Hermenegildo Sábat

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HERMENEGILDO Sテ。AT

Borges y compaテアテュa



HERMENEGILDO Sテ。AT

Borges y compaテアテュa

26 de junio al 3 de agosto Sala C, Centro Cultural Recoleta Buenos Aires


Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Jefe de Gobierno Mauricio Macri Vicejefa de Gobierno María Eugenia Vidal Ministro de Cultura Hernán Lombardi Director General del Centro Cultural Recoleta Claudio Patricio Massetti Director Operativo de Programación y Curaduría Elio Kapszuk Director Operativo de Gestión de Operaciones Carlos Villoldo Directora Operativa de Infraestructura y Funcionamiento Edilicio Bettina Kropf Subdirectora Operativa de Investigación, Creación y Capacitación Silvia Sánchez Curador y Asesor de Artes Visuales Renato Rita


Trazos inconfundibles delinean esos dibujos. Las alas de Astor Piazzola son sólo de Hermenegildo Sábat. Sin embargo hoy es su pintura la que invita a acercarse al Centro Cultural Recoleta. ”Borges y compañía” es un recorrido por distintos rostros desconocidos, salvo quien fuera uno de los grandes escritores de habla hispana. Uruguayo de nacimiento, radicado luego en la Argentina, su trayectoria fue premiada y es multifacética. Sus dibujos forman parte de un trabajo que se amplía con su pasión por la pintura y su conocimiento sobre el jazz que ha dado a conocer en su línea y sus notas periodísticas. Ya era secretario de redacción del diario uruguayo El País cuando decidió llegar a Buenos Aires para dedicarse a su arte, si bien el ámbito periodístico siguió siendo su ámbito laboral. Como un poeta de la imagen, ni la fotografía escapó a su ojo observador. Sábat dice silenciosamente. Las palabras no tienen cabida frente a la potente e ingeniosa expresión. Sólo Borges, como una catedral, aparece identificado con nombre y apellido. El resto de esta muestra interpela a quien mira e intenta reconocer al personaje sellado por Sábat con su óleo. Su gesto deformado y desafiante. Para el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires es un orgullo presentar el talento de Sábat, también el recorrido de sus años permanentes de trabajo que todavía tenemos el privilegio de disfrutar entre todos. Gracias por eso y por tu generosidad de artista y docente. Hernán Lombardi Ministro de Cultura Ciudad de Buenos Aires



Hermenegildo Sabat tiene un humor infinito con reflexiones cotidianas. Humor y reflexión no siempre van juntos, pero “Menchi”, como le dicen sus amigos, tiene esa virtud natural de amalgamar la intención política meditada con fino humor gráfico. Podríamos estudiar la historia argentina contemporánea con una mirada retrospectiva sobre la obra de Sabat. La risa buscada, premeditada, es una de las mayores muestras de inteligencia humana y debemos ser agradecidos con él por esa combinación al servicio de la risa. En esta ocasión muestra su espíritu juvenil, derrumbando pretensiones de extrema madurez, juega y se divierte poniéndonos en la incógnita de descubrir decenas de personajes que creemos conocidos y solo descubriremos a Jorge Luis Borges en un espléndido homenaje. Podría decir muchas cosas, pero lo realmente sincero es que lo admiro profundamente, estoy muy contento y orgulloso de poder ser un amigo más. Bienvenido Menchi al Centro Cultural Recoleta. Claudio Patricio Massetti Director General Centro Cultural Recoleta



Todos conocemos a Hermenegildo Sábat y reconocemos sus dibujos. Sus crónicas a lápiz son parte de nuestra identidad visual y sus caricaturas políticas son verdaderas editoriales. Me lo imagino en una reunión de redacción del diario compartiendo ideas y eligiendo sobre que tema va a escribir, perdón, dibujar. La ironía poética es una constante en sus obras, a veces realiza un collage conceptual o asociación de imágenes o personajes, dándonos la oportunidad de pensar. No es poca cosa, ¿no? Aunque no me lo dijo en forma directa, intuyo que a esta parte de su obra él no le da un valor superlativo en términos de producción artística. Quizás porque lo relaciona con un trabajo. Sin embargo, nosotros somos privilegiados al recibir casi todas las mañanas una obra original suya; es la primera muestra individual realizada en capítulos diarios. El universo de Sábat es inconmensurable, así como su capacidad de realización. La muestra que hoy presentamos en el Centro Cultural Recoleta es un verdadero catálogo de rostros, un relevamiento plástico, un estudio sobre la gestualidad humana de ilustres desconocidos que no tardarán en ser procesados por nuestra cultura visual hasta el punto de creer reconocer a varios. El único con nombre y apellido en esta muestra es Borges, con quien el artista tiene una relación de años. Sábat pinta a Borges y se produce la gran celebración del texto. Son dos caras de la misma moneda, la escritura pictórica y la pincelada de la palabra. Elio Kapszuk Director Operativo de Programación y Curaduría Centro Cultural Recoleta


Foto: Pablo Dragovetsky


Entrevista a Hermenegildo Sábat

Poseedor de una tranquilidad interior que únicamente se encuentra en aquella persona que no solo tiene un gran conocimiento de si misma, sino que se siente satisfecho con el camino transitado; Sábat comparte experiencias de su vida en el dibujo y en el arte. Las palabras fluyen con profundidad y calidez, convirtiéndose en otro instrumento para conocer más al artista. Sin embargo, él afirma con gran convicción el sinsentido de utilizarlas para explicar su obra, dejando claro que la hechura de su labor está tramada por un libre fluir de procesos mentales que conducen a lo que él nombra, con cierta ironía, como “la irresponsabilidad del artista” frente a su creación. ¿Por qué la muestra se titula “Borges y Compañía”? En principio me resisto a ponerle título a mis cuadros. Pero en este caso yo tenía el retrato de Borges y como todo el resto son cabezas innominadas, que no pertenecen a nadie en específico, las agrupé e hice un paquete con eso. Nada más que por eso. Sin embargo, si uno los mira con atención, hay rastros que conducen imaginariamente a personajes conocidos. ¿Cómo los construyó? Esas cosas surgen como consecuencias. Me siento mucho más libre pintando de esa manera, incluso a Borges. Por el contrario, cuando estás haciendo un retrato de alguien en particular, hay una cantidad de detalles que hay que respetar y eso quiebra muchas veces la libertad para trabajar. Ahora sí, después de que los hago, en algunos casos me recuerdan a personas que yo he conocido. Pero no trabajo desde el principio con una opción deliberada. Son cabezas, insisto, que pueden contener algo que no es un propósito, pero sí es una consecuencia. Es que después de probar una cantidad de cosas, uno aprende y hace descubrimientos. ¿Usted transitó un camino de aprendizaje solitario o realizó estudios formales? Yo cometí un grave error: ¡soy autodidacta!, especialmente para pintar. Y creo, a esta altura de la soirée, que se pueden enseñar y se pueden aprender pocas cosas. El resto es información, eso es rotundo. Debe haber sí, un control cuando uno está con un maestro, que con una palabra te resuelve una situación. El autodidacta tiene que descubrir todo por sí solo. Y entonces, a veces, puede suceder que un hallazgo técnico se confunda con uno creativo y no tienen nada que ver. Ahora, yo no me he privado de ningún mecanismo posible para pintar, por así decirlo. Desde pintura de tarro, óleos, acrílicos, todo. Y al final sí, después de

Ileana Stofenmacher Equipo de Prensa y Relaciones Institucionales del Centro Cultural Recoleta

Facundo Galán Leandro Edelstein Colaboración periodística


experimentar muchos años, ¡tantos años que a mí me da miedo porque no tengo muchos años más para vivir!, encontré unos óleos que se pueden trabajar con agua. Un invento maravilloso o por lo menos yo lo encuentro muy bueno para mi manera de trabajar. Y entonces las sesiones son sencillas. Trabajo inicialmente buscando una forma y, a medida que van apareciendo cosas y me van mostrando algunas caras interesantes, me acuerdo de los retratos novelados que hacía Juan Carlos Onetti quien retrataba gente del Río de la Plata. Y me doy cuenta que las imágenes que pinto tienen que ver con gente local, no hago personas del Cáucaso o del Océano Índico. Por eso pueden recordar a personajes conocidos de acá. ¿Cuál es el papel de la observación y el de la imaginación en su trabajo? ¿Cómo confluyen? Mirá, a mí me resulta difícil hablar de mí mismo. Yo sé cómo trabajo, eso sí. O mejor dicho, sé lo que no tengo que hacer, que eso es ya un principio interesante. No tengo que hacer un boceto con carbonilla o con lápiz. Mi proceso es a la inversa: empiezo pintando y termino dibujando. Se trata de procesos mentales. Es decir, me he pasado toda una vida mirando y dibujando caras. Entonces ahora esto es, no se como llamarlo, una especie de decantación de todo lo que yo he visto. Continuemos entonces con el modo en el que usted construye sus cabezas. Es llamativo que la mayoría tiene rasgos oscuros. Mirá, lo que te puedo decir con tranquilidad es que esto no se hace con palabras. A pesar, insisto, que quizás me recuerdan retratos estrictos. Además es muy difícil calificar lo que hago, aún cuando yo acierte, voy a morirme siendo el dibujante del diario Clarín y eso ya lo sé, es una verdad rotunda que pasa por una cantidad de etapas. “¿Cómo? Este tipo además de dibujar en el diario quiere mostrar, ¿qué?”, dice la gente. Toda esa historia yo la tengo muy digerida. Sin embargo es lo que yo hago y, habida cuenta de que yo no tengo agente ni galerista, tengo que aprovechar a veces una circunstancia como ésta, que es en un lugar público, para poder mostrar lo que yo hago. Pero solo existe la necesidad de pintar. Y yo hago estas cosas en sesiones bastante breves. ¿Y cómo se construyen en las sesiones la especificidad de los personajes? A mí me cuesta arrancar, al principio es difícil porque yo sé que tengo que hacer una figura que va a tener ojos, nariz, que va a tener boca y eventualmente hasta orejas. Todo eso facilita mucho el trabajo. Viendo todos los cuadros uno al lado del


otro, las caras son diferentes pero su proceso de construcción fue similar. Ahora qué pasa, yo no me comparo, pero tengo muchas cosas asimiladas. Esta famosa cantante, Bessie Smith, de la que yo tengo todos los discos, aparentemente todos sus blues son similares; pero no. Es decir, yo me entretengo con lo que hago, si supiera lo que voy a hacer no lo haría. Esa es otra instancia que a mí me estimula, porque yo no sé lo que voy a hacer. Por eso insisto con que la palabra es para que algún especialista la estudie. Pero yo creo en la irresponsabilidad del artista. El artista es irresponsable en un buen sentido: ¿cómo sabemos cuál es la última pincelada?, por ejemplo. Hay una cantidad de detalles que están dentro del colectivo imaginario, por decirlo así, que te llevan a pensar: ¡éste tipo ve a toda la gente deforme! Es una guía de prejuicios que hay en la sociedad. Sin embargo –y no para defender lo que hago ni defenderme personalmente–, cuando uno ve la obra de grandes artistas, se observa ahí que el propósito era similar. Claro, cuando te encontrás con titanes como Rembrandt o Goya, la cosa es diferente. Goya era un tipo tan irreverente que pintaba a los Borbón, sus patrones, de manera cruel y, sin embargo, era aceptado por esos tipos que tenían bastante sentido del humor o de la autocalificación. O sea que usted que fluye en el proceso. ¿Y por qué elige, más allá de su trabajo en el diario, centrarse en la figura humana? Porque es lo que yo hago. La primera exposición que hice en Buenos Aires fue en 1966, en una galería muy pequeña que estaba en Viamonte entre Florida y San Martín. Era una librería que se llamaba Galatea. Eran todas cabezas también, hechas con nombre y apellido, había una escalerita, la galería estaba en un entrepiso, debía haber unos 25 cuadros. Un día apareció una señora, me miró seria y me dijo: “¿Usted es el que hizo estas cosas?” Sí, señora, le dije. “Dígame, usted además, ¿pinta paisajes?” Y a mí me dio una idea eso, me sugirió algo y, con el tiempo, hice algunos a propósito, pero nada más que para contestarle a esa persona que no sé quién es. Usted dice que cada vez que va a dibujar vuelve a sentir entusiasmo, ¿Le sigue gustando hacer lo que hace? Te aclaro esto, mi primer dibujo para un medio masivo lo publiqué a los 15 años, entonces te das cuenta, yo tengo 80 ahora, ¡son 65 años haciendo eso! El hecho es que yo he expuesto, he leído lo que han escrito a propósito de lo que vieron. Sé perfectamente quién soy. Yo no soy un tipo de diván, está claro. Ahora, que los otros vayan o no vayan al diván, sean especialistas o vean cosas en esto que yo hago, eso es un


derecho. Está totalmente claro que pueden experimentar, pueden juzgar, pueden execrar lo que yo hago, ¡pero no me pueden quitar el derecho a mostrarlo! Es decir, siendo adolescente me hice un proyecto de vida que más o menos he cumplido. Yo quería trabajar en un lugar que me permitiera vivir de eso y poder pintar. La estructura habitual de esto es que vos muestres a través de una galería, que lo tuyo se venda o no se venda, pero que en definitiva ingrese todo en un sistema comercial. Conozco gente que aprecio, que se niega a exponer las cosas mías porque dice que yo regalo lo que hago… Cosa que parcialmente es cierto. ¿Pero entonces qué quiere decir? Que yo no soy un tipo comerciable. Lo cual, de algún modo, con algunos mecanismos anarcos tengo, a mí me tranquiliza. ¿No se vende?, ¡y bueno, no se vende! ¡chau!; ¿no les gusta?, ¡no les gusta!; ¿les gusta?, ¡les gusta! Es lo que yo hago. Pero puedo mostrar con tranquilidad lo que hago porque no tiene que ver con las tendencias ni con las ondas y las modas. Cosa que yo veo en mucha gente, no soy el único. No hablo en primera persona. Creo que la gente digna y trabajadora que hay, piensa exactamente lo mismo. Lo sepa o no lo sepa, lo diga o no lo diga. Es así. Curiosamente, toda una serie anterior la mostré en Córdoba, en Rosario y en Montevideo, pero acá no. Entonces esto para mí es un acontecimiento, que se puedan mostrar mis cosas en Buenos Aires, que es la ciudad que yo quiero. Vino muy joven a Buenos Aires, ¿no es así? Y… tenía 32 años. Hay que tener en cuenta que mi madre era porteña, mamá nació en La Boca, ¡bien bien xeneize! Ahora, yo no soy como esa gente, que yo creo que tiene algo de hipocresía, que dicen que nacieron en las líneas del Talweg. El Talweg es la línea que se supone que separa “el mar continental uruguayo del mar continental argentino”. No, yo hice lo que tuve que hacer en Montevideo y hago lo que creo que tengo que hacer acá. Usted nombró su tendencia anarco y en algunas entrevistas se describió como un demócrata. ¿Se refiere a cierta rebeldía? No, no, pará un poquito. Yo leí a [Louis Marie] Prodhomme, todo lo que había que leer yo lo leí. Lo que te quiero decir es que una caracterización anarquista no tiene nada que ver con mi comportamiento real en la vida. Porque si yo fuera eso no trabajaría en la empresa que trabajo y no me ganaría la vida de esa manera. Pero sí, tengo cosas que creo que me llevan a no acompañar cierto tipo de costumbres, se trata de eso. Y es en ese sentido que en mi relación personal con la política me siento como un librepensador.


¿Es cierto que usted tiene un manuscrito de Jean Paul Sartre? Sí. Mirá, resulta que en 1973 hacía poco tiempo que yo estaba en Clarín y fue cuando lo asesinaron a “Chicho” Allende. Un día apareció por la redacción una señora que aprecio mucho, que es Tununa Mercado, con un periodista francés que se llamaba Philippe Gavi. Este tipo era miembro de la redacción del periódico Libération y quería que yo le hiciera un dibujo de Pinochet y yo se lo hice. El me dijo que no tenían dinero para pagarme y yo le dije: “lo que quiero es un manuscrito de Jean Paul Sartre”. Y me mandaron una desgrabación manuscrita de cosas de su biografía. ¡Eso es lo que tengo! ¿Cómo es su relación con la música? Y, lo de la música… ¡eso es una cosa fundamental!, para mí y para mucha gente. No puedo vivir sin música. Tengo una colección razonable de música clásica. Compré las colecciones que había de la obra de Brahms, Mozart, Beethoven: esos tipos están todos bien cuidados. Tengo una colección de música de jazz y además una de música de tango. Y escucho todo eso. ¿Escucha música mientras dibuja? Cuando dibujo en el diario, no. Pero cuando pinto sí porque ahora tengo ahora esos aparatos en los que se puede poner muchísima música de forma continuada. Bueno, ahí sí. Como son un montón de horas voy escuchando todo a medida que trabajo. ¿Pero usted no solo escucha, usted toca, no es así? A ver, vamos a aclararlo. A los 21 años me compré un clarinete de una marca respetable –Buffet Crampon– y, con los años, me compré varios más. Tuve que aprender del mismo modo que a pintar, ¡autodidacta! Es decir, no soy un modelo para otra gente. Pero me da satisfacción, sí, y tengo buen oído. Entonces, yo pongo los discos y toco al lado. Eso lo hago. Y en el género que yo elijo hay cada vez menos practicantes y me cuesta tocar con otra gente. Pero me considero un amateur. No desafino, eso sí. La música para mí es un elemento notable porque en la música mayormente no interviene la palabra. Entonces puedo escuchar al señor Brahms y funcionar bien o escuchar a Julio de Caro, también. Y hay música que no permite trabajar; por ejemplo, los quintetos de música de cámara de Béla Bartók te piden que estés atendiendo todo el tiempo.


En sus retratos tampoco interviene la palabra. ¿A qué se debe eso? Bueno, porque el punto está en que quiero que el espectador tenga su propia idea o su propia composición de lugar, por decir así. No es mí deber ser babysitter del espectador. No les voy a decir a los espectadores lo que tienen que hacer. De Picasso se dicen miles de cosas, pero parece que hay algunas que son ciertas. Una vez una señora, espantada, le pidió que le explique un cuadro. Picasso le dijo: “yo le voy a dar una explicación, va entender la explicación pero no el cuadro”. Eso es así, es perfecto. Entonces creo que lo que vale para la pintura y para la música es la capacidad de esos géneros de concentrar miles de sugerencias consecutivas. Ahora, hablando de la palabra, el cuadro que creo representa mejor al siglo XX es Guernica y lo pintó Picasso. Pero si en lugar de ponerle Guernica le hubiera puesto El llanto de una madre, cambiaba la cosa. Y entonces no solo es una obra maestra, sino como Las Meninas de Diego Velázquez, es un cuadro que es historia, es literatura, es filosofía, además de ser gran pintura. Pero, a mí me resulta difícil la relación del trabajo que yo hago con la palabra. Continuando con el tema de la palabra, usted trabajó como redactor para el diario El País en Montevideo. ¿Cómo nace su relación con la palabra? Mi ingreso en ese mundo empieza por una cuestión familiar. Mi padre era profesor de literatura. En casa, como en tantas otras, había libros pero no había un mango. Y yo me crié leyendo libros, incluso de adolescente leí algunos de modo prematuro. Por ejemplo, leí El juego de los abalorios de Herman Hesse a los 14 años. Me leí todo Herman Hesse. Y bueno, sí, yo leí mucho. En mi afán por supervivir en la redacción del diario, empecé a colaborar escribiendo. Pero hice lo que tenía que hacer, no por vocación sino por necesidad. Hacía crónica de música de jazz, cosas que uno puede hacer siendo joven... Pero después con los años, casi a escondidas, publiqué tres libritos de poemas, uno se llamaba Poemaestros, porque generalmente al mal poeta se le llama poetastro y los otros dos Panteón de los héroes y Hechos y no. En su opinión, ¿cuál es la función del artista en la sociedad? Creo que la existencia del artista en la sociedad sirve para varias cosas, no solo para una. Sirve incluso para defender y para generar atención sobre cosas que no tienen precio. Pero eso no es privativo del artista, es del literato y es del músico. Con los años hice un libro dedicado a Gardel, a Piazzolla y otro a Troilo. Gardel es uno de esos individuos muy resbaladizos, es difícil saber quién era. Es decir, era un hombre con un talento fenomenal, que inventó un género que terminó


después de Medellín. Una de las cosas que me hace bien, si alguna vez ando medio deprimido, es ver las películas de Gardel. Es una cosa altamente recomendable. La figura de Troilo es un caso singular porque es un músico nítidamente de la ciudad de Buenos Aires. En cambio, Piazzolla era un genio, pero su música está influida por música europea y de jazz, porque él vivió un tiempo en Nueva York. Pichuco era un tipo de esta ciudad, entonces qué pasa, la trascendencia del artista va de la mano con la comprensión del lugar dónde vive, eso es muy importante. Pichuco empezó trabajando de niño prácticamente, hay fotos suyas con pantalón corto y bandoneón. ¿Identifica entonces en su labor como artista, una función social? Yo eso no lo puedo determinar, son ilusiones, nada más. No son eso que se cantaba “ilusiones del viejo y de la vieja”, no. Yo creo que, tal como está planteada la situación laboral, por así decirlo, de los artistas de acá, hay cosas injustas. Hay grandes artistas que no conocemos y no vamos a conocer porque no entraron en el circuito comercial. Hay un caso de un artista mayormente subestimado que era Benito Quinquela Martín, ¿qué hizo este tipo?, “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Pintó La Boca y a sus barcos, cosa que estaba en contradicción con los pintores del centro de Buenos Aires que vivían mirando las revistas que llegaban de obras artísticas de París y Nueva York. ¿Tiene algún sueño o deseo en su profesión a plasmar hacia adelante? Mirá, al ser autodidacta he pasado batallas inclementes, cosas que forman parte de la búsqueda personal. Por ejemplo, fue importante haber encontrado esos óleos que trabajo con agua, hace apenas 4 o 5 años. Pero haberme pasado tanto tiempo hasta encontrarlos… me parece que fui un poco lento. Y por otra parte, oportunidades no me han faltado. He viajado, he tenido la suerte de visitar muchos museos, ver obras, a escondidas toqué muchos cuadros importantes, pero no, yo no tengo falsas ilusiones respectos de lo que puedo hacer. Puedo decir con total tranquilidad que esas cosas que hago me representan bien a mí, no me altera que los demás se sientan intimidados o satisfechos. Yo sé que lo que estoy haciendo es lo que puedo dar. Es decir, creo que me equivocaría si pensase que puedo alcanzar otra cosa. No, estoy bien, estoy tranquilo. Lo que está hecho ya está hecho y no tengo ningún tipo de ansiedad por pintar encima de lo que hice. Puedo decir que siento una gran serenidad respecto de las cosas que yo he hecho y hago a lo largo del tiempo y que estoy muy contento de poder mostrarlas.



Borges y compañía Óleo y agua sobre tela, 80 x 60 cm





















































Reseña biográfica

Hermenegildo Sábat (Montevideo, 1933) publicó su primer dibujo a los 12 años y su primera colaboración en un medio masivo a los 15. Desde entonces ha visto reproducidas sus obras en Brasil, Colombia, Venezuela, Chile, México, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Suiza, Alemania, Noruega y Turquía. Ha publicado más de veinte libros. Aunque ha expuesto en Córdoba, Mendoza y Rosario, esta es su primera exposición de pintura en Buenos Aires y, se ilusiona, no será la última, aunque tiene dudas: “En las cosas que me suceden, yo intervengo”.



Hermenegildo Sábat en el Centro Cultural Recoleta

Relaciones institucionales Marisela Oberto Artes visuales Verónica Otero Coordinación técnica Jorge Doliszniak Productora Natalia Prieto

Catálogo Dirección editorial Claudio Patricio Massetti Coordinación editorial Ileana Stofenmacher Diseño gráfico Marius Riveiro Villar

Curador de la muestra Elio Kapszuk

Esta exposición se realizó con la colaboración de todo el personal del Centro Cultural Recoleta.


Se termin贸 de imprimir en junio de 2014 en Latingr谩fica S.R.L. Rocamora 4161, Buenos Aires, Argentina




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