“Recuerde que tiene que registrar los palos para que no les pongan problema”, le dijo un policía en la entrada del Congreso a una mujer indígena que ingresaba a hablar con un congresista. 

La escena se dio el viernes pasado mientras la guardia indígena hacía una minga en la Plaza de Bolìvar para acompañar y vigilar que el Plan Nacional de Desarrollo (PND) incluyera los acuerdos que habían pactado con el gobierno. Muestra como el bastón se convirtió en el símbolo del abismo que separa a la organización indígena del país con un sector de la sociedad.

Mientras el policía y parte de la opinión ve un arma, los indígenas ven otra cosa. “Nuestro bastón es el pensar del abuelo, el pensar de la abuela. El bastón no es un arma”, dice Luis Acosta, el Coordinador Nacional de las Guardias Indígenas en Colombia. Acosta lleva un sombrero con una cinta verde, poncho negro y del cuello cuelga su bastón con una cinta de varios colores, y fue el guía de La Silla durante esta inmersión en la guardia indígena que estuvo varios días en la capital. 

Luis Acosta, Coordinador Nacional de las Guardias Indígenas en Colombia

La guardia en Bogotá

Las comisiones de comunidades indígenas del Cauca, Valle del Cauca, Caldas, Risaralda, Huila, Meta y Chocó comenzaron a llegar desde el 1 de mayo, día de los trabajadores, a Bogotá para apoyar las reformas del gobierno Petro. Luego se quedaron en una movilización permanente, que suscitó temores y críticas, para exigirle al mismo gobierno y al Congreso que se respetara lo acordado en las mesas de concertación sobre el PND.

La organización indígena tiene esa doble condición. Por un lado, hace parte de la coalición amplia de organizaciones sociales que apoya al gobierno Petro. Pero por el otro, tiene intereses propios y dinámicas independientes que incluso pueden chocar con los intereses del gobierno.

El jueves, la minga indígena llegó a la Plaza de Bolívar con sus bastones de mando en mano, lo que desató polémica porque ciertos sectores dijeron que estaban armados. El exministro de Defensa de Santos, Juan Carlos Pinzón, trinó: “Una organización armada con evidente entrenamiento y mando, toma el Capitolio en Bogotá”, mientras que Álvaro Uribe Vélez señaló que le preocupaba que las guardias indígenas “se van constituyendo como ejércitos privados desafiantes” y que puedan ser alternativos o sustitutos de las Fuerzas Armadas según él.

La Guardia Indígena está, en efecto, muy organizada. Lo hacen según las necesidades de cada comunidad. Hay organizaciones locales, zonales, regionales y nacionales. Cada una tiene su coordinador, que a su vez responde al de mayor rango. Hay guardias en resguardos y comunidades indígenas en 29 departamentos. En total son 90 mil guardias, incluyendo a la del Cric (Consejo Regional Indígena del Cauca), la más grande, que tiene 20 mil integrantes .

La guardia llegó en fila empuñando sus bastones. Entraron por la séptima y comenzaron a recorrer los cuatro lados de la Plaza. Eran más de 600 personas, la mayoría hombres, de los pueblos Embera Dobidá, Embera Chamí, Nasas, Sikuanis, Katíos, Wauna y Yanaconas que caminaban uno tras otro alrededor de la plaza mientras la voz de Luis Acosta resonaba en los altavoces. Él gritaba, “fuerza, fuerza” y ellos, a una voz respondían, “guardia, guardia”.

En un momento la cabeza de la fila vuelve a las escalas de la entrada del Congreso que se llenan como los renglones de un cuaderno. Los líderes regionales de la Guardia se comunican mediante radio transmisores y un indígena de buzo azul guía la fila en los escalones con su bastón de mando.

Más que un palo de madera

El bastón de mando es un símbolo sagrado de autoridad espiritual y sabiduría dentro de los pueblos indígenas que hacen los mayores de la comunidades. Los futuros guardias hacen un semillero donde se preparan para defender su territorio. Son elegidos por en una asamblea por la comunidad y les entregan los bastones en un ritual que varía según la cultura de cada pueblo.

El bastón termina siendo un complemento o una extensión de su cuerpo. Si alguien lo llega a perder, las autoridades indígenas le imponen un castigo. Los bastones son de diferentes tamaños, y pueden ser lisos o tallados. Cada quien le pone plumas, atrapasueños o cintas de colores, casi siempre son rojas, verdes, negras o blancas, pero todas tienen un significado en un objeto que está lejos de ser simplemente un arma contundente.

El material con el que está hecho depende de la madera que hay en cada territorio. Por ejemplo, el de Luis Acosta, que es del Cauca, está hecho de palosangre y se lo regaló un guardia al que le decían “Caimán”. A él se lo llevó el río Amazonas y no volvieron a verlo.

El acto simbólico continuó con la guardia de pie. Escucharon a cada uno de los líderes que cogió el micrófono para dar su discurso. Todos empezaron con el grito: “guardia, guardia” a lo que todos respondieron “fuerza, fuerza”. Con el paso del tiempo algunos se sentaron en las escalas, cansados del viaje en chiva desde sus territorios. Muchos llegaron el mismo viernes en la mañana.

Uno de los que se sentó fue “Nacho” Betancur, un guardia de la comunidad Embera Chamí, de Caldas. Tiene dos bastones, un bastón de mando regional y otro de medicina. Ante la pregunta de qué significado tienen los abrazó con fuerza y trastabilló para articular en palabras un significado que lo llenaba de emoción. El regional es de árbol de chonta y se lo dieron sus mayores en Caldas. Ese es liso, mientras que el de medicina es más grueso y tiene un tallado en forma de espiral de arriba a abajo.

En las filas de abajo está Anyi Valencia, es de una comunidad indígena de Supía, Caldas, trabaja en la UTL del representante David Bañol. También tiene dos bastones: el de mando y uno espiritual. Ella siempre lleva el segundo porque es la manera de presentarse a los espíritus que hay en el territorio. Ella es mando tercera de la guardia de su comunidad.

La guardia de su comunidad está conformada casi en su totalidad por mujeres, lo que no es muy común en el país. Allí hay una junta directiva, una mando mayor que es la autoridad, una mando segunda que se encarga de las labores de secretaría y ella, que es mando tercera, apoya la defensa territorial y en este caso, también la espiritual.

Pero la defensa del territorio no solo se hace allí mismo. Valencia también ha participado en audiencias públicas relacionadas con la minería en su territorio. En una de esas audiencias entró junto con varias personas gritando indignadas, con sus bastones de mando en mano, porque en el proceso no hubo consulta previa a la comunidad indígena.

A la izquierda de ella están las comunidades del Chocó e Iván Tascón, coordinador de la Organización Asorewa. Su bastón es de oquendo y está tallado con las figuras de un cacique y más arriba de una mayora. Tiene una cinta roja que simboliza la sangre que derramaron sus ancestros, una negra por el luto de sus abuelos, otra amarilla por el sol y la riqueza y una azul que representa el agua y el cielo.

Una de las labores más importantes de la guardia es defender el territorio y sus sitios sagrados de cualquier actor que llegue a transgredirlo. La guardia se ha enfrentado a las Fuerzas Armadas,  grupos paramilitares y multinacionales que entran a sus territorios sin permiso. Esto ha terminado en retenciones de soldados, personas heridas o muertas de lado y lado. 

Frente a las escaleras, un grupo de indígenas empieza a fumar puros de tabaco, que terminan llegando a las escaleras. Pocos minutos después hay tabacos en casi todas las filas. Fuman sentados mientras escuchan a los líderes y los comparten con espontáneos en la plaza.

Muchos pueblos, una sola guardia

Cuando terminaron las intervenciones sonó el himno de la Onic, la organización que agrupa a 64 pueblos. Casi todos bajaron de las escalas y algunos hicieron un círculo al frente para bailar con las canciones que sonaban en los parlantes. A los pocos minutos, se dispersaron por la Plaza para esperar el almuerzo que llegó a las 4:30 de la tarde.

El almuerzo venía en carros desde la Universidad Distrital, donde lo prepararon los mismos indígenas. Allí, les permitieron la entrada desde el miércoles, después de tener que pasar algunas noches durmiendo en sus chivas. Pudieron entrar y armar sus carpas en algunos salones de la Distrital gracias una organización de estudiantes indígenas, profesores y miembros de la Primera Línea, con los que tienen contacto desde desde el estallido social del 2021.

Los alimentos los recogieron en sus territorios antes de viajar a Bogotá, también hicieron recolectas entre las comunidades para costear los viajes y la Onic dispuso de la plata de los proyectos productivos de café para costear los viajes.

Tan pronto llegaron las ollas con frijoles, arroz, pescado, ensalada y limonada, las personas comenzaron a hacer fila con platos y vasos en las manos, que hacen parte del kit minguero: carpa, cobija, coca para mambear, chirrinchi para el frío y, claro, el bastón de mando. Todos comieron, incluso otros espontáneos que se quedaron viendo el acto simbólico.

Luego del almuerzo, un líder llamó a toda la guardia a formar filas, ya no en las escalas, sino al frente. Toda la guardia se organizó y dejaron unos dos metros de separación entre cada fila. Aunque tenían una posición relajada, su voz era firme cuando un líder cogía el micrófono nuevamente para gritar “guardia, guardia” y ellos responder “fuerza, fuerza”.

Siguió el turno del jaibaná, líder espiritual, Arnoldo Arcila. Comenzó su discurso en una lengua nativa hasta que volvió a hablar español. A su lado, varias personas fumaban tabaco y exhalaban el humo hacia la guardia.

“Quiero que todos acerquen su bastón al pecho para que reciban la energía”, dijo el jaibaná. Todos lo hicieron como si fuera un ser querido y lo abrazaron con fuerza por unos segundos.

Cuando el Jaibaná terminó de hablar, sonó el himno de la Guardia indígena y un hombre que llevaba la bandera de la Onic, salió corriendo hacia un costado de la Plaza. Todos lo siguieron en fila para rodear la plaza. En cada vuelta, la cabeza de la fila se cerraba formando una espiral. Los desprevenidos que tomaban fotos quedaron entre las paredes de guardias que hacían “la espiral de la vida”, que se cerró en el centro de la Plaza, alrededor de la estatua de Bolívar.

Al final, Luis Acosta volvió a llamarlos a todos, con su bastón arriba y toda la guardia corrió para levantar los bastones al lado del suyo y dijo: “esto somos nosotros, la Guardia es una sola”.

Sobre la reacción alarmada de periodistas y políticos, que vieron una guardia “armada”, Luis Acosta dice que es ilógico, “ni en los más grandes choques que ha tenido el movimiento indígena ha habido armas. Eso es ignorancia”.

Cuando se acabó el acto simbólico, Luis Acosta pidió a la guardia que recogiera las basuras que había cerca de las escalas del Congreso. Todos obedecieron y se fueron caminando hacia la Distrital para luego subirse a las chivas que los llevaron de vuelta a sus territorios. 

Soy practicante de la Unidad Investigativa. Estudié periodismo en la Universidad de Antioquia. Allí fui parte los medios Alma Máter y De la Urbe. Participé como coautor del libro “Medellín Clandestina”, del periódico De la Urbe y en la línea de tiempo 50 años de violencia y resistencia en...