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Burning Man: el antifestival más famoso del mundo

Todos los años, 70 mil personas transforman un duro desierto de Nevada en una metrópolis temporal. Una verdadera meca contracultural y anticapitalista que atrae a neo hippies del todo el mundo, felices de vivir en una ciudad sin dinero y rodeada de fuego. Aunque sea solo por una semana.

3 octubre 2023

En el corazón del Oeste norteamericano, en medio de inhóspitas dunas, cañones que parecen infinitos y lagos secos que hace siglos tuvieron agua, surge de manera casi mágica la “ciudad” Black Rock. No es un municipio ni tiene gobierno, y solo existe durante Burning Man. Los entusiastas asistentes son los que traen los materiales para construir campamentos, edificios comunales y enormes obras de arte, en un espacio de 18 kilómetros cuadrados en forma de media luna conocido como la playa.

Luego de intensos siete días, con la misma rapidez con la que nace, Black Rock desaparece: la misma gente desmonta todo y cumple la promesa de «no dejar rastro”. Esto bajo temperaturas de más de 37 grados, en un desierto donde las tormentas de arena son comunes.

Fue en 1986 cuando los amigos Larry Harvey y Jerry James construyeron una figura de madera improvisada en una playa de San Francisco, luego la encendieron y una multitud se reunió para verla arder. Tras este hito surgió el primer festival que invitaba a un retiro espiritual y a vivir en un espacio de “cohesión social y cultural”. A principios de la década de 1990, el crecientemente popular evento se trasladó a Black Rock. Hasta hoy, los organizadores tratan de cumplir con los mismos diez principios que inspiraron a los dos amigos, y que son explicados en el “manual de supervivencia” que recibe cada participante:

la inclusión radical; el placer de obsequiar o “economía del regalo”; no regirse por las leyes del mercado; la autonomía radical; la autoexpresión libre; el esfuerzo comunitario; la responsabilidad cívica; el respeto por el medio ambiente; la inmediatez y espontaneidad; y botar las barreras entre las personas.

En Burning Man no se presentan grandes espectáculos, sino que se organizan actividades que combinan educación, arte, participación, trueque y la donación de todo tipo de productos y servicios. No hay comercio ni dinero, aunque son muy comunes las tiendas gratuitas donde algo se regala (la Tienda de Abrazos Gratuitos, por ejemplo). Lo único que se vende es hielo y café, además están prohibidos los patrocinadores y anunciantes.

Los participantes traen su propia agua, comida y regalos. Todo lo que sea necesario para subsistir durante una semana, ya que, aunque no está prohibido, la idea es no salir del lugar.

El nudismo sí es aceptado y muchos lo practican, mientras otros se esmeran en vestirse en forma estrafalaria y llamativa.

Varios de los artistas que asisten “pagan” su entrada al festival creando piezas luminosas, interactivas y psicodélicas que brillan en la abrazadora oscuridad de la noche de la ciudad-desierto. En esos momentos aparecen los «lamplighters», unos faroleros que iluminan las rutas del festival para ayudar a la gente a regresar a sus campamentos, vistiendo túnicas adornadas con llamas bordadas.

Tampoco se ve basura en el suelo, ya que todos se comprometen a no tirar desperdicios y a recogerlos si los ven.

Para asegurar la prometida inclusión, existe el “mobility camp”, un campamento habilitado para los participantes con alguna discapacidad y para personas mayores. También está Da Dirty Hands, una comunidad para los asistentes sordos; y Blind Burners, un sector para artistas y voluntarios ciegos. Uni-Corny, en tanto, atiende a personas con alergias alimentarias.

Sin duda, una buena mezcla del decálogo hippie de los años sesenta con códigos culturales propios de los 2000, que contrasta llamativamente con la sociedad hiperconectada de hoy.

Hippiando bajo la lluvia

El momento más simbólico y esperado del festival se produce el día sábado, la penúltima noche del festival. En medio de una espectacular celebración con fuegos artificiales y explosiones, arde “El Hombre”, una gran efigie de madera. Obviamente, ésta también es levantada por los asistentes, conocidos como los burners o quemadores. Quienes asisten regularmente a esta cita recuerdan que en 2012 del fuego surgieron decenas mini-tornados, algo parecido a lo que sucede en las Fallas de Valencia.

Este ritual se realiza en medio del silencio total, ya que está dedicado a las personas que han fallecido. Durante la semana los participantes escriben mensajes en la figura de madera y dejan notas y fotos, con la idea de que al ser quemados exista algún tipo de conexión con los muertos. «Lo que aquí se vive puede producir un cambio espiritual positivo en el mundo», asegura la organización Burning Man Project en su sitio web.

Debido a la fama del festival, según sus críticos, éste se ha convertido en un “evento de moda”, cuyas entradas son cada vez más caras: desde los US$1.000 a los US$ 2.700, dependiendo del lugar donde uno quiera instalarse. Pese al precio, se agotan rápidamente.

Sin embargo, también hay “becas” para artistas y para gente que no puede pagar.

Hoy Burning Man ya no solo atrae a neo hippies de todo el mundo, sino que también a celebridades en busca de un “toque cool” para sus cuentas en Instagram. Al lado de las tiendas de campaña, ya es común ver las lujosas casas rodantes de actores, cantantes y millonarios como Paris Hilton, Cara Delevingne y Katy Perry. Muchos de ellos fotografían cada rincón del evento, violando una de las reglas no escritas: apagar el celular y disfrutar en privacidad y lejos del consumismo.

Este año, la buena onda y el sentido de comunidad fueron puestas a prueba.

En 2023, el tema de Burning Man, que comenzó el 27 de agosto y tenía previsto concluir el 4 de septiembre, fue “Animalia”, una exploración de “todas las formas de vida, reales o imaginarias”, concepto que inspiraría pabellones, instalaciones y acciones de arte. Sin embargo, poco de eso se pudo realizar: en solo 24 horas, llovió el equivalente a entre dos y tres meses. Más de 70 mil personas quedaron atrapadas en un espeso barro que llegaba hasta los tobillos; reinó el caos y la desesperación por salir rápido del lugar. Entre los que caminaron kilómetros por el lodo estaba DJ Diplo, quien incluso tuvo que hacer dedo para escapar. Finalmente, un fan lo reconoció y lo subió a la parte trasera de su camioneta. Ahí el DJ se encontró con el comediante Chris Rock, otro “burner”.

Para apurar el rescate, los organizadores tuvieron que flexibilizar las reglas y permitir la entrada vehículos con tracción en las cuatro ruedas y neumáticos todo terreno. “Hemos venido aquí sabiendo que es un lugar al que hay que traer todo lo que necesitamos para sobrevivir. Burning Man es una comunidad de personas que están dispuestas a apoyarse mutuamente. Es por eso que estamos bien preparados para un evento climático como éste”, afirmó la organización para calmar los ánimos.

Obviamente, no se pudo realiza la quema de “El Hombre”, pero los asistentes no quedaron sin expresarse: espontáneamente, empezaron a construir esculturas de barro.

Al parecer, el espíritu de Burning Man nunca se apaga.