Filippo Tommaso Marinetti

Jaime Obispo
4 min readOct 31, 2018

Las vanguardias históricas están ya bastante identificadas y su cronología es más o menos bien aceptada por convención. Sabemos que lo primero fue el fauvismo, luego el cubismo y de pronto se difumina la génesis de dos grandes categorías: el expresionismo y el arte abstracto. Todas estas corrientes tuvieron que ser investigadas casi arqueológicamente para situarlas y definirlas en el espacio tiempo. No fue necesario hacer lo mismo con el Futurismo, pues su primer manifiesto puede considerarse prototípico y paradigmático, con la suficiente solidez en su propio tiempo como para rastrear con facilidad la influencia que dejó en adelante.

No obstante, puesto que su origen es literario y no plástico podría aminorarse su relevancia y alegarse además que es (pictóricamente) un claro desprendimiento del cubismo. Pero en vez de comenzar a diluir a esta vanguardia, propongo recordar algunas de sus características sin omitir el carácter casi ingenuo, tal vez infantil, de sus propuestas.

La culpa de todo es del loco de Filippo Tommaso Marinetti, personajazo de carne y hueso dueño de un mostacho al estilo dandy, burgués hasta la médula y un poco cachetón, siempre elegantísimo, parlanchín y exagerado, que publicó en 1009 el Primer Manifiesto Futurista. En su proclama, abjura de las viejas tradiciones y vocifera a favor del amor violento a la velocidad, el dínamo, el motor y todas esas cosas nuevas, maquinarias y robóticas, que la revolución industrial trajo consigo.

He aquí la primera de sus ideas medio infantiloides: Los ingleses fueron los primeros en ver las grandes, monstruosas, máquinas a vapor más de cien años antes que los italianos y no se volvieron locos de amor por ellas, antes bien comenzó en Europa un movimiento romántico, bucólico, inclinado al paisaje campirano intocado por la industria y sus engendros. En contraste, resulta curioso que, muchos años después de haber iniciado el “progreso”, la defensa de la ruda y esclavizante estética del capitalismo provino de un italiano hijo de la cultura grecorromana; cuyos ojos eligieron detestar las ruinas del gran imperio romano pero brillaron deslumbrados con la idea de ver la campiña italiana convertida en sitios de ciudades que ardieran día y noche, ciudades vomitando aliento de fuego, ciudades atiborradas de chimeneas fabriles que sostuvieran con innumerables columnas de humo un cielo plagado de ruidosos monoplanos. O sea, era un niño grandote que se emocionaba con las máquinas. Aunque por otro lado, en este caso, en síntesis, podría sostenerse que Filippo es fundamental para entender el nacimiento de las ciudades distópicas, pantagruélicas, que diseñaron primero los arquitectos futuristas y llevaron a la práctica efectista películas de ciencia ficción como Blade Runner. Como ejemplo de esto compárese el edificio de la Estación para trenes y aeroplanos diseñado por Antonio Sant’Elia y el edificio de la Tyrell Corporation, ambos gordos y colosales, ambos bastante parecidos.

¿Qué otros rasgos inmaduros tenía Marinetti? Se agarraba a trompadas defendiendo sus ideas, propinaba zapes a los críticos y salía corriendo, se batió a duelo de espadas contra Percy Wyndham Lewis a quien le ganó de milagro pues no era esgrimista y su rival era experto, creía que la guerra era bonita, pensaba que la mujer debía ser aborrecida porque interrumpía el camino a la formación del “hombre multiplicado”, sonreía amablemente cuando le arrojaban jitomates podridos, odiaba a los austriacos, etcétera. Todos estos rasgos nos parecen desde nuestra perspectiva actual, síntomas de inmadurez, cuando no de simple insania mental, pero habría que juzgarlo conforme a su época. Según él, un buen futurista debía ser descortés por lo menos veinte veces al día. Imaginemos a un futurista todo amante de lo incorrecto soltar bofetadas léxicas a placer entre la actual generación “copo de nieve”. Una sola de sus frases bastaría para resquebrajar por toneladas y a lo largo y ancho de hectáreas la delicada piel de esta generación plena de sensibilidad. Y esto no es nada, comparado con lo siguiente: era fascista de corazón, amigo de Mussolini. ¡Pecado de pecados! Hoy en día no se puede pasar por persona bienpensante si se coquetea con ideas que proponen hacer daño de cualquier tipo. Filippo Tommaso proponía la guerra como higiene social. Basta eso para dejarlo enterrado y desterrado de la memoria. Y sin embargo sus manifiestos son hermosos. Sus mejores provocaciones están del lado de la cultura y no en su fracasada visión política. Es complicado ahora decir que arte y política son dos cosas que nunca se mezclan cuando sabemos que el poder es un juego omnipresente. El caso de Marinetti puede servir como ejemplo de la degradación que puede causar al artista su cercanía con el poder: todo ímpetu subversivo de un buen arte termina anquilosado.

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