El delta del Tigre, selva amazónica a las afueras de Buenos Aires

El delta del Tigre, un enjambre de islas en los brazos de la desembocadura del gran río Paraná

Para entender el delta del Tigre, es necesario conocer su génesis, en el corazón de Brasil. Los casi 5.000 kilómetros del Paraná, uno de los ríos más largos del mundo y el segundo de Sudamérica tras el Amazonas, reciben las aguas de una extensa cuenca que se extiende por Brasil, Paraguay, Uruguay y todo el noroeste argentino.

El río Paraná es frontera natural durante varios kilómetros entre los dos grandes colosos sudamericanos. En él, por ejemplo, vierte sus aguas el río Iguazú, mucho más popular por sus espectaculares saltos y cataratas que por su importancia real como caudal.

A su paso por Argentina, el Paraná crea curiosas dualidades a una y otra orilla. Ocurre con Resistencia y Corrientes, capitales de sendas provincias (Chaco y la homónima), ubicadas a un lado y otro del río, y más cercanas entre ellas que con muchos puntos de sus propios territorios, que se extienden a izquierda y derecha. Son llamadas «ciudades gemelas», y se da lo mismo más al sur, con Santa Fe y Paraná (capital de Entre Ríos).

El Paraná es el origen del gran estuario del Río de la Plata, en donde desemboca. Pero también, en sus últimos kilómetros, antes de convertirse en ese semimar que une a argentinos y uruguayos, conforma un delicioso delta que es uno de los mayores encantos del gran Buenos Aires para los visitantes locales y muy desconocido, sin embargo, por los foráneos.

¿Cómo llegar a Tigre, este pequeño paraíso en las afueras de Buenos Aires?

A 35 kilómetros de Capital Federal, se puede llegar a Tigre en tren (puede tomarse en Retiro o en la estación de Barrancas de Belgrano), en el autobús número 60 o «Panamericano», o también en tren, pero en este caso turístico (más caro), el «Tren de la Costa», que atraviesa el barrio residencial de Olivos y transcurre con vistas al río. Desde Retiro, es necesario hacer transbordo en la estación de Mitre.

Tigre es una ciudad con parte continental, donde visitar algunos buenos museos o deleitarse con los frescos olores del Puerto de Frutos. Pero, sobre todo, Tigre es una sucesión de islas y canales terrosos cubiertos por frondosa vegetación. Por semana, se trata de un lugar apacible donde el tiempo parece detenerse. En fin de semana, los porteños con segunda residencia acceden a sus casas en pequeñas embarcaciones que atracan en los aún más pequeños embarcaderos. Todas las viviendas tienen escaleras que dan al canal, donde esperan las lanchas o botes.

A pesar del poco atractivo color marrón del agua, no se debe a la contaminación, sino a una especial carga de mineral de hierro que viene arrancando desde las zonas más selváticas del norte. En pequeños rincones a ras del agua, las corrientes han depositado finas arenas doradas que dan lugar a minúsculas playas fluviales.

Aunque hay islas de mayor tamaño, donde internarse en la selva durante horas, como en el barrio de Tres Bocas, para la mayoría de los trayectos son imprescindibles las embarcaciones. A pesar de estar tan cerca de la vorágine de la gran ciudad, al Delta parece que no han llegado las prisas ni la civilización, y bien podríamos estar en cualquier remoto punto del Amazonas.

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