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ENTREVISTA | RUBEN RADA

ENTREVISTA

Ruben Rada El futbolista que no pudo ser

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Foto: Pata Torres

Rada cumplió el pasado 16 de julio 77 años. Tiene colesterol, diabetes, hipertensión, un stent en el corazón y pesa 114 kilos. Confiesa que uno de sus talentos menos conocidos es la cocina y especialmente el chimichurri que es muy elogiado entre sus colegas músicos. Está por saldar una cuenta pendiente: publicar un disco en portugués dedicado a su madre brasileña, Carmen María Silva.

No le gusta celebrar su cumpleaños porque su infancia fue muy difícil. El único de la familia que lo hacía era su hermano Martín porque iba al estadio y revendía entradas para poder pagar la fiesta. «Pero para nosotros no había un mango, éramos cinco en una pieza, entonces me acostumbré a no festejar. Ahora con mis hijos y con Patricia (su esposa) es distinto, ellos aparecen y hay que comer algo y pasar juntos, así que me pongo a cocinar, es lo que más me divierte ese día», confiesa, enumerando algunas de sus especialidades: pastas, asado, carnes, pucheros, guisos de lentejas, omelette, y el famoso chimichurri «amado por todos».

Ni bien llegó la pandemia a Uruguay estuvo dos meses y medio encerrado en su departamento en Pocitos junto a su mujer con esporádicas visitas de sus hijos Matías, Julieta y Lucila. Lo vivió con mucho miedo: «Me lo tomé muy en serio porque cualquier cosa que me pase yo marcho al espiedo. Hicimos todo lo que recomiendan, lavamos lo que traíamos del supermercado, usamos alcohol, lavandina, subíamos solos en el ascensor. Todo ese tipo de paranoia lo viví, hay que seguir cuidándose».

Por eso la nota fue telefónica, pero hubo lugar para hablar de otro espacio en la ciudad que lo mantiene en vilo: el estudio de grabación que montó en la casa del tecladista Gustavo Montemurro en la calle Justicia. Su idea original era que la Intendencia le cediera una casa vieja en Palermo para instalar este estudio donde además pudiera funcionar una biblioteca «para los pibes del barrio» con material sobre los negros de América Latina y personajes internacio-

Foto: Ariel Sabatella

nales como Mohamed Alí, Barack Obama, estrellas del basketball, pintores y cuerdas de tambores. Confiesa con gran desilusión que nunca atendieron su proyecto: «ningún gobierno». Por estos días está editando allí un disco grabado en vivo el año pasado en el Auditorio Nacional del Sodre con repertorio de Tótem, Opa y El Kinto. Fueron dos funciones con entradas agotadas y eso lo llevó a concluir que el público quiere escuchar lo viejo y que «por un disco nuevo no va nadie».

Su gran cuenta pendiente ya está en camino: un disco en portugués dedicado a su madre

que nació en Santana Do Livramento, al igual que sus tías. «Siempre canté como Rada, por mi padre, pero mi viejo nunca me dio pelota, jamás, estuve internado en el Saint Bois y nunca me fue a ver. Lo vi después de grande porque mi madre me pedía que al menos lo saludara, y yo entendí que todos los seres humanos cometemos errores. No lo perdoné pero lo fui a ver, toqué los tambores con él y compartimos muy poco. Entonces ahora estoy grabando un disco en portugués para mi madre y me junté con Ronaldo Bastos, si agarrás la discografía de Milton Nascimento y muchos otros artistas brasileños descubrirías que es un poeta increíble, compositor para mucha gente, le encantó mi música y nos pusimos a trabajar», explica, quien bajara la posibilidad de usar el nombre artístico «Omarsinho Silva» para esta producción.

Ruben Rada tiene dos nietos, Sofía hija de Matías, de 4 años, y Salvador hijo de Lucila, de 7. En lugar de enseñarles música les enseña a «pelear» en broma. Aunque parece un hombre aggiornado a la tecnología por su

Foto: Ariel Sabatella

profesión, no hay nada más lejos de la realidad, porque jamás podría haber hecho los conciertos vía streaming que ofreció durante la pandemia sin la supervisión de su familia. Responde a los mensajes de Whatsapp pero no maneja sus redes.

Rada cuenta el inicio de su romance con la música como si fuera una película: «cuando tenía dos años estuve internado en el Saint Bois por tuberculosis y yo viví toda la vida a tres cuadras del estadio, ¡mi sueño era jugar al fútbol!, pero cuando salí del hospital con 4 o 5 años, sabía que iba a ser difícil jugar al fútbol porque tenía una mancha en el pulmón». En aquel entonces iba a catecismo y le pidió a Dios que le diera otra virtud ya que no podría patear la pelota y así fue que apareció el canto. Primero en el club de bochas del Club Aldea, luego en el Cine Premier de su barrio, hacía imitaciones y se metía al público en el bolsillo. «Me transformé en un cantante». Pero con un gusto obsesivo hacia el fútbol, claro. Es de los que abrazan la televisión cuando su equipo hace un gol.

El éxito económico en su prolífica carrera tardó en llegar. Muchísimo. Estuvo casi la mitad de su vida en el exterior y cuando volvió en 1995 para tocar en la explanada de la Intendencia de Montevideo no se fue más. A lo sumo cruzó a Buenos Aires para grabar «Gasoleros», en la misma época en la que acá condujo «El Teléfono» por Canal 12. Fue la cara de muchas publicidades del momento, vendió discos, shows y se convirtió en un artista importante. Así pudo comprarse una casa en Luis Piera y Pablo de María. Pero con «Chacha Muchacha» perdió la oportunidad de ser millonario porque las restricciones que impuso el corralito en Argentina impidieron que hiciera una gira que le habría dado muy buenos dividendos, al menos según el cálculo que le hizo su amigo Fito Páez, la cifra hubiera rondado los 500 mil dólares. «Dios no quiere que el negrito sea millonario, soy un tipo de clase media que está feliz de haber logrado algo con la música, no me quejo para nada, la vida es una rueda y lo que te toca te toca», reflexiona.

Foto: Ariel Sabatella

En 2011 le tocó recibir un Grammy a la Excelencia Musical gracias a su trayectoria, y fue un momento hermoso en Las Vegas junto a figuras como Gal Costa, José Feliciano y Les Luthiers. Tan hermoso que se vio opacado por lo que pasó después… ¡perdió el Grammy! «Me dijeron que pasarían a buscarnos por la puerta del hotel para ir al aeropuerto, estábamos en el Mandalay de Las Vegas, y no venía nadie, entonces paramos dos taxis y subimos el play station, el equipo de sonido y una cámara que había comprado para el estudio, con los dos taxis repletos llegamos al aeropuerto y de repente Patricia me pide el Grammy, nadie lo tenía, ¡lo habíamos dejado en el taxi!». Su narración entre tragedia y comedia termina con el desembolso de los 500 dólares que cuesta encargar una estatuilla nueva más 150 dólares de impuestos aduaneros. « ¡Así que me costó 650 dólares el Grammy», dice hoy y se ríe, sobre aquel gramófono dorado que luce en el living de su casa junto a otros premios como el Gardel.

Rada cumplió el 16 de julio 77 años en plena actividad, apenas frenada por la pandemia y el cierre de los teatros. De eso se lamenta, porque tenía previsto una serie de conciertos que debió posponer. Incansable y positivo, asegura que es un hombre feliz y que no teme al paso del tiempo. La vida le ha dado más de lo que alguna vez soñó.