el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyz
Con p de putas
1. Con P de puta (perra)
“Y aquel que dice que no vende nada,
que levante, que levante el dedo.”
Peret
“Toda chica está sentada sobre su fortuna, si al menos lo supiera”. Así
comienza Memorias de una madame americana, la autobiografía de Nell
Kimball que Helen puso en mis manos una tarde oscura para arrancarme de
las garras de la tristeza. Este era el consejo que la niña Nell escuchaba en la
infértil granja de Illinois donde se crió a mediados del siglo XIX en boca de su
amada tía Letty, aquella “vieja puta que era la única persona amable que había
conocido”. Gracias a estas palabras Nell escapó del destino que le esperaba
en el pueblo: ser apaleada, violada y preñada hasta el fin de sus días. Gracias
a la enseñanza de aquella puta retirada que atesoraba en una roída maleta
vestigios de su clandestino pasado en un burdel de San Louis, Nell sobrevivió.
Incluso fue feliz.
Nell Kimball. Ese es el nombre que nos ha llegado de ella, uno de
tantos nombres que utiliza una puta a lo largo de su vida. Regentó uno de los
salones más refinados y prósperos de Nueva Orleáns, hasta que las
autoridades clausuraran Storyville, el mítico barrio rojo, en 1917. Primero fue
prostituta, después querida, se casó y fue madre, durante décadas madame, y
más tarde mujer de negocios, pero el crack del 29 la devolvió a la ruina. Vivió
hasta los 80 años, paseándose de editorial en editorial en busca de un valiente
que se atreviera a publicar sus recuerdos. Aquellas páginas manuscritas eran
una bomba, no vieron la luz hasta 1970, treinta y seis años después de su
muerte. Todavía hoy, me temo que más que nunca hoy, la visión del mundo y
de la condición femenina que nos dejó Nell, es dinamita.
Nell Kimball no pretende salvarse, no busca redención alguna ni para
ella ni para las gentes y el mundo que conoció. No pide perdón por haber sido
puta, ni por haber sobrevivido, ni por haberse comportado a veces como una
auténtica rata. No reivindica, no idealiza, no endulza. (Esa determinación de
acero la he encontrado más veces en otras putas. En junio de 2003, una
trabajadora sexual y activista arrancaba su conferencia en el MACBA dentro de
la Maratón Posporno advirtiendo: “soy Margarita Carreras, trabajadora sexual
o prostituta, cómo queráis llamarlo me es indiferente. No me va a cambiar a mí
ni lo que pienso yo de mí misma.” Y yo no pude contener el llanto. A los pocos
meses, en la misma sala, Carla Corsó concluía: “ya soy mayor, ya no necesito
que nadie me acepte”.)
Una tarde, la jovencísima Nell –que entonces era conocida como Goldie
por su melena incendiada- y Frenchy –una prostituta italiana que apoyaba
económicamente a Garibaldi y a los presos socialistas y que soñaba con poner
bombas- observan apenadas a las chicas que escarban en las basuras de su
burdel en busca de comida. Frenchy se lamenta: “Ahí están, Goldie.
Seguramente casadas con pobretones holgazanes, preñadas cada nueve
meses y sus tetas todas secas por culpa de una docena de bastarditos con
dientes que las muerden. Apuesto a que algunas de las chicas bonitas
hubieran podido ser buenas putas, cielos”.
2. Necesito más que nada en el mundo brindar desde estas páginas
empapadas por mi deseo y por mis lágrimas un arrebatado homenaje,
reverencia, abrazo, a mis hermanas putas de todos los tiempos. A esas dos
mujeres que contemplaban hace más de cien años desde la ventana de su
condición ilegítima a las otras mujeres y padecían con ellas, y se rabiaban por
ellas, y comprendían que sus destinos de mujeres y los de ellas, estaban
marcados por la misma violencia primigenia y brutal. Mi reconocimiento como
feminista puta no remunerada a todas esas putas feministas que me han
infundido tanta fuerza.
Cristina y las señoras decentes
Un sofocante mediodía cualquiera de este pasado agosto, en el
programa matinal de TV3, se está debatiendo sobre si debe abolirse o no la
prostitución. (No deja de asustarme la vuelta de tuerca prohibicionista que ha
dado la opinión publicada en los últimos años, cuando el fin de milenio parecía
abocarnos dulcemente hacia la regulación laboral del intercambio
económico/sexual en Europa, en el peor de los casos). En el plató hay una
trabajadora sexual y otras dos mujeres cuya implicación en el asunto no
termino de comprender. A penas escucho cinco minutos de la conversación,
que no es tal. Las dos señoras no dejan hablar a Cristina, la puta invitada en el
programa. Mi enojo incrementa de tal manera el calor ambiental que decido
enmudecer la tele.
Cristina, con su leonina melena platino, un escotazo de vértigo en el
que una desearía precipitarse más que nada en el mundo y la piel perlada por
el sudor –parece ser que las señoras no transpiran- trata de explicarse. Dice
que ella tiene estudios, proviene de una familia acomodada y feliz pero que, de
entre todos los trabajos que el mercado laboral le ofrecía en tanto que mujer,
escogió el de puta. Entonces, una de las señoras –tapadita, como debe serinterrumpe a Cristina. Le reprocha que, si es así, que si no se crió en un
ambiente sórdido, desestructurado y sin horizonte, entonces ella, Cristina, a
pesar de que hace unos cuantos años que se gana la vida como trabajadora
sexual y que es activista por los derechos de su gremio, entonces ella,
Cristina, no es representativa del colectivo de prostitutas y que no puede
hablar en tanto que puta.
Cristina grita y no se deja acallar. La señora se ofende por el tono de
Cristina. ¿Pero a quien se le ha ocurrido traer a un debate sobre prostitución a
una puta? Es mucho más fácil hablar de ellas cuando no están. “Todavía sobre
nosotras casi siempre hablan las personas expertas, las que nos han
estudiado. Y hacen leyes sobre prostitución sin consultarnos a nosotras cual es
la realidad de la calle, no lo entiendo. Cuando debatieron en el Congreso el
tema, llamaron a Dolores Juliano que es doctora en sociología y ella dijo que
iba a llevarme a mí. Aquel señor contestó: ¿es necesario que venga?”, me
explicó hace años Margarita Carreras, trabajadora sexual y activista
incansable en Barcelona.
Más de lo mismo: “he encontrado más reticencia entre las mujeres que
entre los hombres para aceptarme como representativa, porque soy limpia,
hablo bien, tengo educación y modales que la gente no asocia con una
prostituta”, me contó Carla Corso, auténtica pionera en el movimiento por los
3. derechos de las trabajadoras sexuales en Italia y Europa. Las buenas mujeres,
las decentes, las señoras, las que no son putas, pueden y deben callar a las
otras, las extraviadas: de ello depende su permanencia en el estatus de
feminidad legítima. Esa batalla de la buena mujer contra la puta se libra
continuamente a escala social, pero también a escala íntima.
El problema es que el resultado de la contienda, no depende de la
virulencia con que la buena se empeñe en situarse por encima de la mala. De
sobra sabemos que cualquier mujer en demasiadas circunstancias puede ser
tachada socialmente como puta. Gail Pheterson lo explica en su
imprescindible libro El prisma de la prostitución. Con el estigma de puta y el
trato deshumanizante que este conlleva, pasa lo mismo que con la mujer del
Cesar: no sólo hay que ser, hay que parecer. Parecer una puta y ser tratada
como una puta es muy fácil en nuestro orden heteronormativizado. Es muy fácil
caer en desgraciada, sobre todo si eres pobre. Voy a citar literalmente a Gail
Pheterson:
“El estigma de puta constituye un instrumento al alcance de cualquiera
para realizar un ataque contra las mujeres a las que se considera demasiado
autónomas, ya sea en defensa propia o en propia expresión, tales como
mujeres que acusan públicamente a los hombres que las maltratan, lesbianas
reconocidas, manifestantes a favor del derecho al aborto, mujeres que se
oponen a los regímenes dictatoriales, prostitutas callejeras, mujeres que no
llevan velo, o incluso mujeres cuyos pechos o cuyos pies se consideran
demasiado grandes, es también apropiado para lanzar la sospecha sobre
viudas, esposas maltratadas, madres solteras, mujeres que viajan –o se dirigen
andando- a su casa solas, mujeres independientes que gozan de bienestar
económico, mujeres que hablan una lengua extranjera, mujeres que son
víctimas de un maltrato de orden racista y mujeres que cruzan la linea de
color”. Incluyo en la lista, por la puerta grande, a las mujeres transexuales
El problema es que cuando una mujer se aferra a su decencia frente a
una puta, suscribe el orden patriarcal que le arrebata tanto a ella como a la
puta, por ser mujeres ambas, la capacidad de autonombrarse. Cualquier mujer
tendrá que demostrar siempre que no es una puta. Como afirma Helen, nuestra
Zorra Suprema: “nunca me importó lo que pensaban los hombres, estaba
acostumbrada desde pequeña a escuchar cómo hablaban de las mujeres.
Sabía que iban a tratarme como a una puta hiciera lo que hiciera, así que por lo
menos iba a disfrutarlo”.
¿Por qué gritamos las putas?
Volvamos al plató de TV3, donde dejamos a Cristina defendiendo que,
como trabajadora sexual y como activista, puede hablar de lo que ella conoce.
¿Por un jodido momento, alguien imagina que, pongámonos, Cristina, que
además de puta no fuera madre, en un debate sobre maternidad,
desautorizase a una de las tertulianas argumentando, por ejemplo, que parió
cinco criaturas y que sin embargo, la media de hijos por madre actualmente se
cifra en 1.8 nacimientos y que por tanto ella no es representativa ni su
experiencia debe tenerse en cuenta? ¿Podemos imaginar que Cristina, que
sigue siendo prostituta, negase la voz a otra tertuliana invitada en tanto que
empresaria por la simple circunstancia de que hubiese heredado la empresa de
4. su padre y, según los barómetros manejados por Cristina, el 90% de las
mujeres que lideran negocios se han hecho a si mismas?
Ante la duda de estar prejuzgando desde la peor saña, propongo
formular la prueba del mundo al revés. Nunca falla. Cuando la oprimida pasa, a
través de un inocente intercambio de rol hipotético, a ser opresora, el
descuadre es brutal. Ahí nos damos cuenta de que Cristina llegó a ese plató
ya desautorizada de antemano, por eso sudaba y gritaba. (Yo la entiendo, a mí
me invade una nube roja de rabia cuando alguien –a veces personas muy
cercanas a mí y a las que quiero- minusvalora mi análisis sobre alguna
situación de violencia machista por haber sobrevivido al maltrato paterno.
Parece que las putas no pueden hablar de prostitución ni las mujeres
maltratadas debemos opinar sobre violencia de género. Interesante.) El cliente
de Cristina negocia con ella, la reconoce como interlocutora válida. La señora
que dice estar tan sensibilizada con la dignidad de las putas, no.
Yo no debo ser una señora, a pesar de que nunca me he sentido con la
habilidad necesaria para manejarme a mi favor en el mercado
económico/sexual con los hombres, y ya me gustaría a mí que las mujeres me
pagasen por follar con ellas. (Hace años, un grupo de amigas en Barcelona,
ideamos Mujeres Horizontales, servicios sexuales de mujeres para mujeres.
Diana Junyent Pornoterrorista había tenido algunas clientas, pero en
general, a pesar de que recibimos muchísimas peticiones por internet de
interesadas, no terminó de arrancar el proyecto. Quizá sea porque a las
mujeres nos cuesta culturalmente más pagar por sexo y, además, no solemos
nadar en la abundancia monetaria. Eso sí, a Diana se le abrasaron las yemas
de los dedos en el ordenador defendiéndose del ataque de algunas lesbianas y
feministas decentes. Pero lo seguiremos intentando, aunque sea para
incordiar.)
Insisto, yo no debo ser una señora, a pesar de que pago las facturas
decente y precariamente con mi sueldo de camarera. Pero las señoras callan a
las putas y a mí me encanta escucharlas. Creo que puedo aprender mucho de
ellas acerca de cómo funciona este mundo desde su cotidianeidad clandestina.
Quizá sea eso lo que les da tanta rabia a las mujeres de bien de las putas: que
conocen lo que sus maridos esconden. Y que sus maridos pueden ser más
amables y atentos con las putas que con ellas. De hecho, muchas putas a las
que he leído o escuchado coinciden en desmentir el maltrato sistemático de los
clientes hacia ellas. Nell Kimbal, Virginie Despentes, Verónica Arauzo,
Paula Rodríguez, Carla Corso, Margarita Carreras, Lydia Lunch,…
Un espejo donde (no) mirarse
Puta y esposa son las dos condiciones socioeconómicas reservadas
para las mujeres en el orden heteropatriarcal. (La tercera posición vital es la de
monja, como señala Gail Petherson, las únicas mujeres que no pueden ni
deben ofrecer servicios sexuales a los hombres aunque sí “trabajan gratis para
una institución masculina como es la iglesia”. Ingresar en un convento ha
supuesto una vía de escape a lo largo de los siglos para muchas mujeres que
no deseaban morir pariendo una y otra vez, aunque la salvación puede ser una
trampa. Los hombres de la iglesia siempre han tenido a sus mujeres
encerraditas. Y ellos se guardan una copia de la llave. La violación de siervas
5. de Dios por parte del clero masculino es un rumor silenciado intramuros,
aunque a veces estalla.)
“Las esposas y las putas son los prototipos respectivamente legítimo e
ilegítimo de la condición femenina común”, señala Gail. El estigma es el
mecanismo de control y segregación gracias al que la ilegitimidad de la puta es
recordada. Pero habrá que atender a más factores vitales para decidir el nivel
de satisfacción de cada mujer. Una mujer casada con un hombre tranquilo y
respetuoso tiene en principio más papeletas para ser feliz que una puta
maltratada por su chulo. Sin embargo, una trabajadora sexual autónoma vive
más tranquila que la esposa de un hombre violento. Pero el estigma de puta
predispone de tal manera las miradas que no es raro escuchar a una mujer
maltratada decir de una puta: pobrecita. Aunque precisamente el matrimonio no
sea una institución que pueda presumir de ser inmune a la violencia machista.
“La prostitución es un espejo fundamental para todas las mujeres del
mundo”, dice María Galindo en la preciosa obra que acaba de publicar desde
Argentina con Sonia Sánchez, Ninguna mujer nace para puta. Creo que ahí
está la clave de la putafobia de las mujeres decentes: no quieren mirarse en
ese espejo, se aferran a su exiguo privilegio de esclavas legítimas. Hay
algunas que están peor consideradas que yo, parecen decir las señoras al
callar a las putas. “La investigación sobre las penas e infortunios de las
prostitutas raras veces nos recuerda la miseria y la desgracia de las mujeres en
general, también en la más legítima de las relaciones, como es el matrimonio”,
recuerda Gail Pheterson.
¿Trata de blancas?
Los argumentos que su utilizan siempre contra la prostitución suelen ir
en dos sentidos que al final convergen. Uno es la inmoralidad y otro la
denuncia de la violencia contra las putas. Respecto a la inmoralidad, nadie
mejor que Vero para desarmar este ataque: “determinar que es lo que puedes
o no hacer con tu cuerpo bajo un prisma moral dictaminado por la religión en
una estructura social a la que hoy denominamos democrática no cabe”. Yo
estoy con Vero, exijo desde aquí que dejen de reproducirme las estupideces y
el odio que escupen por la boca continuamente los cuervos de la conferencia
episcopal. Y menos aún en la televisión pública. No tengo porque soportar esa
violencia. O al menos, después de escuchar a Rouco Varela, propongo que
aparezca Alaska dando su opinión sobre el mismo tema.
La otra gran punta de lanza contra la prostitución tiene que ver con las
mafias y la mal llamada trata de blancas, porque que yo sepa, precisamente lo
que expone a millones de mujeres en el mundo a ser esclavas sexuales es su
no blancura. Es innegable que existen situaciones de prostitución forzosa,
siempre han existido. Creo que no hay que ser muy lista para señalar que es el
machismo y la pobreza, aliados en pro de la subordinación de las mujeres, el
marco social que propicia esta dominación extrema. En los últimos años, con el
aumento de la emigración en Europa a causa del empobrecimiento
generalizado de amplias zonas del mundo, los burdeles y las calles se han
llenado de trabajadoras sexuales africanas, latinoamericanas, asiáticas y del
este de Europa. Las restrictivas leyes de extranjería de la vieja Europa
6. condenan a millones de emigrantes a una situación de no existencia, de
inviabilidad (aplicando a Judith Butler).
Esa no existencia, esa clandestinidad, ese régimen que niega la
humanidad a millones de humanos, les expone además a una vulnerabilidad
que permite el tráfico de mujeres y de niñas. Cuando se elevan las voces más
escandalizadas contra las mafias de explotación de mujeres, echo en falta la
denuncia de estas leyes de extranjería que las propician. El recién estrenado
Ministerio de Igualdad acaba de aprobar unas medidas para “salvar” a las sin
papeles de las garras de la esclavitud. A la prostituta que denuncie a sus
proxenetas, se le premiará tramitándole la residencia legal. Y la que no delate a
sus captores, será expulsada. ¿Alguien en ese iluminado ministerio ha tenido
en cuenta el pánico que deben tener estas mujeres a las represalias contra sus
familias en sus países de origen donde operan dichas mafias si ellas
denuncian? ¿Desde cuándo la amenaza es una forma de ayudar a los más
vulnerables?
Paso todos los días de camino al trabajo por la calle San Ramón del
Raval, por las tripas del Barrio Chino. Últimamente, no hay putas. Varias
redadas policiales contra las mafias de la prostitución han dejado las aceras
desiertas. En realidad, sigue habiendo gente apostada en las esquinas: son los
mirones y los clientes aburridos. Las putas dibujan el paisaje de estas calles
desde hace siglos, inquieta no verlas. Inquieta por dos razones: por la fuerza
de la costumbre interrumpida y por la pregunta que se hace Diego -mi amigo,
abogado experto en inmigración y vecino de la calle San Ramón-: ¿a dónde se
las han llevado?, ¿ya no están aquí pero dónde están? Supuestamente las han
liberado de las mafias y de su medio de vida pero, ¿qué ha sido de ellas?
Fan de Stella Polare
Igual que considero que serán mujeres como la activista gambiana
Mama Samateh las que consigan acabar con la ablación, pienso que si alguien
puede ayudar a las prostitutas esclavas son las trabajadoras del sexo más
concienciadas y empoderadas. Pia Covre y Carla Corso trabajaron muchos
años en una autopista italiana ofreciendo servicios sexuales y fundaron en
1983 la Comisión para los Derechos Civiles de las Prostitutas. Desde el
2000, coordinan en Trieste el proyecto Stella Polare, donde trabajan para la
inserción socio-laboral de las mujeres víctimas de las redes de explotación
sexual. Para ellas, la negación de la prostitución como trabajo y la rigidez legal
respecto a la emigración son cómplices de estas mafias. También trasmiten a
las recién llegadas sus conocimientos del oficio, lo que ellas llaman elevar su
capacidad de contratación.
Para Carla, ser una buena puta es: “mantenerse sana y aprender a
negociar a tu favor. Dar lo menos posible a cambio de lo máximo. Aquí como
en cualquier otro negocio funcionan las leyes del comercio, quien vende trata
de dar lo menos posible y quien compra trata de pagar lo menos posible. Una
prostituta muy segura de si misma tiene muchísimo poder, llamamos a los
clientes “los pollos”, porque los desplumamos. Y también debe mantener el
control de la situación para no ponerse en riesgo y para no perder la relación
de poder. Por ejemplo, si tú sientes placer durante la relación con un cliente, él
7. no se debe enterar. Porque sino no te paga. Tienes que hacerle creer que tú
también sientes placer pero que él no se de cuenta que lo sientes de verdad”.
Pia y Carla no son las únicas trabajadoras del sexo que conozco
empeñadas en defender a las prostitutas más vulnerables: hay redes de apoyo
y solidaridad entre putas en todo el mundo. Nada que ver con la imagen de dos
histéricas tirándose de los pelos en plena calle por un cliente. Aquella mañana
cuando las señoras impedían hablar a Cristina, ella trataba de explicar cómo
considera, desde su conocimiento directo del mercado del sexo, que se puede
ayudar a las mujeres que se encuentran en situaciones de peligro. No conozco
a ninguna prostituta que afirme: mi trabajo es maravilloso y no tiene ningún
inconveniente. Suelen ser muy críticas. Pero tampoco conozco a ninguna
camarera, teleoperadora, dependienta, profesora o abogada que afirme tener el
mejor oficio del mundo. Ni mujer ni hombre. Sin embargo, hay demasiado
empeño en victimizar y silenciar a las putas, y en los últimos años, más que
nunca.
Este tema me cabrea mucho, mucho. Respiro hondo. Últimamente, las
televisiones ofrecen sin tregua reportajes de investigación sobre las esclavas
sexuales. Visiones victimistas, alarmistas y claramente anti-prostitución. Otra
vez más, utilizan la preocupación por la salud de las mujeres (como ocurre con
las polémicas entorno al hijab y con la violencia de género) para reforzar los
sistemas de control. Me asusta, como decía, el resurgir de los discursos
abolicionistas de la prostitución, lo siento como un ataque hacia la libertad de
todas las mujeres. Y echo de menos voces feministas que se alcen contra este
intento de regresión. ¿Tan pronto hemos olvidado la perversa alianza entre
feministas anti-pornografía y la ultraderecha en los Estados Unidos en los
ochenta, relatada por Raquel Osborne en La construcción sexual de la
realidad, auténtica topo en aquel vergonzoso capítulo?
Puestas a prohibir…
Me muero de la risa cada vez que alguien propone prohibir la
prostitución. Supongo que, tomando como ejemplo el gran éxito que ha
supuesto en nuestras sociedades la ilegalización de algunas drogas –mercado
negro, cárceles saturadas de pequeños traficantes, miles de muertes a causa
de la inexistencia de un control de calidad, mafias, guerras, violencia,
marginación,…-, deben pensar que el comercio del sexo puede ser erradicado
de la noche a la mañana. A pesar de que mueve más dinero en el mundo que
ningún otro. “Hay algo a primera vista que no entiendo. En la prostitución se
realizan dos actividades perfectamente legitimadas en las sociedades
capitalistas: se efectúa una transacción comercial y se establece una relación
sexual mayoritariamente heterosexual y habitual entre dos personas adultas.
¿Por qué entonces recibe tanta condena?”, se preguntaba Raquel Osborne en
el periódico feminista Andra de junio de 2002.
Pero venga, va. Juguemos al monopoli social. Abolamos la prostitución.
Claro que no podemos ser tan irresponsables políticamente. No podemos dejar
una revolución tan radical en la condición femenina, en la servidumbre de las
mujeres al patriarcado, en las limitadas fuentes de ingresos de las mujeres, a
8. medias. Si abolimos la prostitución, hay que ilegalizar a la vez el matrimonio
heterosexual. ¿Alguna se atreve? Y abocadas al delirio, para evitar que
hombres y mujeres sigan emparejándose con un contrato ocasional o duradero
por la fuerza de la costumbre y el deseo, segregamos a unas y a otros en
reservas inaccesibles hasta borrar de su memoria todo rastro de género.
¿Alguna chorrada más que proponer?
Prostitución y matrimonio: menudas dos joyas nos ha reservado el orden
heteropatriarcal a las mujeres. “Por lo general las putas se casan mal, y si se
casan pobres, después de un tiempo se empiezan a preguntar por qué se lo
están dando gratis a un cretino que no les da nada más que privaciones y nada
de diversión. Normalmente empiezan a montar una clientela por las tardes, es
cuando lees sobre algún marido que dispara a una pareja en una habitación”reflexionaba Nell Kimball hace un siglo. Esa es la trampa: atacar socialmente
a las putas para que las esposas se sientan privilegiadas y traguen con todo.
Y para ilustrar, si es que todavía alguien lo duda, como prostitución y
matrimonio son hermanas siamesas, reproduzco unas líneas del apasionante
ciber-relato que nos envía por entregas nuestra amiga Verónica Arauzo:
Aventuras y desventuras de una puta trans en el extranjero. “Y entro de pleno
en las vacaciones de escuela de no sé bien que fiesta típica, que me sitúan en
un descenso importante de mis clientes, cosa que evidencia que los
matrimonios de larga duración y estabilidad familiar se basan en los desahogos
que el cabeza de familia se pega por hay para poder ser lo que en cuentas es,
el cabeza de familia”.
Jo tambè soc puta
A principios de 2005, al calor de la fascista Ordenanza por el Civismo en
Barcelona, la no menos fascista Guardia Urbana de la ciudad –este cuerpo
armado local es la policía europea más denunciada en Amnistia Internacionalextrema su acoso contra las trabajadoras sexuales de las calles del Raval. Las
detienen cuando están tomando un café o en la parada del bus de vuelta a sus
casas, las violan dentro de las furgonetas de patrulla. La impunidad es total
porque casi todas ellas son sin papeles. Las activistas de LICIT –Linea de
Investigación con Inmigrantes y Trabajadoras Sexuales- envían informes
continuamente a la directora del Institut Català de les Dones, la feminista Marta
Selva.
Pero Marta calla. Enfurecida por las noticias que me llegaban, acudí a la
sede de LICIT. Isabel Holgado me atendió amablemente, a pesar de que
estaban saturadas por el trabajo de denuncia y desesperadas por la falta de
apoyos. Isabel me dijo: “la policía está deteniendo ilegalmente y violando a
trabajadoras del sexo en esta ciudad y el Institut Català de les Dones no dice
nada, ¿qué pasa?, ¿qué las putas no son mujeres?”. De esa época es una
genial campaña de LICIT que consistía en camisetas y chapas rojas con el
grito estampado en blanco “Jo tambè soc puta” y que se repartieron
especialmente en los espacios de agitación feminista de Barcelona. Adoro esa
campaña por encima de todas las cosas.
Todavía me hierve la sangre al recordarlo. Yo no pertenezco a ese
feminismo. Al feminismo de las chicas buenas, blancas, europeas, arrogantes,
solventes y decentes. Yo estoy con las putas, no con las que quieren salvarlas
9. y son cómplices silenciosas de su acorralamiento policial y social. Y antes de
que me estalle la vena del cuello, voy a recordar a Gladdy, una puta feminista.
Nell Kimball, la que fuera su jefa en un burdel de Nueva Orleáns a principios
del siglo XX, la describe así en su maravilloso autorelato Memorias de una
madame americana: “Tuve una puta llamada Gladdy que era partidaria de los
derechos de las mujeres. Marchaba en los desfiles de Filadelfia y de Nueva
York cuando había marchas a favor del voto femenino y se ponían alfileres en
los caballos de los policías y se hablaba sobre ser iguales a cualquier hombre.
Gladdy era una puta muy buena”.
Ahora, cada vez que escucho a una feminista anti-prostitución hablar
con ese tonito de superioridad maternal, victimizante y despectivo sobre las
putas, me río por dentro. ¡Nena, a lo mejor tienes que agradecer muchos
derechos ganados como mujer a un buen puñado de putas que salieron a la
calle a jugarse la vida antes de que tú nacieras! Siempre he sentido el pálpito
de Gladdy en mis venas, aunque hasta hace muy poco no supe de ella. Como
Gioconda Belli bebió la sangre de una guerrera maya en un zumo de naranja
en La mujer habitada y devino sandinista. Siento correr la alegría y la rabia de
todas las putas que nunca se doblegaron en mis arterias.
Las putas, nuestros fantasmas
Sinceramente, creo que el feminismo ha patinado con la prostitución. Es
una cuenta pendiente. Y en la vida de cualquiera -más aún en la del
movimiento político más liberador que haya existido jamás, al menos ante mis
ojos- hay que tener cuentas pendientes. Sino estás muerta. Pero ya va siendo
hora de que el feminismo se confronte con su mayor fantasma infantil: las
putas. (Y digo infantil siendo benévola, en realidad hay una cúpula feminista
blanca, liberal, puritana e institucional que no tiene nada de inocente y que
cada día me pone los pelos más de punta). Suscribo plenamente estas
palabras de Raquel Osborne: “el movimiento no fue capaz de aplicar su
certero análisis del mundo del trabajo a la situación de las prostitutas”.
El feminismo destapó todas las mentiras patriarcales, redefinió el trabajo
al poner sobre la mesa la responsabilidad de cuidado y mantenimiento de la
vida que recae gratuitamente sobre las mujeres, reveló la falacia de la
independencia masculina, desmanteló la naturalidad del género, denunció la
violencia, destripó la familia tradicional. Pero no ha sido capaz, salvo en
contadas y lúcidas ocasiones, de situar a las mujeres y a los hombres frente al
espejo de la prostitución. Ni de hacer suyo el potencial subversivo que supone
redefinir lo que significa ser mujer a través de la imagen de la puta. A pesar de
que los relatos de algunas prostitutas que han ido cayendo felizmente en mis
manos (Memorias de una madame americana de Nell Kimball, Retrato de
intensos colores de Carla Corso, Teoría King Kong de Virginie Despentes,
Paradoxia de Lydia Lunch) son los tratados feministas más explosivos que
jamás se hayan escrito.
Ya se lo decía la tía Letty a la pequeña Nell: toda chica está sentada
sobre su fortuna. Esta sexualización limitadora y extrema de nuestro cuerpo no
la hemos implantado nosotras, como ninguna otra cosa en este jodido planeta.
10. Nacemos en un mundo establecido y terminamos aceptando la mayor parte de
sus normas y trasgrediendo otras, eso es común a cualquier individuo. “Todas
las mujeres tenemos algo que los hombres harían cualquier cosa por
conseguir. Y están dispuestos a pagar muchísimo por ello. Si tú eres capaz de
manejar bien, tienes un poder de contratación altísimo. No sólo en el caso de la
prostitución, los hombres siempre pagan, o en el matrimonio o en las relaciones
de pareja. Lo que le molesta a la sociedad de la prostituta no es que vaya con
muchos hombres, sino que le haya puesto un precio a lo que siempre se hizo
gratis” –me dijo una mañana la clarividente Carla Corso.
La bella y brutal Lydia Lunch habla así de la época en que descubrió
cómo podía gestionar a su favor la irrefrenable atracción que sentían los
hombres hacia su entrepierna tras una infancia de abusos sexuales: “Estaba
fascinada con el poder que tenía un coño, la manera en que los hombres se
sentían atraídos por sus misterios, como si buscaran oro en tierra extraña. Una
dulce flor de maldad, un instrumento de tortura y éxtasis. Un delicado capullo,
fuente de engaño. (…) Follar por pasta era para mí la quintaesencia de la
libertad”.
“Tardé años en aprender la profesión pero a los diecisiete ya sabía lo
que era ser una buena puta y empecé a ganar muchísimo dinero. Pasé de una
chavola a vivir en el mejor barrio de Buenos Aires. Todo esto con la
construcción de mi identidad mujer, que era la herramienta que yo tenía para
sobrevivir. Cuando tenía veinte años, las compañeras de mi zona de trabajo
cansadas de que la policía las reprimiese, decidieron organizarse. A la primera
reunión fueron unas trescientas trabajadoras del sexo, para mí fue una
sorpresa increíble. Así comenzó mi activismo” –me contó Paula, que ahora
tiene treinta y seis y es una guerrera puta feminista queer okupa incansable.
Desde que conozco a Vero, la he visto trabajar como camarera muchas
veces. Manda en una barra mejor que nadie y prepara cócteles exquisitos.
Pero gana en una semana lo que una noche de luna llena en el campo del
Barça y se siente más libre cuando ella decide sus horarios laborales. Tiene
muchas dudas respecto a cual será su futuro y no quiere ser eternamente
precaria, igual que yo. Esta es su declaración de principios. “A veces me defino
como trabajadora sexual anarquista capitalista, anarquista por destrucción de
estructura y capitalista por comprensión de que, señoras y señores, mientras el
sistema esté así de opresivo, hay mucha pasta con la minifalda. Y si para
colmo resulta que entre las patas tienes una polla, también se gana. Igual
tienes menos cantidad pero más caro.”
Un burdel okupado en las Azores
La segregación entre chicas buenas y chicas malas es imprescindible
para que todas las mujeres sirvamos al patriarcado. Vamos listas si nos
creemos ese cuento. La colonización del cuerpo de la puta por parte de la
señora (y de la feminista) es uno de los mecanismos más perversos a través
del cual el orden heteropatriarcal domina el cuerpo de todas las mujeres. La
putafobia es otra cara de la misoginia. He escuchado a mujeres
extremadamente cultas e inteligentes argumentar las mayores estupideces
sobre la prostitución, siempre en contra, claro.
11. Creo que, como decía María Galindo, si todas las mujeres nos
atreviéramos a mirar nuestra estampa en el espejo de la prostitución, nos
ayudaría mucho a entender qué significa socialmente ser mujer y dónde está el
enemigo. A veces está dentro, muy adentro, agazapado entre miedos y
prejuicios. Vero declara: “No son las amas de casa las que van a buscar las
putas a la calle porque se han quedado cachondas e insatisfechas con el polvo
del marido, son ellos quienes vienen a buscarnos. Porque durante mucho
tiempo el control económico ha estado bajo la tutela del hombre que lleva el
dinero a casa para la mujer y los hijos y el hombre decide qué coño hacer con
el dinero que gana. Si el sector femenino pudiera hablar cara a cara sin tabúes
ni tantas gilipolleces con el sector masculino, se comprenderían muchas cosas.
Hablar cara a cara en vez de escupirnos.”
Hay un capítulo que Alf recuerda de su infancia en las Azores que me
reconforta tras haber escupido mi leche más agria. “En mi barrio había un piso
donde vivían prostitutas y cuando el propietario se enteró, las echó a la calle.
Ellas vinieron llorando a ver a mi madre, Josefa. Ella tenía las llaves de la casa
de una señora que se había ido emigrada a Estados Unidos hace cuarenta
años, una amiga suya. Esta casa estaba vacía y mi madre les dio las llaves a
las prostitutas, que por supuesto montaron un burdel. Yo tenía doce años o así
y me acuerdo bien de la historia. Esto provocó un conflicto con el resto de
mujeres del barrio y la propietaria de la casa acabó enterándose y se enfadó
muchísimo. Alguna cotilla se había encargado de avisarle de que su casa
estaba ocupada por unas prostitutas. Pero mi madre era muy firme en su
pensamiento. Decía: son personas, necesitan una casa y hay una casa que
está vacía hace cuarenta años”. Adoro saber que esas redes de apoyo entre
mujeres –decentes y putas- han existido siempre, aunque a penas dejasen
huella.
La mala fama cuesta
El estigma de puta afecta a todas las mujeres, lo queramos o no. Por
eso necesitaba vincular el género perra al trabajo sexual. De todas mis perras a
las que entrevisté, solo dos han recibido dinero a cambio de sexo. No es casual
que sean las dos transexuales de mi muestrario de perras, Paula y Vero.
Aunque cada una de ellas tenga una trayectoria y unas luchas distintas
respecto al trabajo sexual. Casi todas nosotras hemos producido nuestro propio
porno desviado, o como Annie Sprinkle lo bautizara en 1991, nuestro
posporno. Muchas hemos intentado varias veces dar el salto a la prostitución –
especialmente como dóminas en el mercado sm o buscando clientas mujeres-,
aunque, como confesaba hace unas páginas, sin demasiado éxito. ¿Quién dijo
que era fácil ser puta? “Mi única decepción a nivel puta es no haber cobrado”,
dice Helen.
Pero ser puta no significa socialmente sólo dedicarse a un determinado
trabajo, ser puta marca la relación de servidumbre sexual de las mujeres hacia
los hombres en nuestro imaginario colectivo. Las mujeres somos putas y los
hombres hijos de puta cuando alguien quiere insultarnos. Por eso es tan
trasgresor, tan irreverente, tan liberador, reapropiarse del simbólico puta. Puta
porque yo lo digo. Como cantaba la rapera Ari: soy puta, puta como la vida
misma. En el caso de nuestra manada de perras es, además, algo inevitable.
12. Porque cuando te gusta airear los muslos y ceñirte el cuerpo y reír alto y no
callar lo que piensas y emborracharte cualquier día y no mantener compostura
alguna y mostrar tu calentura y regresar sola a casa bien entrada la noche,
eres una puta. Aunque tu medio de vida no sea el sexo.
El cuerpo de las mujeres (de las maricas, de las transgénero, de las
emigradas, de todas y todos las que nacimos o devenimos sirvientas del orden
patriarcal-capitalista) es un cuerpo sexualizado, es el cuerpo disponible y
penetrable de la puta, como recuerda Beatriz Preciado en su iluminado Testo
Yonqui. Sólo hay que contar la cantidad de agresiones sexuales por las que
transita una mujer cualquiera a lo largo de su vida. Todas las respuestas a esa
continua y devastadora violencia son legítimas. Nuestra respuesta de perras
es: vale, mi cuerpo es el de una puta, mira cómo gozo, mira cómo me corro,
mira cómo restrego mi cuerpo de puta con quien quiero, cuando quiero, donde
quiero.
Hace más de un año, traté de colgar en el blog de ex_dones un video
que había grabado con Majo y Elena-Urko de post_op al que llamamos como
la canción que nos inspiró: Siempre que vuelves a casa. Maruja despeinada
alcohólica –yo- prepara la comida a su garrulo –Elena- que vuelve de trabajar
con el casco todavía en la cabeza y ganas de follarse a su mujercita en la
cocina. Todo empieza como una típica escena de porno hetero hasta que la
maruja, desnuda a su hambriento marido, lo pone culo en pompa y le introduce
un pepino (presuntamente). Nos apetecía dar la vuelta a los roles, trasgredir,
jugar, pero nos sorprendió gratamente que varias amigas se excitaran al verlo.
Ese es el posporno que buscamos producir desde hace años: político y
húmedo.
Así que traté de colgar el video en mi blog pero You tube lo retiró en
pocas horas. Me ofende y me cabrea sobremanera que veten un video donde
dos personas adultas juegan y se dan placer y sin embargo, adolescentes
acosados en sus institutos –casi siempre la marica o la bollo de la clasetengan que pelear para que las humillantes grabaciones donde son agredidas
desaparezcan de la red. Incluso son emitidas en los telediarios con la excusa
de concienciar contra la violencia en las aulas. Me parece aberrante que en
horario infantil no permitan exhibir cuerpos pornográficos pero invadan nuestras
casas con cuerpos sufrientes indefensos. Me insulta el criterio normalizado
acerca de lo obsceno.
Hace unos días, una trabajadora sexual africana era brutalmente
agredida por un desconocido. Otras mujeres que pasaban por allí la socorrieron
y, de pronto, aparecen unas cámaras de televisión. Era de noche, la chica tenía
la cara ensangrentada por los cortes de navaja y permanecía inmóvil en el
suelo sobre una camilla antes de ser transportada a la ambulancia. Sus ojos
brillaban aterrorizados bajo la despiadada luz de la cámara. Las imágenes
fueron emitidas en los informativos. ¿Cómo se atreven a violar la extrema
vulnerabilidad de una mujer que acaba de ser asaltada, de enfocar su
desfigurado rostro? Me pregunto si hubieran sido tan desaprensivos si ella no
fuera negra, ni puta, ni pobre. Aunque, me temo, cada vez van más allá de sus
vastos límites.
Imposible olvidar la espantosa cobertura mediática que se ha hecho este
mes de agosto del accidente de avión en Barajas. Cuerpos que no quieren
estar ahí, ni en la pista de despegue del aeropuerto, ni en las salas de espera
de los hospitales, ni en la pantalla de ningún receptor doméstico, ni en la retina
13. de nadie. Sin embargo, está socialmente convenido que somos nosotras las
obscenas. Las perras, las que exponemos decididamente nuestros cuerpos, las
putas, las actrices porno. Y por eso se veta la exposición voluntaria de nuestros
cuerpos y se nos manda callar, incluso cuando hablan de nosotras.