Horno solar

Un horno solar es uno de esos inventos que me gustan. Sencillo, puede ser hecho con materiales reciclados o muy baratos. En su versión más básica consiste en una caja de cartón pintada de negro. Y ya. Ponemos dentro una olla con lo que queramos cocinar, colocamos el conjunto al sol y esperamos. Puede alcanzar temperaturas superiores a los 100 grados centígrados (incluso muy superiores, en determinados tipos llegan a 200 grados e incluso los reflectores Scheffler a los 400 grados) por lo que es suficiente para cocinar cualquier cosa, incluso para potabilizar agua (ya vimos en el post anterior otro sistema solar y barato para esto mismo).

Por supuesto la cosa se puede complicar todo lo que queramos. Se puede conseguir el calentamiento tanto por efecto invernadero como por concentración de la radiación solar, o mediante una combinación de ambos. Los hornos se pueden hacer de materiales más duraderos, o más resistentes, o plegables... En fin, variaciones mil.

Pero todos ellos tiene en común que no necesitan otra energía que la solar. No hace falta ninguna infraestructura previa para hacerlos funcionar, no hace falta energía eléctrica, ni recoger leña, ni cortar árboles. Ayudan a reducir la deforestación, a darle más tiempo a la persona encargada de la cocina (al poder despreocuparse de conseguir combustible), no implican gasto alguno salvo el de la propia construcción del horno. Por supuesto también hay modelos comerciales, más complejos.

La posibilidad de cocer los alimentos ayuda al control de enfermedades, eliminando parásitos y bacterias. Y amplía el abanico de alimentos que se pueden preparar. Hacer pan, carnes asadas, y así una gran cantidad de recetas que quedaban fuera del alcance de mucha gente, lo que no afecta solo a lo buena o mala que esté la comida, sino a los nutrientes a los que se tiene acceso.

Lo dicho, ¡una buena idea!