El pintor, ceramista y escultor Carlos Páez Vilaró decía, hablando de los gatos: «Son mis amigos más antiguos, mis amigos silenciosos, que estéticamente me entretienen, me dan placer. A veces les pregunto: ‘¿Te gusta este color?’ Si me dice ‘miau’, entonces sigo adelante». Y en otra entrevista, hablando de su rutina diaria en Casapueblo, también dijo: «Me levanto por la mañana, me hago un cafecito, saludo a los gatos y empiezo a trabajar».

Carlos Páez Vilaró se fue para siempre el 24 de noviembre de 2014 a los 91 años, pero sus gatos siguen paseándose por las dependencias de Casapueblo, en la tienda, en el taller, en la biblioteca, en el museo…

Casapueblo surgió alrededor de una casita de veraneo que tenía el artista en Punta Ballena, a 13 km de Punta del Este, Uruguay. Dicho por él, fue construida sin planos previos, poco a poco, con trece desniveles para que todas las ventanas y terrazas estuvieran abiertas al océano Atlántico. Era la residencia de Páez Vilaró, que la describía como «una escultura habitable», y ahora se ha convertido en un hotel de cuatro estrellas con 20 habitaciones y 50 bungalows, y en una de las atracciones artísticas de Uruguay.

Carlos Páez Vilaró nació el 1 de noviembre de 1923 en Montevideo. En 1941 se trasladó a Buenos Aires y encontró trabajo en una fábrica de cerillas antes de pasar al sector de las artes gráficas. Al cabo de dos años regresó a Montevideo y descubrió las comparsas de la comunidad afrouruguaya. Se apasionó por su música y pintó cientos de obras en torno a este tema, compuso candombes y actuó como portavoz y defensor de un folclore que luchaba contra la incomprensión de todos.

En 1958 fundó, con otros artistas uruguayos decididos a fomentar el arte experimental, el Grupo de los 8, que participó en la Gran Exposición de Arte Internacional organizada por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

Poco después dejó Uruguay para trasladarse a Brasil y siguió profundizando en sus estudios sobre la cultura afrodescendiente. En la década de los sesenta viajó a París, donde conoció a Picasso, Dalí y a De Chirico, entre otros muchos. El director del Museo de Arte Moderno de París le animó para que expusiera en la Casa de América Latina. El éxito de esta muestra propició invitaciones para exponer en Inglaterra y Estados Unidos.

Sus investigaciones le llevaron a recorrer Colombia, Panamá, la República Dominicana y Haití en el continente americano. No contento con esto, viajó a África, visitando Senegal, Liberia, Congo, Camerún, Nigeria y Gabón, donde conoció y colaboró con Albert Schweitzer (https://gatosyrespeto.org/2014/08/16/albert-schweitzer-y-el-respeto/) en la leprosería de Lambaréné.

Durante su estancia en Francia escribió, con Aimé Césaire y Léopold Sedar Senghor, el guion de la película Batouk, dirigida por Jean-Jacques Manigot, un largometraje de 65 minutos de duración que clausuró el Festival de Cannes de 1967.

El 13 de octubre de 1972, el avión Fairchild Hiller FH-227 de las Fuerzas Aéreas Uruguayas se estrelló en la Cordillera de los Andes. Su hijo Carlos, uno de los jugadores del equipo de rugby Old Christian, se encontraba entre las 45 personas a bordo. Carlos Páez Vilaró siempre estuvo convencido de que su hijo seguía vivo y durante los 72 días que transcurrieron hasta encontrar a los supervivientes fue una de las personas que encabezó la búsqueda.

A partir de principios de la década de los setenta vivió entre Nueva York, Sao Paulo, Brasil y Uruguay. Posteriormente se instaló en Buenos Aires, donde permaneció 14 años. En esa época, a pesar de no ser arquitecto, diseñó una capilla de cultos múltiples, además de dedicarse a la cerámica, la escultura, la música y la literatura.

En 1997, este trotamundos acabó por dividirse entre sus dos talleres, el argentino y el de Casapueblo. Fue un pionero a la hora de integrar el arte a objetos cotidianos, aviones, barcos, cualquier cosa. También plasmó su pintura en aeropuertos, hoteles, edificios públicos. En todos los países que visitó dejó obras suyas, murales, cuadros, cerámicas. Pintó hasta el último día de su vida, seguramente rodeado de sus gatos, a los que tanto les gustaba el color.

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