Publicado en: 29/11/2023 Nancy Botta Comentarios: 0

Argentina, noviembre del 2023

Estimado Haruki Murakami

Escribir esta carta, significó alterar, no sin esfuerzo, la costumbre de limitarme a resaltar lo enriquecedor de los textos. Después de haber leído After Dark, no pude, o no quise, omitir una faceta del mismo que me contrarió bastante. Cuestión esta, personal y probablemente atrevida, o insolente, considerando el elevado punto alcanzado por tu figura como autor, en la literatura postmoderna.

Comienzo entonces, por reconocer la calidad indiscutible de tu estilo narrativo, el cual me embelesó, como a uno más de tus muchos lectores. Desde el comienzo me deleitaron tus subyugantes párrafos, pero a medida que avanzaba en la lectura, surgió y fue creciendo en mí, una insatisfacción que se arraigó con firmeza al terminar el recorrido. Me interrogué por ella, sabiendo que al dar con el motivo de mi desconformidad, y explicitarlo, no expondría verdad alguna, sólo manifestaría el punto en que, mi criterio, escapa al beneplácito convencional.

Por ello, te pido disculpas, no por mi sentimiento -¿cómo disculparse por lo inevitable, o no elegido?-, sino por la osadía de que se publicara.

Creo que me perturbó el contraste entre la notable capacidad de redacción, que torna una noche envuelta en tinieblas y aletargada en una atrapante y bella descripción, y la abstinencia de ahondar en el padecer de quienes la atraviesan.

Las causas y consecuencias que devienen destino común en quienes transponen sus adversidades son omitidas o mencionadas con naturalidad

Considero honesto, al respecto, señalar que fuimos advertidos desde las primeras frases, de este culto a la imagen, propio de una generación fascinada o sometida a ella. Me deslicé plácidamente por las páginas de tu texto, sin conmoción o sobresalto. También sin alcanzar  valores conmemorativos de la construcción de identidad social con estas características. Y es notorio que no se trata de recursos literarios, ya que das pruebas de que contás copiosamente con ellos, acaso escatimados, si se trata de testimoniar el drama existencial humano que gira en torno de la cultura omnivoyer, común a las ciudades occidentalizadas. Con ese predominio de la imagen sobre el decir, de la descripción sobre el mensaje, mi preocupación ante esto es “Si se impone el deleite de ver y la curiosidad a la observación empática y reflexiva de la existencia, ¿qué será del lenguaje como instrumento de transformación sociocultural?”

Creo, Haruki, que fui muy lejos con mis expectativas, pero inevitablemente insiste en mí cierta disolución entre lo grave y lo nimio, entre lo dramático y lo frívolo. Es posible que me irritara tu capacidad de implicarme en una observación pasiva y distante. Es posible que no fuera mi momento adecuado para una lectura con ese enfoque; te comento que, en mi Patria, la cuestión del darse cuenta de lo mucho que la existencia del otro nos concierne está a punto de definir nuestro futuro con contundencia.

En tanto, a través de tu libro, me ofrecés un agradable momento, que proporciona el recorrido, con un plus melódico, por la noche de Tokio transmitiendo tu vivencia urbana nocturna y su oscuridad, bellamente revestida. Aún en las ocasiones que, acortando la distancia,  tomamos contacto con la vida de sus protagonistas, nos guías, para que, manteniendo la forma y compostura, no metamos los pies en el barro.

Algo similar sentí al sumergirme en ese fondo marino, en el que convertís a la ciudad con una de tus magníficas alegorías. Profundidad oceánica, plena de fría belleza y sonidos propios, capaz de ahogar todo clamor y apagar calor alguno.

Sin embargo, apuesto a un mensaje cifrado -en sucesos tales como la alienación en la imagen y la belleza de Eri, entre otros-, expresado en un estilo tan circunspecto, que su transmisión corre el  riesgo de permanecer codificada por  la armonía y escrupulosidad.

Tal vez resulte obvio que esta carta es producto de una lectura con tintes de fervorosa sangre latina, aunque auspiciosa de discernir y hacer lugar a las diferencias, y respetarlas. Más aún, cuando, como en tu caso, lo amerita la cultura milenaria de tu origen y ascendencia. Cultura  distinguida por el tradicional respeto por las normas y el apego a las reglas que la constituyen.

La contención de las expresiones emocionales y el protocolar respeto por el orden que la caracterizan, trascienden generaciones.

Si bien cada escritor, nos habla desde su soledad – y a veces aislamiento-, el estilo de cada cual suele llevar la impronta de una memoria ancestral, plagada de historia, portadora de huellas, marcando el modo de percibir, vivenciar y relatar.

La lengua española, abundante en adjetivaciones y magníficas expresiones, nos habilita a una modalidad embriagadora y elocuente, idónea para manifestar nuestra manera, diametralmente opuesta,  de experimentar  la vida y el devenir sin sentido que  parece sumir  nuestro mundo.

El capítulo que quiero rescatar es aquel en que el lenguaje es revalorizado, donde se destaca la palabra dirigida a alguien capaz de escuchar, último reducto humanizante, cuya pérdida nos deja ateridos y absolutamente indefensos, como se encontraba Guo Donli, la prostituta de diecinueve años, cuyo idioma era desconocido por quienes trataban de auxiliarla.

Me despido con cortesía, anhelando, aún, que nos hubieras prodigado en ese tan difundido libro la vehemencia que, aunque contenida, habita en la esencia del pueblo japonés.

 

 

Autora:
Nancy Botta

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