Mujer llorando, una de las obras más célebres de Picasso, ha sido interpretada de diversas maneras. Para algunos se asocia con el sufrimiento de España durante la guerra civil, para otros representa a la Virgen María de luto por su hijo muerto.  Según una lectura más generalizada, es una figura universal, víctima y testigo de la destrucción, mensajera atemporal del dolor humano profundo e inconsolable.  Cual sea la interpretación, detrás del rostro de la mujer llorando hay un nombre concreto, Dora Maar.

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P. Picasso, Mujer llorando, 1937

Para muchos es conocida sólo como una de las amantes de Picasso, inmortalizada por él en numerosos retratos, en los que su bello y misterioso rostro poco a poco se va desfigurando por el llanto y amargura. Su tormentoso romance con Picasso ha durado siete años, en los que ella pasa de una extrema felicidad a locura y soledad.

En realidad, se llamaba Henriette Theodora Markovitch. Nació en París, pero pasó la primera parte de su vida en Argentina, donde trabajó su padre, arquitecto croata, y donde aprendió a hablar el español. A los veinte años regresa a París y se mete de lleno al mundo de arte, primero como estudiante de pintura y luego como fotógrafa. Es entonces cuando cambia su nombre por otro, más corto y más sonoro.

Dora Maar poseía una belleza intrigante y exótica. Cautivaba con su mirada melancólica, con sus manos de una perfección legendaria, con sus uñas afiladas y pintadas siempre de un rojo intenso y con sus extravagantes sombreros. Independiente, radical, inteligente, liberal, con fama de una desenfrenada amante atrae todas las miradas y entre sus admiradores están Paul Éluard, Georges Bataille, Luis Buñuel, André Breton, Man Ray.

M. Ray, Dora Maar, 1936

Se convierte en una fotógrafa profesional, le atraen temas tan variados como el mundo glamoroso de la moda, la sensualidad de los desnudos, la pobreza y la desesperación de los barrios pobres de Barcelona. Poco después se integra al grupo surrealista. Por su cámara desfilan sus nuevos amigos, retratados con una impresionante sensibilidad. Experimenta con la sobreimpresión y el fotomontaje para lograr una atmósfera onírica y delirante. Ubu, una criatura monstruosa y ciega, se convierte en el icono fotográfico del movimiento surrealista.

D. Maar, Ubu, 1936

En esta etapa la conoce Picasso. Corre el año 1936, ella tiene veintinueve años, él, cincuenta y cinco. Coinciden en el mítico café Les Deux Magots, punto de encuentro de la cúspide literaria, filosófica y artística de París. Ella juguetea con una navaja, cruzándola entre sus dedos. A veces se corta, y la sangre mancha sus guantes negros con rosas bordadas. Picasso le habla en francés, pidiendo que le regale los guantes, ella le responde en español. Así comienza todo.  A partir de ese momento Dora se convierte en su amante y musa que lo rescata de un bloqueo creativo que sufría entonces.

En los años que abarcó esa relación, Dora Maar fue la modelo principal del artista y el tema de algunas de sus obras más emblemáticas.

P. Picasso, Retrato de Dora Maar, 1937

Además de los numerosos retratos, treinta y seis para ser exactos, entre pinturas, dibujos y grabados, también la inmortalizó en Guernica; es la mujer que sujeta la lámpara en el centro de la composición. Dora Maar tuvo la oportunidad histórica de fotografiar todo el proceso de creación del “Guernica”, imágenes que constituyen el ejemplo mejor documentado del progreso de una obra pictórica en toda la historia del arte. Esto, totalmente innovador en su momento, daría lugar a otras muchas obras de fotógrafos como Henri-Georges Clouzot con el propio Picasso o Hans Namuth con Jackson Pollock.

D. Maar, Picasso de pie trabajando en el «Guernica» en su taller de los Grands-Augustins, 1937

Picasso insistió en que ella abandonase la fotografía para dedicarse a la pintura, el “gran arte” según él, llevándola al terreno que él dominaba de forma absoluta. El resultado no fue muy halagador, Dora pintó bodegones y retratos muy al estilo Picasso.  Era evidente que se trataba de un reto casi imposible.

Los guantes ensangrentados, recuerdo de su primer encuentro, terminaron en una vitrina junto a otros recuerdos de esta turbulenta pasión que a ella le dejaría otras secuelas además de la mano izquierda lastimada. Sin embargo, su relación fue probablemente la más cercana y cómplice que Picasso haya mantenido con una mujer.

Las guerras, las limitaciones, las frustraciones volvieron la relación muy tóxica y en 1943 vino la ruptura definitiva. Picasso conoce a Françoise Gilot, cuarenta años más joven que el pintor, que se impone sobre todas sus amantes anteriores. Dora Maar, consumida por los celos y el olvido cae en una profunda depresión que la llevará al abismo de la locura. Estuvo recluida en un hospital mental, donde recibió electroshocks. Gracias al poeta Paul Éluard, que pidió ayuda a Picasso, consiguió salir de esa institución. Hizo terapia con el célebre psicoanalista Jacques Lacan.

Por más de cuarenta años se encerró en su apartamento, donde muere en 1997, a los noventa años. Fue enterrada en un sencillo funeral al que asistieron apenas seis personas.

“Después de Picasso, sólo Dios”, dijo ella una vez a su psicoanalista.  La frase resultó premonitoria, en esta última etapa de su vida Dora se ha convertido en católica ferviente y legó más de 130 obras que le había regalado Picasso a un monje. Quizás Dios le dio la paz que le había negado uno de los artistas más grandes del siglo XX.