Cultura

La paranoia crítica de Salvador Dalí

Sus visiones excéntricas y surrealistas, su prodigioso dominio técnico y lo que él mismo bautizó como «método paranoico crítico» convirtieron a Salvador Dalí en uno de los pintores más célebres de la historia del arte.

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28
febrero
2024

¿Tienen técnica los sueños? ¿Pueden los símbolos propios hacer temblar vidas ajenas? ¿El exceso y la obsesión pueden engendrar obras de arte? Son preguntas a las que Salvador Dalí (1904-1989) intentó dar respuesta en sus libros autobiográficos. El pintor catalán se empeñó en hacer algo que no debería hacer ningún poeta: explicar los mecanismos de los que brota su lírica. La poesía no solo habita en páginas impresas, también puede hacer nido, entre otros lugares y tiempos, en la pintura.

El «método paranoico crítico» se basa en desentrañar de manera analítica los fenómenos delirantes que acometen la psique. Saberse dueño de la alucinación, el delirio, el sueño y el caos. Desembridar las fantasías eróticas hasta que tomen cuerpo sobre un lienzo. Transgredir, no por epatar sino para liberarse. Algo así, al menos, propugnaba Salvador Dalí, fue posiblemente el artista más ambicioso que ha pisado el planeta.

A los 5 años, asegura en La vida secreta de Salvador Dalí (1942), quería ser Napoleón. Con solo 12 años ya dibujaba a la manera impresionista y, dos años más tarde, ya pintaba lienzos al estilo cubista. Una precocidad que le situó con 17 años en la afamada Residencia de Estudiantes de Madrid, donde trabó amistad con Federico García Lorca y Luis Buñuel.

El «método paranoico crítico» se basa en desentrañar de forma analítica los fenómenos de la psique

Por motivos aún turbios, Dalí fue expulsado de la institución y regresó a la casa de veraneo familiar en Cadaqués. Allí, su magnetismo provoca que tanto Lorca como Buñuel acudan a su encuentro y den rienda suelta al prodigio de la creatividad. Allí, Lorca compuso su memorable Oda a Dalí y Buñuel pergeñó, junto al pintor, el guion de Un perro andaluz.

Por aquel entonces, los pinceles de Dalí ya volaban libres de ataduras, y en 1927 viaja a París, donde conoce a Picasso, Miró y a André Breton. Este último le incluiría de inmediato en su grupo de surrealistas. También conoce al poeta Paul Éluard y, lo que es más importante, a su entonces esposa, que sería, ya para siempre, su musa y el mayor empuje para su ambición.

Elena Ivánova Diákonova, conocida como Gala, sería el motor que la poesía de Dalí reclamaba desde épocas tempranas. También el motor de su ambición, cuestión que quedó clara cuando el pintor declaró «amo a Gala más que a mi madre, más que a Picasso y más, incluso, que al dinero». El amor como interruptor de todo delirio y toda creación. Desde entonces, Dalí enardece los lienzos de manera gloriosa. Lienzos que se le aparentan blandos, como los relojes. Él, recién enamorado de Gala, recién atrincherado con ella en la Costa Azul, pinta El gran masturbador y se deja llevar por el delirio para inmortalizar la lasitud de los horarios en La persistencia del tiempo, esa memorable pintura en que pone a secar sobre unas ramas marchitas relojes que marcan el tiempo que pasa junto a su amada, como sábanas sin hora.

Ya entonces, Dalí comienza a hablar de su método infalible para prestigiar la pintura con un tropel de sensaciones límite que asustaban y fascinaban a partes iguales. El «método paranoico crítico» provoca que sus lienzos se pueblen de imágenes dobles o «escondidas» para evidenciar que la interpretación de la realidad es más complicada de lo que pueda parecer a simple vista. En Mercado de esclavos con el busto evanescente de Voltaire, Dalí compone el rostro del filósofo con dos figuras que se unen a un grupo en segundo término. Según se observe el lienzo, toman preponderancia las personas o el rostro de Voltaire.

El emparejamiento con Gala le empuja a una sobreproducción pictórica pocas veces contemplada. Es la cumbre del agasajo recibido por el grupo entero de quienes entonces se proclamaban surrealistas. Las obsesiones particulares de Dalí eran vertidas en sus cuadros impactando al espectador, y él mismo llega a proclamar: «¡El surrealismo soy yo!».

La pasión de Dalí por el dinero llevó a que Breton le apodara «Avida dolars»

Pero su egocentrismo y ambición, su pasión por el dinero y sus veleidades católicas, e incluso fascistas, llevaron a André Breton a expulsarle del grupo de los surrealistas. Antes de hacerlo reordenaría las letras del nombre del pintor para apodarle con desprecio «Avida dolars». Esto no frenó el genio de Dalí que, en 1934, junto a Gala, viaja a Nueva York para convertirse en toda una celebridad, no solo gracias a su obra pictórica, sino a las numerosas performances que regaló a un público ávido de novedad y excentricidades.

La Guerra Civil española, y la inminente Segunda Guerra Mundial, provocan en el artista una especie de huida de la realidad en que lo único que parece importarle es guarecerse en una seguridad acolchada. Antes, deja para la posteridad su Premonición de la Guerra Civil, una inquietante composición en que figuras antropomórficas parecen deshilvanarse en un futuro de hambre y miedo. Pero, de inmediato, haciendo gala del anagrama con que le bautizase Breton y tras un viaje a Italia, comienza a añadir al surrealismo de sus lienzos toda la imaginería religiosa del Renacimiento italiano para hacerlos más accesibles al público y, de esta manera, venderlos por cantidades exorbitantes. De esta época surgirían los memorables retratos de Gala figurando como María Magdalena, en múltiples versiones de un catolicismo esquizoide y extremo. En paralelo, produce objetos decorativos con su inconfundible impronta.

Continuó pintando hasta el fin de sus días, ya regresado a España, donde el régimen franquista le agasajó como a pocos artistas. Su implacable técnica pictórica continuó afilándose en una suerte de hiperrealismo del que acabaron tomando nota las generaciones venideras. Una técnica que jamás estuvo reñida con la libertad que le proporcionaba el saberse dueño de sus desvaríos y elucubraciones. Proclamó que él era el surrealismo, y hasta el mismo Freud, que renegó, en principio, del papel preponderante que le habían asignado los líderes del surrealismo, escribió, tras conocer a Dalí, que «aquel joven español, con sus espléndidos ojos de fanático y su innegable dominio técnico, me llevó a reconsiderar mi opinión».

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