se encuentra cerrado por reformas, es uno de los espacios que mejor reflejan las costumbres del pueblo vasco. Tampoco puede faltar una parada en el Itsasmuseum Bilbao (antiguo Museo Marítimo), construido en el terreno que solían ocupar los Astilleros Euskalduna y que exhibe barcos y otros elementos navales. Cabe prestar mucha atención al pasear por el botxo, ya que el arte no solo cobra vida dentro de las galerías. Algunos ejemplos son las pinturas en los pórticos junto al Mercado de La Ribera, el graffiti de SOÑAR en el edificio de Olabeaga y las casas de colores en Iralabarri.
 

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Reflejo en la pantalla del Estadio San Mamés. Foto: iStock

 

no ir a san mamés solo cuando hay partido

Con perdón al apóstol Santiago, la Catedral bilbaína en la que rugen los leones es mucho más que un edificio deportivo. Experiencias con tecnología inmersiva, recorridos por las instalaciones -vestuarios, hall, sala de prensa, estadio a nivel de campo-, tours guiados y colecciones de objetos auténticos expuestos en el Museo Athletic Club son algunas de las actividades que ningún viajero debería perderse en la capital vizcaína. Incluso sin ser un athleticzale empedernido.

 

 

 

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NO AMPLIAR LA MIRADA... Y LA PERSPECTIVA

La villa también se entiende a vista de pájaro. Por esta razón, toca coronar la escapada con una excursión en funicular hasta Artxanda, donde contemplar el skyline bilbaíno que se abre paso entre las colinas. Algunas sugerencias más: las escaleras de Solokoetxe ofrecen unas espectaculares panorámicas de los tejados de las siete calles o Zazpikaleak del Casco Viejo. Desde este punto se puede caminar hasta Miribilla, otro barrio en las alturas que se emplaza en las antiguas minas del Gran Bilbao y que atesora el moderno palacio deportivo Bilbao Arena. El mirador de Arangoiti (arriba de la iglesia de Deusto, Bilbao) es uno de las ubicaciones estrella para admirar Bilbao en todo su esplendor tanto de día como de noche.

NO IRSE SIN PROBAR LOS SÁNDWICHES DEL EME

En periodos del año como Navidad y los días en los que juega el Athletic, la fila frente al Bar El Eme da la vuelta a la calle. Quienes aguardan su turno saben que el tiempo de espera puede superar los 40 minutos, pero no les importa. En la villa no hay otro sitio en el que degustar el famoso “triángulo del Eme”, una receta que se ha mantenido intacta y bajo llave durante casi 75 años. Estos sándwiches artesanales están rellenos de jamón cocido artesano, lechuga, mayonesa casera y una salsa picante que, hasta la fecha, ningún otro establecimiento ha logrado recrear a la perfección. Es una parada imprescindible para todo el que quiera paladear los sabores Made in Bilbao al estilo tradicional. Porque cuando algo funciona, ¿para qué cambiarlo?

 

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Vistas de Bilbao desde el Pagasarri. Foto: iStock

dejar pasar la ocasión de hacer senderismo

Más allá de callejear por la villa, esta es una buena oportunidad para acercarse hasta uno de los cinco montes bocineros de Vizcaya desde los que en antaño se lanzaban señales luminosas y sonoras para convocar a las Juntas Generales de Vizcaya. La propuesta es alcanzar la cima del Ganekogorta, que se erige a 998 metros de altitud sobre Bilbao. Otra de las opciones predilectas de los bilbaínos es el monte Pagasarri, una ruta muy accesible. Un punto a favor de este plan es que el transporte público incluye paradas próximas a estos enclaves.

 

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NO TE FÍES DEL TIEMPO

Ser excesivamente optimista y llenar la maleta de ropa pensada para climas más cálidos puede ser la fórmula perfecta para llevarte un catarro como souvenir. Puede sonar obvio, pero no está de más recordar que el relieve del País Vasco lo hace susceptible a las lluvias del norte y del sur. Por tanto, conviene estar preparados para cielos nubosos, lloviznas (xirimiri, en euskera) o incluso chaparrones. La temporada de verano también es bastante relativa, con unas temperaturas máximas de 22 grados de media. Aunque el cambio climático ha elevado estos índices, no te pases de confiado y haz caso a tu madre: llévate una chaqueta por si refresca.

 

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NO EXPERIMENTAR EL PINTXO-POTE

Es uno de los rituales de iniciación que se deben pasar para ser adoptado por una cuadrilla de bilbaínos. La resistencia de cada uno se demuestra poniéndose a prueba en el Casco Viejo, por la zona de Pozas (cerca del Estadio San Mamés), en los bares de Deusto o en calles como Diputación y Ledesma, próximas a Gran Vía. Además de los tragos, una parte crucial del pintxo-pote es recobrar fuerzas a base de manjares locales como el txangurro gratinado, la gilda, los pintxos de bacalao o la mítica banderilla de huevo duro, langostino y mayonesa que el alcalde Azkuna bautizó como bilbainito. Entre el bullicio del poteo puede que se empiecen a escuchar los cánticos de los txikiteros o grupos de amigos que están de gira por bares y tabernas. Que el viajero no se preocupe, no es necesario que se aprenda ningún tema. De momento. 

 

 

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NO bañarse en la ría de Bilbao

Ya sea por una apuesta, porque la noche de juerga se ha salido de control o porque a alguien le ha dado un golpe de calor repentino -raro, pero nunca se sabe-, saltar a la ría de Bilbao no debería estar en la lista de planes que hacer durante una escapada. A pesar de que el agua se ha regenerado, todavía presenta niveles altos de una medicina parasitaria llamada lindane debido a las filtraciones procedentes de unas fábricas que llevan más de tres décadas cerradas, según señala El Correo. Igualmente, la ría oculta restos de antiguas estructuras y la profundidad del agua varía de un tramo a otro, por lo que las zambullidas pueden salir muy caras. Quien quiera calmar el antojo siempre puede darse un chapuzón en las piscinas municipales, pasar el día en la playa (la de Ereaga, Sopelana, Plentzia o Arrigunaga están bien comunicadas en transporte público) o tomarse algo fresco en las terrazas del Muelle de Marzana y el Muelle de Ripa.

 

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