La Historia de Azucena Butteler y de la Plaza Símbolo del Fervor por San Lorenzo de Almagro

(PUNTO DE ENCUENTRO OBLIGADO PARA LOS HINCHAS CUERVOS QUE EN LOS ESTADIOS SON ÚNICOS POR EL ENTUSIASMO Y LA ORIGINALIDAD DE LOS CÁNTICOS CON QUE ALIENTAN AL EQUIPO AZULGRANA)

AZUCENA BUTTELER fue una de las damas más distinguidas y acaudaladas del Buenos Aires de inicio del siglo Veinte. A su magnanimidad, reconocida sin excepciones en los salones dónde se daba cita la aristocracia porteña, agregaba una cualidad que no pocas familias patricias miraban con cierto desdén. Eran aquéllas que se atribuían ser descendientes de los próceres que habían modelado a su gusto a Buenos Aires. Miraban a la señora Butteler con cierto desdén por su actividad como activa integrante de la «Sociedad Protectora del Obrero», de cuya fundación y su impulso filantrópico había sido una de las promotoras.
En esta línea de apoyo a los más necesitados, incluídos los innumerables inmigrantes llegados al país que habían terminado hacinados en los miserables conventillos, donó a la Ciudad de Buenos Aires un terreno para construir en él un conjunto de casas económicas destinadas a obreros, pero dotadas de un mínimo de confort que las hiciera habitables.
Se trataba de una manzana comprendida dentro de las calles Zelarrayán y Senillosa y de las Avenidas La Plata y Cobo, en un sector del barrio Parque Chacabuco. Fue el primero donde se levantaron viviendas realizadas por el Estado argentino a través de una iniciativa municipal, en el marco de la Ley 4824/05 llamada de «Casas Baratas», también denominada Ley Ignacio Irigoyen, por el diputado nacional desde 1904 que sería gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1908 y 1910.

Una vista de la Plaza Butteler en toda su belleza

A cambio de la donación, la señora Butteler exigió como única condición que la obra edilicia que allí se levantase llevase su nombre, algo que después, por los avatares burocráticos y políticos previsibles, no se cumplió. Lo que la benemérita dama por entonces no podía imaginar (hablamos del año 1905) era que no entraría en la historia porteña por su filantropía y su magnanimidad, como ella deseaba, sino por ser bautizada con su apellido la hinchada de SAN LORENZO DE ALMAGRO.
Club que, recordémoslo, aquel año todavía no había sido fundado. Vería la luz recién el 1 de abril de 1908.

Decenas de bombos, o sea del «arma» que usa la Gloriosa Butteler, acumulados en la plaza


PADRE LORENZO MASSA, EL FUNDADOR

historia es conocida pero vale la pena repasarla, aunque someramente. El «alma mater» de San Lorenzo fue un sacerdote, PADRE LORENZO MASSA, quien estaba empeñado con todas sus fuerzas en sacar de la calle y proteger de los riesgos que ya en aquellos tiempos jugar en ella implicaba a los chicos del barrio, apasionados por aquel nuevo juego traído por los ingleses, llamado «football». Uno de ellos había sufrido herido al ser atropellado por un carruaje.
En la asamblea fundacional, en la que estuvieron presentes representantes de los clubcitos barriales de los alrededores, y tras fogosos debates, se aprobó el nombre de SAN LORENZO, sobre el que confluyeron los presentes por tres razones: 1) como homenaje al santo, 2) como recuerdo a la batalla ganada en 1812 contra las tropas españolas, en las adyacencias del convento santafesino así llamado, por el coronel José de San Martín al frente de su recién formado regimiento de Granaderos a Caballo, 3) como tácito agradecimiento al irreductible entusiasmo que, al servicio de la iniciativa, había animado al padre Massa.
El agregado de la partícula «de Almagro» se debió a que de esa barriada provenía la mayoría de los socios fundadores presentes, a los que se habían agregado quienes vivían sobre los límites con Boedo, Caballito y Balvanera.

El Fundador Lorenzo Massa

Pero volvamos al espacio donado por la señora Butteler que seguiría un atormentado itinerario. El 14 de octubre de 1905 fue promulgada una ley que autorizaba a la Municipalidad de Buenos Aires a emitir títulos para la construcción de las 64 viviendas previstas. En 1907 empezaron los trabajos que serían terminados tres años más tarde. La inauguración tuvo lugar el 1 de julio de 1909 bajo el padrinazgo del presidente Figueroa Alcorta y en presencia de lo más rancio de la sociedad porteña: el intendente Marcelo T. de Alvear, Alfredo Palacios, Roque Sáenz Peña, Carlos Saavedra Lamas, Ramón Falcón y otros aristócratas.
Vale pena repasar parte del discurso pronunciado por Alcorta porque refleja la mentalidad sectaria, racista y excluyente con que las autoridades de la época habían llevado adelante el proyecto, bien lejana a los propósitos altruístas y magnánimos de la donante. El jefe del Estado fustigó sin medias tintas a los futuros destinatarios de las viviendas, que serían en su mayoría los habitantes desalojados de los conventillos que pululaban en Buenos Aires.

El Presidente José Figueroa Alcorta

Dijo Alcorta: «El conventillo, el inquilinato y demás zahúrdas cerradas a la luz y al aire libre no limitan su acción al germento de las protestas aisladas y de los extravíos libertarios, no circunscriben su acción morbosa al desgaste gradual de lo que ha caído en sus garras, sino que extienden su influencia perniciosa sobre el porvenir, comprometiendo las energías vivas del país en un descenso seguro, pues nada hay más evidente que de ahí no pueden salir más que organismos valetudinarios, incapacitados para la lucha por el bien, por los ideales de la vida culta, por la conquista del progreso social»
Más claro, echále agua…
En estos conceptos del presidente Alcorta se encuentra ya delineado el proceso de emigración forzada a la que ya estaban siendo sometidos los habitantes de infinidad de conventillos, demolidos por la piqueta municipal, en un drama colectivo que el poeta Celedonio Flores titularía «El Éxodo de los Miserables» (ver en este mismo Blog con dicho título la edición del 1 de Julio de 2019).

El «Negro» Celedonio Flores

Para aprovechar mejor el espacio donado se trazaron, a partir de las esquinas del cuadrado, dos calles interiores que cortan la manzana en cruz, con una plazoleta central. Así se obtuvo un más amplio espacio perimetral para la cabida de un número mayor de lotes en relación con la manzana tradicional. Se levantaron 64 casas, todas construídas de manera idéntica, o sea divididas en cuatro secciones y distribuídas en dos ambientes, con un patio interior. Las paredes, como se mantienen aún hoy, estaban pintadas de color crema y las puertas eran de madera. Al principio, el acceso de automóviles estaba impedido por gruesas cadenas colocadas en las esquinas de ingreso.

Vista aérea de la plaza Butteler, dónde se puede ver por qué la llaman «la plaza crucificada»

LA PLAZOLETA «CRUCIFICADA»

La plazoleta «crucificada» tenía en el centro un tanque de agua con molino de viento que abastecía a todo el vecindario. En 1959, allí Hugo del Carril dirigió la película «Culpable». Y en 1972 la Municipalidad la bautizó «Plaza Enrique Santos Discépolo». El poeta tenía en el lugar a un amigo residente al que solía visitar. Un busto y una placa lo recuerdan.

Plaza Butteler lleva hoy el nombre de Enrique Santos Discépolo, el poeta al que un busto rinde homenaje

Así, hace poco menos de medio siglo, quedó sepultada en el olvido la única precondición que, para la donación del terreno, la señora Butteler había planteado.
El único que llenó el vacío dejado por la glacial indiferencia del Estado hacia el último deseo de la dadivosa dama porteña fue el cantor Carlos Varela, intérprete del tango «CALLE BUTTELER», que tiene letra de Ernesto Pierro y música de Saúl Cosentino y que en su voz se transforma en una pequeña y conmovedora joya. A Varela, como uno de los jóvenes intérpretes vocales de mejores condiciones, ya lo tenía yo señalado hace casi dos décadas, con los CD «Ojalá Pugliese» y «Sigo Aquí», que me hizo llegar mi gran Natalio Gorin.

(Carlos Varela canta el tango «Calle Butteler», que tiene letra de Ernesto Pierro y música de Saúl Alfredo Cosentino)

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Se señalan hacia 1959 las primeras reuniones en la Plaza Butteler de los cabecillas de la hinchada «cuerva». Aquel fue un año pródigo de halagos para San Lorenzo, ya que se clasificó campeón con el equipo que dirigía José María Barreiro. Fue en una de esas «asambleas» que se decidió, en futuro, que el lugar de encuentro de los hinchas, antes de cada partido a jugarse en el Gasómetro de Avenida La Plata, sería en la tribuna ubicada detrás del arco del fondo del estadio.
Esta presencia activa estalló en 1968, con una vuelta alrededor del perímetro del campo de juego, para protestar contra el posible pase de Rodolfo Fischer, el «Lobo», a River Plate, que estaba negociando el presidente Angel Colacino. A partir de allí, la ya bautizada «LA GLORIOSA BUTTELER» se transformaría en un factor de presión cada vez más importante entre los que se movían alrededor de la conducción de San Lorenzo.
El 24 de marzo de 1976 se instaló en el poder la dictadura militar cuyo presidente, Jorge Rafael Videla, tenía una idea fija: convencido como estaba de que en Buenos Aires y el suburbano existían «demasiados estadios de fútbol», ordenó al intendente, brigadier Osvaldo Cacciatore, la cancelación de uno de ellos. Y Cacciatore, fiel ejecutor de las ideas más estrambóticas, decidió la expropiación y ulterior venta del terreno donde se erigía desde comienzos de la década del 30 el Gasómetro, previo desmantelamiento de sus tribunas de madera.

(La Butteler ingresa al estadio y comienza la fiesta)

La operación, de tintes fraudulentos jamás aclarados, se tradujo en la compra del predio por parte de la cadena francesa de supermercados Carrefour a un precio (10 millones de dólares) totalmente ficticio. Cacciatore, como compensación, donó al club un terreno en la zona del Bajo Flores, donde había existido un basural y que era adyacente a uno de los sectores de peor fama del conurbano bonaerense. Se levantó allí el estadio sustitutivo bautizado con el nombre del ex presidente del club, Pedro Bidegain, con capacidad para 37.000 espectadores.
Pero la Butteler rechazó desde el comienzo esta falsa solución. Haciéndose eco de lo que pensaba y sentía («un despojo») no sólo la barriada sino la entera hinchada de San Lorenzo, que ya desbordaba ampliamente los límites geográficos inaugurales, la «Gloriosa» inició una impresionante movilización, con una recolección de firmas (uno de los primeros signatarios fue el entonces cardenal JORGE BERGOGLIO, hincha declarado del club azulgrana), volanteadas, solicitadas, protestas que culminaron en una histórica concentración del 8 de mayo de 2012 en la Plaza de Mayo bajo el lema: «Queremos el retorno a la Tierra Santa». O sea a Boedo.

(Cuando la Gloriosa Butteler movilizó a los hinchas de San Lorenzo que coparon la Plaza de Mayo)

Fue una fecha crucial, pues puso en marcha la vía legal para la impugnación de aquel prepotente acto de despojo, aprobada en el Concejo Deliberante por 50 votos contra 0. Se trató del punto de arranque de un proceso que conduciría a la erección del Nuevo Gasómetro que se encuentra en la Avenida Francisco Fernández de la Cruz, entre las Avenidas Perito Moreno y Varela, en el barrio de Nueva Pompeya y que ocupa diez cuadras a la redonda. Lleva el nombre de Pedro Bidagain.
Su construcción llevó 52 semanas, bajo la presidencia de Fernando Miele, con un costo global de 15 millones de dólares. Fue inaugurado el 16 de diciembre de 1993 y, desde 1997, se realizaron sucesivos trabajos de ampliación, remodelación, renovación de las plateas y demás, que se reanudarán una vez superada la actual pandemia. Tiene una capacidad aproximada para 52.088 espectadores.


LA GLORIOSA BUTTELER: ENTREGA Y PASIÓN

El de la «GLORIOSA BUTTELER» es uno de los casos más conmovedores de entrega, movilización y apoyo a los colores de una camiseta y a las raíces históricas que derivaron en esta adhesión pasional. Es comparable sólo con lo que hizo el Jugador Número 12 durante 10 años, entre 1943 y 1954, cuando Boca Juniors no sólo no ganó título alguno sino, inclusive, se salvó de puro milagro del descenso en 1949, el año más aciago de su historia.
A continuación subimos dos Videos con la Butteler desplegada y en plena fiesta, demostrando a pura garganta, sin desentonar, con un ballet tan frenético como contagioso, que no es una exageración considerarla como la hinchada más ocurrente e ingeniosa del fútbol argentino y, con toda probabilidad del mundo entero. Sucedió en ocasión de un superclásico barrial contra Huracán, el adversario «quemero» de toda la vida, que estaba por disputarse en el estadio Tomás Ducó. La ocasión sirvió para que diese rienda suelta a toda su fantasía e imaginación

(La Gloriosa Butteler desfila cantando «Qué te Pasa Quemero» antes de un partido contra Huracán, el adversario barrial histórico)

El segundo Video es un himno de batalla que se traduce en una cartulina espectacular de lo que es la Butteler en plena movilización. Deléitese, amigo lector, con la colorida preciosura que contagian estas imágenes. Hemos resistido a la tentación de difundirla sin audio. ¿Por qué? Muy simple, la letra comienza con una alusión a los hinchas de San Lorenzo que «están de la cabeza». Vaya y pase como ironía, ya que en el mundo de hoy abundan los despistados mentales. Pero las dos últimas estrofas son discutibles, ya que se alude a los integrantes (millares) de la barra brava que se toman «el vino puro de damajuana» y que después, «se fuman toda la marihuana»… En fin.

(La hinchada de San Lorenzo, bajo la conducción de La Gloriosa Butteler, entonando el canto de un himno de letra inadecuada)


A los «capos» de dicha barra brava, que provoca simpatía que personalmente no sé siquiera quienes son, me atrevo a pedirles: por favor, cancelen esa letra oprobiosa, casi lamentable. ¿Nadie pensó qué impresión deplorable pueden haberle causado sus dos versos finales al papa Francisco, el hincha santo número uno?
Y, volando con la imaginación en alto, se me ocurre que AZUCENA BUTTELER, que era una dama admirada en la sociedad porteña de hace un siglo por su pundonor y su refinamiento, al escucharlos en la nube que comparte con padre Lorenzo Massa debe haber vibrado de disgusto, sonrojándose mientras mira con pena la camiseta azul y roja que, de esto no hay duda, la sigue acompañando.
Siempre.

BRUNO PASSARELLI

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