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La visita de la reina de Saba al rey Salomón.

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Curiosidades de la historia: episodio 142

Salomón y la reina de Saba, la historia detrás de la leyenda

Ciertas narraciones hablaban del reinado de una poderosa y bella mujer en las lejanas, ricas y exóticas tierras del sur de Arabia.

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La visita de la reina de Saba al rey Salomón.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Conocemos la historia del encuentro entre Salomón y la reina de Saba gracias a la Biblia hebrea. En el Primer Libro de Reyes y en el Libro Segundo de Crónicas se explica muy sucintamente que la reina, tras oír hablar de la fama del rey de Israel, viajó a Jerusalén con productos exóticos de Arabia, camellos, especias, oro y piedras preciosas, con el objetivo de probar a Salomón con preguntas y cuestiones difíciles de resolver.

Para su satisfacción, el sabio rey respondió acertadamente, tras lo cual ella volvió a su tierra. Desde el punto de vista narrativo todo parece indicar que la anécdota del encuentro entre los dos monarcas se introdujo en la narración bíblica con el único objetivo de resaltar la asombrosa sabiduría de Salomón, aprovechando algunas narraciones que posiblemente circulaban por Palestina y Siria y que hablaban vagamente del reinado de una poderosa y bella mujer en las lejanas, ricas y exóticas tierras del sur de Arabia.

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Gracias al relato bíblico, la visita de la reina de Saba a Jerusalén acabó convirtiéndose en uno de los más imaginativos y fértiles ciclos de leyendas y cuentos de Oriente. De la literatura judía más antigua surgió un colorido relato con todos los ingredientes necesarios para desarrollar una historia glamurosa: belleza, riqueza, poder, exotismo, intriga, magia y amor. Estos elementos se fueron incorporando en obras de diferentes géneros y temáticas, como las Antigüedades judías, de Flavio Josefo (que escribió en el siglo I d.C.) o el Targum Shení, una traducción libre del Libro de Ester al arameo.

La reina en el palacio de Salomón

Según estas fuentes, una abubilla informó a Salomón de que el reino de Saba era el único en la Tierra que no estaba sujeto a su poder y de que su reina adoraba al Sol. El rey envió esa ave a la ciudad sabea de Kitor, con una carta en la que conminaba a la reina a que se sometiera a su poder, a lo que ella respondió mandando una flota «con todos los barcos del mar», cargados con preciosos regalos. En esas naves viajaban seis mil jóvenes de la misma estatura y aspecto, vestidos con ornamentos de púrpura y nacidos el mismo día y a la misma hora, que debían entregar a Salomón una misiva en la que la reina anunciaba que llegaría a Jerusalén tras un viaje de tres años.

Cuando al fin la reina entró en el palacio de Salomón, pensó que el limpísimo suelo era una piscina llena de agua y se levantó el vestido enseñando así sus piernas, algo de lo que Salomón se percató. Tras eso, la reina le presentó 19 acertijos, que el monarca solucionó con facilidad.

Bilqis en las narraciones árabes

Los árabes conocían los detalles de esa narración, y la adaptaron a su propia sensibilidad adornándola con nuevos elementos. Para ellos, la historia de la reina de Saba era tan famosa que incluso aparece narrada en el mismo Corán. Así, en la azora o capítulo 27 aparecen resumidos muchos de los elementos de la leyenda tal y como la habían desarrollado los autores judíos, aunque en el Corán, Salomón aparezca descrito como un rey creyente en Alá, sabio y experto en magia, poseedor de un ejército formado por hombres, genios y pájaros. De nuevo se repiten la aparición de la abubilla y la descripción de la figura de una reina sin nombre, rica, poderosa y adoradora del Sol, que se sienta en el trono majestuoso de un lejano país.

 

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Salomón recibiendo a la reina de Saba, en un episodio del Antiguo Testamento donde la reina Saba visita a Salomon con fastuosos regalos. Bocetos al óleo de Rubens para la decoración de la iglesia de los jesuitas.

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En el Corán, el rey envía una carta a esa soberana, no para someterla a su reino sino para invitarla a la conversión, a lo cual ella responde enviándole emisarios y ricos regalos, que éste a su vez rechaza. En la narración aparece un elemento nuevo: la treta usada por Salomón para probar la sagacidad de la reina.

Mientras ella está en camino, el rey envía un genio para que robe su trono y lo traiga a Jerusalén con el fin de modificarlo para ver si la soberana lo reconoce. Una vez la reina ha pasado la prueba, Salomón le muestra su impresionante palacio de cristal, construido por arte de magia; la soberana, impresionada por el poder del monarca de Israel, abandona el paganismo y se convierte a la fe en Alá.

Los árabes conocían la narración y la adaptaron a su propia sensibilidad, incluyéndola en el Coran

Los comentadores del texto coránico fueron aportando otros elementos a la narración. Además de dar a conocer el nombre de la reina, Bilqis (que probablemente es una deformación del griego pallakís, "concubina"), y describir su extraordinaria belleza, también explicaron que los demonios no querían que Salomón se casase con ella, por lo que difundieron la noticia de que esa mujer tenía las piernas peludas como Lilith, el temible demonio femenino de la noche.

Para comprobarlo, Salomón ordenó que los genios construyeran un suelo de cristal: Bilqis, confundiéndolo con el agua, se arremangó el vestido para poder cruzarlo, dejando así al descubierto sus piernas. Tras ordenar a los genios que hicieran una pócima depilatoria, Salomón acabó casándose con la reina.

Makeda, para los etíopes

Fue en los altiplanos septentrionales del Cuerno de África (las actuales Etiopía y Somalia) donde la historia bíblica acabaría inspirando las leyendas fundacionales y las tradiciones literarias y folclóricas más ricas acerca de la relación entre Salomón y la reina de Saba. Allí, la identidad etíope se fue formando gracias a tres elementos. El primero fue el cristianismo, que se había convertido en la religión del reino de Aksum (origen de la moderna Etiopía) a mediados del siglo IV d.C. Poco a poco, esta nueva religión, que probablemente había llegado importada de Siria o de Egipto, se mezcló con muchos elementos de origen judío y se desarrolló de forma autóctona y original.

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El segundo rasgo que conformó la cultura etíope fue su carácter semítico que, probablemente, provenía de su estrecha relación con el Yemen y, más concretamente, con el reino de Saba. De hecho, la influencia sabeaen Etiopía es aún evidente en su escritura, que es una derivación de la escritura sudarábiga utilizada en esa parte del Yemen preislámico.

Por último, la relación de Etiopía con la reina de Saba permitió que su dinastía quedara perpetuamente legitimada y santificada, gracias a los relatos sagrados de la Biblia. De hecho, la relación de la reina de Saba con Etiopía debía de ser muy antigua, pues ya Flavio Josefo se refiere a ella en el siglo I d.C. Esa misma idea aparece repetida en autores cristianos como Eusebio de Cesarea u Orígenes, por lo que no es extraño que fuera conocida por los cristianos de Etiopía.

 

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El rey Salomón y la reina de Saba, según una miniatura original, Escuela persa, (siglo XVI).

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El desarrollo de la leyenda aparece en el Kebra Nagast o Libro de la gloria de los reyes de Etiopía, una obra compilada en el siglo XIII, pero con elementos probablemente mucho más antiguos, que contiene una historia novelada sobre el origen de la dinastía etíope, y cuyo propósito central es demostrar el carácter sagrado de la misma gracias a la unión de la reina con Salomón, de la cual nacería el primer monarca etíope de dicha línea. Según el Kebra Nagast, la Reina del Sur (como se la menciona en los evangelios de Mateo 12, 42 y Lucas 11, 31), identificada con la reina de Etiopía, supo un día por un súbdito comerciante llamado Tamrin que existía un reino gobernado por Salomón, que destacaba en el mundo por su riqueza y su justicia.

Movida por la curiosidad, la reina Makeda viajó a Jerusalén, donde quedó admirada por la sabiduría del monarca bíblico. A su vez, Salomón quedó prendado por la belleza de Makeda e intentó retenerla en su reino. Para ello ideó una treta que obligó a la reina a quedarse en Jerusalén y permitió a Salomón yacer con ella. De esa unión nació un niño llamado Bayna Lehkem, que fue reconocido por su padre. Los sacerdotes de Jerusalén lo consagraron con el nombre de David y le permitieron volver a Etiopía como rey, llevándose consigo el Arca de la Alianza.

Aunque lo más probable es que nunca se produjera ese encuentro entre Salomón y la bella Reina del Sur, es muy verosímil que la Biblia se hiciera eco de la existencia y la fama del reino de Saba, del cual tenemos abundante información gracias a las inscripciones encontradas en el sur de Arabia, algunas de las cuales pueden remontarse al siglo VIII a.C. Gracias a esa información, que se complementa con los hallazgos arqueológicos, sabemos que Saba fue una cultura floreciente durante casi un milenio antes de la llegada del Islam. Los sabeos dominaron buena parte del Yemen, permaneciendo durante largos períodos de tiempo a la cabeza de una coalición en la que participaban otros pueblos culturalmente semejantes a ellos, los de Main, Qataban y Hadramaut.

El reino de Saba

La primera mención del reino de Saba data del siglo VIII a.C. y procede de fuentes asirias. En ellas se nos describe un pueblo comerciante "cuyo hogar está muy lejos" y que consigue su riqueza gracias a la exportación de especias e incienso. Incluso sabemos quelos sabeos emprendieron alguna misión diplomática y comercial llevando embajadores y regalos a la corte asiria.

Desde esta perspectiva, es posible que la Biblia se hiciera eco de alguna visita oficial para establecer o fortalecer relaciones diplomáticas y comerciales, semejante a las que describen los textos asirios refiriéndose a enviados a las cortes de los reinos de Israel (entre los siglos IX-VIII a.C.) y de Judá (IXyVIa.C.).

En las inscripciones sabeas más antiguas, escritas en árabe meridional con un tipo de alfabeto totalmente diferente del árabe clásico, se menciona a sus reyes, entre los que el poder se transmitía por vía materna. Tales reyes se llamaban a sí mismos "los unificadores", es decir, jefes de una confederación de pueblos sobre los que mantenían su hegemonía política y militar.

La capital del reino era la imponente ciudad de Maryab, a la que los árabes llamarían más tarde Maarib, situada en un fértil oasis al borde del desierto. El primer florecimiento de la cultura sabea duró hasta aproximadamente la mitad del I milenio a.C., momento en que el dominio de las rutas del comercio de incienso pasó a manos de otros pueblos del sur de Arabia.

De esa época hay algunas evidencias que demuestran que los sabeos mantuvieron colonias comerciales en el Cuerno de África, en el área que luego se convertiría en Etiopía, mezclándose con las poblaciones locales.

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Más tarde, mil años después de Salomón, entre los siglos I y III d.C., Saba volvió a ocupar un lugar preeminente en el panorama político y económico del sur de Arabia. Durante ese período, sus soberanos tuvieron la capital en Zafar, y ostentaron el título de reyes «de Saba y de Raydan, de Hadramaut y de Yemen» para demostrar que gobernaban sobre diferentes pueblos del sur de Arabia, aunque en realidad ese título fuera disputado también por los gobernantes de Himyar, otro pueblo del Yemen con el que tenían frecuentes conflictos y que acabó convirtiéndose en la potencia hegemónica de la región.

Como en épocas antiguas, la prosperidad de Saba descansó en su maestría en aprovechar sus recursos hidráulicos y en su dominio de las rutas comerciales del incienso y las especias; su colapso llegó con la destrucción de la gran presa de Maarib, construida a siete kilómetros al norte de esta ciudad, en el siglo VI d.C. Unas décadas más tarde, la conquista musulmana terminó de oscurecer el glorioso pasado de los sabeos.

Pero el recuerdo de su antiguo esplendor perduró en la leyenda, en la que brillan las fastuosas riquezas que una reina sin nombre puso a los pies del soberano más sabio de la Tierra –éste sí, con nombre–, admirada de su majestad y sus conocimientos: "Dio entonces ella al rey ciento veinte talentos de oro, y una grandísima cantidad de aromas y piedras preciosas; desde entonces, jamás se trajo tanta cantidad de aromas como la que regaló la reina de Saba al rey Salomón". Con estas palabras, el Primer Libro de Reyes elevó al caudillo de un reino montañoso y no muy extenso a la categoría de gran soberano que recibía el reconocimiento del Estado más poderoso de Arabia. Y así quedó consagrada su imagen para toda la eternidad.