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Juana Azurduy, el llanto de la madre Patria

Con el avance de la edad ella pasaba largas horas en silencio y en compañía de una pequeña caja que contenía el nombramiento al grado de teniente coronela que le hizo Belgrano y otras condecoraciones

Fuente: Danitza Pamela Montaño T/Tarija Conecta

11/10/2022

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“Ninguna tuvo su furia, su tesón, su entrega, su pasión. Ninguna en el mundo, hasta ella, había llegado tan alto en la conducción de una guerra y de un ejército, en este caso, de la Independencia latinoamericana contra el imperio español”.


Ninguna perdió tanto ni lloró tanto mientras combatía. Ninguna fue tan amada por los gauchos y los indios, ni fue tan respetada por el gran Manuel Belgrano, que le entregó su sable, que bendijo su uniforme, que confió en ella como lo hizo San Martín. Y fue comandante de las tropas en la Guerra de las Republiquetas de la Legua bajo el mando de Martín Miguel de Güemes


Ninguna parió la patria en un parto tan prolongado ni tuvo un destino tan trágico, sólo comparable con el vía crucis maldito del cadáver de Evita, o de las revolucionarias de los años 70, secuestradas, torturadas y sus hijos robados por el Estado terrorista. Porque 200 años antes, Juana Azurduy de Padilla brilló como la estrella más incandescente de las batallas por construir nuestra Patria Grande, siempre atravesada de combates ganados y perdidos, de olvidos de sus héroes siempre abandonados al borde del camino de la historia y siempre, como ella, recuperados para la memoria que no cede en redescubrir a Juana, así describe la escritora argentina Maria Seoane a la gran Juana Azurduy.


La heroína nació el 12 de julio de 1780, en Chuquisaca (actual ciudad de Sucre), un año antes del inicio de la revuelta protagonizada por Tupac Amarú II que conmovió a toda la región y fue brutalmente reprimida por las autoridades españolas. Juana era hija de doña Eulalia Bermúdez (mestiza, hija de padre español y madre india) y de don Matías Azurduy, un hombre blanco que poseía haciendas en la región. Desde niña acompañaba a su padre en las labores rurales junto a los indígenas que trabajan sus tierras. De esta forma aprendió a ser una excelente jinete y dominó las lenguas quechua y aymara, habilidades que resultarían muy importantes en su futuro como guerrillera revolucionaria.


Cuando alcanzó sus 25 años se casó con Manuel Ascensio Padilla, hijo de un estanciero vecino a la propiedad de ella. Fruto de ese matrimonio nacieron sus cinco hijos, todos participaron en las batallas. La lucha comenzó con los ideales, pues con su esposo compartían sueños independentistas, esto los impulsó a comandar un ejército. Y fue así cómo comenzó el calvario de Juana.


Cuando Azurduy de Padilla huía del ejército español junto a su esposo, le pasó algo terrible. Perdió a sus cuatro hijos a causa de la malaria, la tragedia le sucedió en la clandestinidad y sin posibilidad de acceso a atención médica. Esto la devastó.


Los combates continuaban y pese al dolor Azurduy seguía en su lucha. En medio de clandestinidad Juana y Manuel dieron a luz a Luisa, su quinta hija. Sin embargo, el sufrimiento de la madre patria continuaba. Un día apresaron a su esposo y lo asesinaron tras terribles torturas que alcanzaron su máximo cuando le cortaron la cabeza y la exhibieron en la plaza pública.


Azurduy logró escapar del campo de batalla a caballo, y desangrándose a causa de las heridas profundas que le habían provocado los proyectiles que habían impactado en su cuerpo, en el camino le informaron de su nueva condición de viudez, al enterarse intentó regresar para morir con su esposo en ese lugar, pero sus seguidores la hicieron desistir.


Desgarrada y llena de ira Juana hizo todo hasta lograr rescatar la cabeza de su marido para darle sepultura. En ese momento su odio creció a raudales contra el ejército español.


Dolida pero no vencida, se unió a la guerrilla de Martín Güemes y asumió el mando con el grado de Coronela. Cuando Manuel Belgrano la vio en pelea, le asombró tanto su destreza que le entregó su espada en reconocimiento a su lealtad a la causa.


La muerte de Güemes en 1821 marcó el fin de la guerra para Juana, quien huyó a través de la selva chaqueña junto con su hija. Desde ese momento llegó para ella el olvido, pues ningún gobierno boliviano se acordó de la patriota hasta que en 1826 Simón Bolívar, acompañado por el mariscal Antonio José de Sucre, la visitaron para homenajearla.


Dijo, entonces Bolívar: “Este país no debería llamarse Bolivia sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”. Así le concedieron una pensión que sólo la mantuvo hasta 1830 y dejaron de dársela por vaivenes de la política.


Los registros revelan que Azurduy intentó en numerosas ocasiones que el Gobierno de la nueva nación le devolviera sus bienes para poder regresar a su ciudad natal, pero a pesar de su prestigio no consiguió una respuesta favorable de los dirigentes políticos.


Sus últimos años

Cuando su hija Luisa Padilla se casó, Juana adoptó a Sandi, un joven discapacitado, quien le acompañó en sus últimos años llenos de silencio y olvido. Con el avance de la edad habitaba, los niños trataban de que les contara las historias de sus luchas independentistas, pero no lo lograban, pues ella pasaba largas horas en silencio, recordando a sus seres queridos y en compañía de una pequeña caja con todas sus pertenencias, pero principalmente contenía: El nombramiento al grado de teniente coronela que le hizo Belgrano y otras condecoraciones.


Juana murió en Sucre a los 81 años, en una habitación de alquiler, hundida en la miseria.


La enterraron sin honores militares en una fosa común en su ciudad natal. Muchos años más tarde, sus restos fueron enterrados en un mausoleo. En 2009 en Argentina la ascendieron a general del Ejército argentino y en Bolivia a Mariscal de la República boliviana.


La figura de Juana

La figura de Juana Azurduy es interesante por muchas razones. No sólo porque ella representó la lucha armada de la población indígena y mestiza alto-peruana agobiada por siglos de explotación colonial, sino también porque fue una mujer que se involucró en la causa independentista y tomó las armas contra los realistas en una sociedad que vedaba el acceso de las mujeres a la vida política. Pues en el corazón de Juana latían los ecos de las rebeliones andinas, que sacudieron al Virreinato del Perú a fines del siglo XVIII.


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