A la memoria de Herminia Severini, que pasó por nuestro curso para contar la verdad

"Que ton vers soit la bonne aventure/ Eparse au vent crispé du matin/ Qui va fleurant la menthe et le thym…/ Et tout le reste est littérature". Paul Verlaine, Art poétique

Las cuatro decidieron reunirse el 24 pese al feriado, porque la vinculación directa de cada una con los hechos les importaba muy poco. Cada una abrigaba la convicción de que una acción execrable que afecta a lo social no puede deplorarse por tal o cual caso; no importaba que alguna hubiese padecido una desaparición directa. Las cuatro exponían sus convicciones con sólidos argumentos; creían que el arte comportaba una acción esencial, una labor de rescate realizada en pugna no solo con fuerzas oscuras para que un mundo de formas pueda ser dotado de la permanencia del recuerdo sino también, ¿por qué no? posibilitar una respuesta al lector que reclama abstraerse del propio yo al ingresar en la ficción, apartando su actividad perecedera para ascender a la voluptuosidad de una idea eterna. La lectura de la Ilíada les ofrecía esa posibilidad con un argumento espléndido; más de dos mil quinientos años de eternidad oral y escrituraria daban cuenta del culto de un género. Por supuesto, dada las condiciones y la capacidad de lectura de las cuatro, les era fácil comprender, bajo la sintaxis declinatoria de los griegos, algunos signos que comprometían la capacidad racional del presente a la par que desalojaba la mínima idea de anacronismo.

Griselda expuso un principio para la lectura del día y fue la pregunta que Sócrates hace a Hippias a instancia de Éudico. ¿Quién es más multifacético, Odiseo o Aquiles? Entendiendo por multifacético un eufemismo para designar un charlatán, un embaucador o un mentiroso. “Si les parece improcedente --agregó Griselda-- admitan que al menos es indicativo de la crítica literaria que se ejercía en el concierto de las prácticas intelectuales de la época”. “No, no, para nada”, respondieron al unísono. Las cuatro eran estudiosas, apasionadas y un tanto obsesivas.

Cristina, con el tomo de la Ilíada en sus manos, leyó un párrafo. “Tetis, madre de Aquiles, declara su disgusto ante Hefestos. ¿Hay alguna entre las diosas que haya sufrido tan grave pesar como a mí me ha destinado Zeus? De las ninfas sólo a mí me sujetó a un hombre, Peleo Eácida, y tuve que tolerar contra mi voluntad el tálamo de un mortal rendido a la vejez”. “Podemos inferir --dijo Griselda-- que Aquiles es un hijo no deseado”. Rápidamente acordaron y Cristina agregó: “¿Cómo saber si Aquiles no eligió morir en Troya a causa de este malestar de su madre? Como conjetura es bastante consistente”. “Por lo menos podemos pensarlo”, dijo Sonia, y en seguida reafirmó: “Basta con pensarlo”.  “Sí, sí --dijo Laura--, para eso leemos, para extendernos en lo que no está escrito". 

"La Ilíada termina con los funerales de Héctor, pero no con la destrucción de Troya, ni la muerte de Aquiles, que restan como en un fuera de campo, propio del cine, o en una elipsis entre la Ilíada y la Odisea”. Sonia convino gustosa: “Además --recordó--, hemos comprobado que Aquiles funciona como el que brilla por ausencia. Tal vez le conviene a un hijo no deseado... un mecanismo de compensación”.

"Siempre me maravilló como con tan poca información obtenemos una imagen de Aquiles, de su carácter y de su psicología", agregó Griselda.

“No participa del combate para castigar a Agamenón, no le importa la suerte de los demás --dijo Cristina--. Le ha pedido a Zeus que sus compatriotas padezcan vergonzosos desastres y sólo renuncia a su abstención, para vengar a Patroclo. De todos los personajes, Aquiles es el que menos me agrada, arrastra el cuerpo de Héctor porque no le basta con haberlo matado, quiere infringirle una doble muerte". 

"¿Una muerte más allá de la muerte?", interrogó Sonia. “Sí, me hace acordar la necedad de Creonte condenando a Antígona”, dijo Cristina. “O la vacilación de Hamlet ante Claudio porque está rezando”, agregó Griselda.

“La de los militares con nuestros desaparecidos --se atrevió a extender, entrecortada, Laura--. Sólo que Aquiles es más humano ya que se compadece ante las lágrimas de Príamo y le devuelve el cadáver”.

“Tal vez porque es literatura --dijo Sonia--. La realidad suele ser más espantosa… no cede en el horror de sus designios”.

Por unos instantes, las cuatro se sintieron hermanas, probablemente pensaron en los seres que amaron y perdieron para siempre, sintiendo ante esa vivencia, la desesperada inutilidad de las palabras. Griselda intentó con unas frases sobrellevar el desaliento: “A veces, la vida parece un pleonasmo de la literatura, notas al pie de página de los textos más célebres. Será porque los libros son lo más parecido a los seres humanos. Contienen nuestros pensamientos, nuestros ideales, nuestras verdades”.

“Y nuestros errores”, se complació en completar Sonia, que no admitía el esbozo de un consuelo frente a sus pérdidas asumidas.

“Aquiles es ponderado por su carácter de guerrero invulnerable pero no muestra algún talento fuera del de las armas. Todos sus atributos refieren a lo mismo, el mágico escudo que forja Hefestos, la armadura”, objetó Cristina.

“Bueno --acotó irónicamente Laura--, también el de sus pies, aunque no pueda alcanzar a una tortuga, según argumentó Zenón para respaldar a Parménides”.

“Extravagancias de un sueño --dijo Griselda--, una imagen onírica que representa no poder alcanzar lo que deseamos”.

“A veces pienso que es mejor así --dijo seriamente Cristina--. No sé lo que sucedería de alcanzar lo que se desea”.

“¿Lo decís por Aquiles?”, preguntó Laura. “Tal vez --respondió Cristina--, es el guerrero invulnerable, invencible, que eligió la muerte, lo que equivale a decir que no es la muerte común, la que viviremos todos, sino una muerte anticipada, casi como decir una doble muerte, en otro sentido, claro. Una muerte que parece sobreponerse a la que nos aguarda fatalmente. O tal vez, la omnipotencia de elegirla por anticipado acarrea la tentación de creer que algo se salvará, por de pronto la memoria de su nombre”.

“Tal vez tendríamos que revisar algo de eso --dijo Laura--. La insistencia en la Ilíada por los nombres, al modo de un cenotafio, como si todo consistiese en eso, el gravamen de alguien que distingue su nombre por el modo que tuvo de enfrentarse con la muerte, para salvar su nombre del olvido. Néstor, Podes, Arato, Menetio, Glauce, Talía, Halía y cientos más. Sin duda, la cualidad mejor de la literatura es su posibilidad de evocar aquello que alguna vez fue, o aquello que no ha sido y ahora es. Héctor, Aquiles, Eneas, Odiseo, no podemos asegurar que fueron reales, pero sus existencias es más conocida que la de la mayoría de los hombres”.

Sonia recordó que entre los griegos, el nombre cobraba un valor fundamental al ser término de un razonamiento. “Tanto como lo que permite la posibilidad de un universal, de una verdad. “Todos los hombres son mortales”, depende del pensamiento de un sujeto donde este se constituye, aunque esta proposición sea imposible de comprobar, mientras haya hombres”.

“Lo cual significa que lo universal es producto de un surgimiento incalculable”, expresó tímidamente Laura.

“El griego era la lengua de la verdad porque en griego fue posible la filosofía, los que no lo hablaban eran bárbaros”, expuso Cristina.

“Para nosotras, sin la necesidad imperiosa de ser madres, exigir que todos los desaparecidos sean reconocidos es una exigencia como sujetos políticos que se constituyen activamente en un estado de derecho”, agregó Sonia.

"¿Y el resto?", inquirió Laura.

“El resto es excelente literatura”, afirmó complaciente Griselda.