Isabel Guerra - Monja cisterciense y pintora - Apuntes sobre el cuadro «Inmaculada» 150 aniversario
Hipótesis sobre María
Vittorio Messori
        Cuando hace algo más de un año la Conferencia Episcopal, por medio de su Secretario General, P. Martínez Camino, me encargó la realización de una Inmaculada como cuadro conmemorativo del 150 aniversario de la Proclamación del Dogma, me enfrenté a uno de los retos más importantes de mi vida en el ejercicio de la pintura; de los más importantes y también, posiblemente, el más difícil.

        Como no me considero, porque no lo soy, pintora de «asuntos religiosos», sentí un vértigo especial a la hora de aceptar. Algún tiempo después, el cardenal Rouco me dijo personalmente:

        «¿Verdad que nos va a pintar la Inmaculada? ». Le contesté: «¡Cómo voy a decirles que no!». Y es que así era: «¿Cómo iba a decir que no?».

        Acepté el reto y con un agradecimiento profundo ya que se trataba de un privilegio realizar esa obra para tal acontecimiento.

La Inmaculada, en la pintura

        Comencé a meterme en el tema contemplando las más importantes «Inmaculadas» de la Historia de la Pintura, fundamentalmente española. Hay piezas extraordinarias de los maestros más grandes entre los grandes que supieron hablar a los hombres de su tiempo de la Mujer concebida sin pecado original, la Mujer pura en cuyo seno se encarnaría el Verbo de Dios.

        Ellos emplearon el lenguaje iconográfico de la época en que trabajaron, informado por el entorno social y religioso de su momento. Estas obras se han convertido en clásicas porque al lograr plenamente su objetivo superan de forma señera el paso del tiempo. Naturalmente, enseguida tuve claro que no se trataba del ingenuo intento de seguir sus huellas.

        Tenía ante mí, pues, la cuestión fundamental para este asunto: ¿Cómo hablar al mundo de hoy de la Madre Inmaculada, de la belleza sustancial de la Mujer pura, belleza que nace en Ella y con Ella desde el momento de su concepción, en el que el Creador la preservó de toda mancha, de todo aquello que no fuera belleza emanada de su ser Belleza infinita? Sí, porque vivimos una sociedad cansada de abundancia de bienes, abrumada por la herencia enormemente rica del mundo del arte. Una sociedad que, no atreviéndose a alcanzar metas más altas, busca novedad en la cultura de la distorsión, de lo feo y degradado, que se incapacita para seguir creando belleza emanada de la Luz que, sin embargo, sigue presente entre nosotros. Existen también los que hambrean esa Luz y saben descubrir y agradecer que se les ofrezca al menos alguna irradiación de ella con el lenguaje actual del arte.

Una imagen para todos

        Se imponía la necesidad de hacer una obra figurativa, de lectura fácil y rápida, por encima de la posibilidad, siempre tentadora, de hacer pintura exclusivamente para una élite de iniciados. Una imagen que resistiera la mirada entendida y al mismo tiempo despertara la veneración a María Inmaculada.

        En definitiva, una imagen ante la que se pudiera orar. Tomé como modelo una joven con todas las características propias de los quince años de nuestro 2005. Una joven con la que nuestro «mundo joven» pudiera identificarse. Alguien a quien se pudiera ver como el ideal en este momento preciso de la Historia. Una joven que invitara a tomar como modelo la figura de la Toda Pura. Que acercara la trascendencia a nuestras vidas cotidianas. Porque cotidiana fue la vida de María en su entorno humilde y sencillo, y nunca ha habido en la tierra tal grado de belleza, gracia y fortaleza como en el hogar de Nazaret, carente de grandilocuencias y pleno de profunda vida en los valores del espíritu.

        Decidí utilizar el menor número de símbolos posible. Unicamente los imprescindibles para una representación de la Inmaculada: la luna, un tanto informal, bajo sus pies; y la estrella.

        La figura bañada del sol y sobre todo una mirada absorta en la otra Realidad, ésa a la que el cristiano está llamado a aspirar porque es mucho más real que la que percibe con los ojos. Una imagen, sí, que en su conjunto convide a aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Pero no despreciando esos bienes de la tierra, sino elevándolos en esa aspiración a un destino de gloria, de eternidad.

        Ojalá que, al menos en mínima parte, pueda conseguir alguno de estos objetivos a través de este trabajo que ahora forma parte de esa gran exposición «Inmaculada» que puede visitarse en la Catedral de la Almudena de Madrid. Allí, para mi sonrojo total, pueden contemplarse Inmaculadas del Greco, de Murillo, de Zurbarán, de Alonso Cano... Ellas tienen la fuerza de seguir hablando a los hombres y mujeres de hoy de las maravillas que Dios ha hecho en María.