La pintora Isabel Guerra, sobre la covid: “El arte no puede ser como un telediario donde se magnifica lo malo"

En una entrevista concedida a Aleluya, la conocida como 'monja pintora' ha repasado su prestigiosa trayectoria y advierte que el arte está más politizado que nunca

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No fueron muy originales a la hora de referirse a Isabel Guerra con el sobrenombre de ‘la monja pintora’. Porque efectivamente es monja y pintora. O tal vez al revés. Lo cierto es que a lo largo de sus 72 años de vida ha tenido el privilegio de servir a sus dos amores: a Dios y al Arte.

La llamada la percibió a los doce años, aunque no fue hasta los 23 cuando esta artista nacida en Madrid comenzó a vivir su vida consagrada cuando ingresó en el monasterio de la orden cisterciense de Santa Lucía, en Zaragoza. Su interés por la paleta y el pincel la desarrolló antes, prácticamente al nacer. A los trece años ya exponía sus cuadros en las galerías de arte del Madrid de la década de los sesenta, cuando la cultura comenzaba a despertar de su largo letargo.

El Museo del Prado se podría decir que es su ‘Alma Máter’ y una de sus grandes fuentes de inspiración. Cuando Aleluya se puso en contacto con la hermana Isabel Guerra, nos contaba que se encontraba en su estudio (un tanto desordenado, como ella mismo reconoce durante la charla) del monasterio. Creando, como no podía ser de otra manera.

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Los expertos afirman que la técnica empleada por Isabel Guerra en sus producciones es velazqueña e hiperrealista. La mujer trabajadora y los niños suelen ser protagonistas de sus cuadros. Considera que el arte actual es de usar y tirar, además de estar demasiado politizado. Y como no puede ser de otra manera en tiempos de covid-19, le hemos preguntado si recreará la pandemia que padecemos a través de su particular visión. Su respuesta no deja indiferente. Léanlo, merece la pena.

Doña Isabel, es usted hija única, de la posguerra, procedente de una familia con inquietudes culturales de Madrid... ¿Fueron sus padres quienes le inocularon el amor por el arte?

De una forma directa diría que no. Pero el ambiente de aquel tiempo, aunque no había la afición por el arte que luego se produjo a raíz de los sesenta y setenta, eran personas que tenía su cultura, su afición a las cosas bellas que tiene la vida como el arte. No es que ellos me llevasen a sitios para predisponerme de forma especial a estudiar arte, pero el ambiente de casa era un buen caldo de cultivo para que alguien se aficionara al arte.

¿Guarda buen recuerdo de su infancia?

Guardo el mejor de los recuerdos de una infancia serena, en una familia profundamente creyente. Yo era hija única. Tenía primos que hacían de hermanos. Tuve un hermano que murió al nacer… y en ese ambiente de personas mayores es en el que yo me movía. No digo que no me gustara jugar, estos ambientes hacen que los niños se adelanten un poco a su edad en algunas cosas, y todo ese ambiente de felicidad y tranquilidad fomenta estos valores del espíritu como son las artes. Tengo el mejor recuerdo de mis padres.

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Para muchos el problema laboral de España es la 'titulitis', es decir, valorar en exceso los títulos académicos. Usted a los doce años, sin ninguna formación, empezó a crear con un pincel y a los trece años ya exponía sus muestras... ¿El arte se aprende o es algo innato y la formación solo sirve para perfeccionar?

Yo creo que cada uno nace con cualidades para algo en concreto. La dificultad está en que hay personas que no logran dar con ese algo y sufren un poco en su infancia y juventud hasta que lo encuentran. Incluso cuando hacen otra cosa, se dan cuenta de que no era lo suyo. Yo tuve el privilegio de darme cuenta rápido de lo que me gustaba, que eran las artes plásticas. Yo siempre dibujaba, los lápices eran mi pasión y en el correr de los años de mi infancia aquello iba en aumento y a los doce años tuve la gracia de Dios de que me regalaran una caja de óleos, sin saber muy bien qué era.

Al día siguiente empecé a usarlos en la terraza de mi casa en la sierra madrileña, y ese cuadrito todavía lo tengo. Estaba realizado sobre la tabla de una vieja caja de puros de mi padre. Me trae muy buenos recuerdos.

¿Quién le regaló el primer pincel?

Fueron mis tíos por mi cumpleaños. Ahí estaba mi futuro.

A usted el Museo del Prado le ha dado mucho... ¿Cómo fue la primera vez que lo visitó?

Tuve la suerte de tener primos mayores, y con uno de ellos tenía una relación de hermanos, al ser un chico muy brillante, muy conocedor y aficionado a las artes. Al ser mayor iba con él y mi madre al Museo del Prado. La primera vez no sabes de qué va, pero luego fue mi casa. Si uno quiere crecer en la pintura lo que tiene que hacer es ver mucho arte, muchas exposiciones y los grandes museos, porque es lo que te enseña. Y luego trabajar mucho. La docencia en Bellas Artes de hoy es lamentable, pero los pintores se siguen formando con el estudio personal y el trabajo de los grandes maestros. Yo era una niña rebelde y no quise ser discípulo de nadie, porque comprendía que si me hacía a la manera de alguien era difícil que saliera la mía propia.

¿Fue en el Prado donde usted aprendió la técnica velazqueña y el estilo hiperrealista que, según los expertos, caracterizan sus producciones?

No solo en el Prado, porque Madrid se convirtió en una capital donde proliferaron las grandes galerías de arte de todo tipo y de toda tendencia. Ahí aprendes mucho también, no solo en los museos. Eso es importante, relacionarse con el mundo de las artes plásticas, no encerrarse solo en un museo determinado. El usar y tirar se lleva mucho ahora, y cuando yo empezaba no era así. La pintura y las artes tienen que tener la suficiente hondura y expresión de una persona concreta que ponga todo su corazón, y no para que dure un momento, sino que trascienda en el tiempo. No puede estar acogida a las modas.

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Los 23 años fue una edad clave para usted, ya que fue cuando ingresó en el Monasterio de Santa Lucía, en Zaragoza... Supongo que no es una decisión que usted tomara a la ligera. ¿En qué momento escuchó la llamada?

La llamada fue a los doce años, cuando decidí de manera práctica que mi vida tenía que ser consagrada al Señor, al que ya amaba profundamente. Me sentí llamada, pero a los doce años no pude encontrar el lugar donde llevar a cabo esa consagración. A los 23 años encontré el lugar y la ocasión adecuada para realizar esa gran vocación. Encontré el Monasterio de Santa Lucía y aquí llevo cincuenta años.

¿Su faceta religiosa y pintora fue en un primer momento incomprendida por muchos?

Al contrario, porque se dieron cuenta de que si yo entraba tal y como tenía enfocada mi vida, como una pintora reconocida que hacía sus exposiciones, lo mejor era que me dedicara a eso. Además, en el Cister, tenemos la regla benedictina. San Benito en su regla parecía que pensaba en mí, porque dedicaba un capítulo entero a los artistas del monasterio. Es decir, está muy vinculado el arte a nuestra vida cisterciense, como hijos de San Benito. Por eso no ha causado ningún trauma de disgregación en mi persona, porque es un ambiente adecuado para el cultivo de las artes. Además, el trabajo de las hermanas en el monasterio, es la restauración de libros y documentos antiguos y la encuadernación.

Cuénteme cómo es su taller donde realiza sus creaciones...

Pues mire, a una parte del estudio algunos lo llaman NASA (ríe) y la otra parte ya es un estudio clásico. Lo llaman la NASA porque yo soy muy aficionada a toda la creatividad que nos proporciona la informática, y la pintura digital me parece apasionante. Pintores como Velázquez ya utilizaban las tecnologías más avanzadas de su tiempo para los cuadros que hoy nos parecen normales. Velázquez utilizaba la cámara oscura para las Meninas, por ejemplo. No es nuevo que el pintor se aproveche de estas grandes tecnologías que están surgiendo, y cada día más. La pintura digital es además enormemente creativa que facilitan mucho los bocetos, y te evitan trabajo. Hoy en día no hay pintor que no utilice estas tecnologías. Pero mi estudio no es enorme, la mitad es mi NASA privada y el resto un estudio normal.

¿Es usted desordenada?

Pues sí, lamentablemente tengo que confesar que sí. Es el desorden ordenado y tengo miedo al orden porque cuando pongo algo en su sitio, no lo vuelvo a encontrar. Tengo horror a limpiar porque quita mucho tiempo (ríe a carcajadas).

Desorden a parte… desde luego usted cumple bien ese lema benedictino de 'ora et labora' ('Reza y trabaja'). En muchos de sus cuadros el trabajo de la mujer, generalmente de origen humilde, es protagonista. ¿Se ve identificada en esos retratos?

Nuestra orden tiene muy en cuenta el trabajo. En otras órdenes todo ha de venir de la mano de Dios. La persona debe trabajar, porque el trabajo es oración, no puede llover todo del Espíritu Santo. Para la vida del ser humano es muy importante. Los retratos de las mujeres, cuando me encontré con ese mundo, había que inventarlo. Es representación de nuestra propia vida. Lo que estaba siendo mi inspiración y mis modelos era algo real, no forzado, sino lo que vivía cada día. Luego fui incorporando jóvenes para que se sintieran identificadas.

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La infancia y sus sueños también es una temática muy recurrente... ¿los niños de hoy son menos soñadores que los de su generación?

Pues no lo sé, intento representar algo que inspire la sensación de que puedan volver a soñar y ser felices. El momento que les ha tocado vivir es tan duro… Es muy distinto a lo que hemos tenido nosotros, porque ahora mismo la situación es anómala por completo, y se refugian en cosas que pueden tener fines muy desastrosos para ellos. El confinamiento les hace vivir encerrados con juegos informáticos que sirven bien al arte y a la cultura, pero perjudica a niños y jóvenes, porque no les dejan vivir en la libertad y en la creatividad, sino que se lo dan todo hecho en una máquina. Los niños de mi época inventábamos nuestras historias que nos inspirábamos en películas y en la literatura. Ahora se vive detrás de una pantalla.

¿La pandemia del coronavirus tendrá un cuadro 'made in Isabel Guerra'?

No se me había ocurrido, pero veo tantas cosas, que de repente el otro día pensé que podía expresarlo de alguna manera. Pero si lo hago, quiero que sea en positivo. Lo que no podemos hacer los que nos dedicamos al arte es expresar nuestros sentimientos como si fuéramos un telediario más. No podemos meter solo negativismo. No quiero que mi obra sea un pobre telediario donde solo se magnifica el horror y el desastre, porque también hay cosas buenas y personas entregadas a sus hermanos, los hombres. Eso no puede manifestarse solo con un aplauso, sino de otra manera. ¿Cómo podría ser esa pieza? Pues irá surgiendo, pero quiero que sea algo positivo y esperanzador, que no nos hunda más en el problema que estamos viviendo.

¿Tenemos buena cantera de pintores?

Pues a saber. En España siempre los ha habido. Es una tierra de grandes maestros. Pero realmente es difícil saberlo ahora mismo porque no se está haciendo nada. Solo se hace pintura de usar y tirar y está muy politizado. La pintura tiene que ser libre, por eso se llaman ‘artes liberales’. Ahora está más politizada que nunca. Es prácticamente inexistente. No encontrarás ningún diario o revista que se dedique al arte. Es muy triste. No verás que ningún político le hable para nada de lo que son las artes. La cultura para ellos son los conciertos, la ‘prensa rosa’… y eso no es así.

Desde hace siglos el Arte y la Religión viven un bello idilio. ¿Teme que el afán laicista de parte de la población haga que las próximas generaciones sean incapaces de interpretar el arte sacro?

En los últimos tiempos a los niños se les lleva cogidos de una cuerda al Museo del Prado y se les pone delante de un cuadro y se les dice… ‘es una señora con un niño en brazos’, cuando puede que sea uno de los grandes cuadros religiosos de la Historia. Ni sabe el que les está llevando ni se enteran los niños para nada.

La última, y si quiere contestar… ¿Cuánto dinero le han llegado ofrecer por uno de sus cuadros?

A mí no me ofrece nadie dinero por los cuadros. ¡No les dejo! La obra que yo hago no es para lucrarme. Yo vivo la pobreza de San Benito. No es problema para mí.

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