El olvido de ser Sesostris Vitullo/Por Jorge Castañeda

Valcheta.- (APP) Hace ya sesenta años que moría en Paris, de hambre, de olvido y de miseria, ante la indiferencia del mundo, el gran escultor argentino Sesostris Vitullo.

¿Quién era este hijo de inmigrantes italianos, el primero de catorce hermanos, que abrió los ojos a la vida en el porteño barrio del Abasto?

Ante su deceso, su mujer Marie, escribiéndole a Ignacio Pirovano le dice que murió “por causa de su estómago contraído, la decepción sufrida por el desinterés y frialdad de sus contemporáneos y por el mal de Cilicoce”.

Algunos pocos artículos –hoy casi inhallables- se han referido a este artista y a su obra de esculturas en piedra.  Hoy, Sesostris es otro de los grandes olvidados de la cultura nacional.

La autobiografía de Vitullo glosa que “Adolescente, frecuentaba los talleres de las corporaciones de arquitectos, escultores, carpinteros y cerrajeros venidos a la Argentina para construir los bastimentos y fachadas de las casas al estilo francés. Yo me enteré no mal a través de ellos del gran tema del arte, la vida de los atelieres de París, sus opiniones sobre escultores como Rude, Carpeaux, Rodín: todas estas inquietudes se agrandaron en mí hasta que sentí el deseo de tallar, de esculpir la dura materia que más resistía al esfuerzo del hombre, llegando a desasosegarme”.

Orlando Pierri deja un verdadero retrato de Sesostris en París: “Unos golpes imperiosos llamaron a la puerta de mi atelier en Montparnase. Di paso a un hombre muy apuesto y bien vestido, que me hablaba en francés. Al pronto descubrí en su acento que era argentino; me quería conocer y se presentó como Sesostris Vitullo. La visita se prolongó hasta bien entrada la noche. Compartió lo poco que con mi mujer podíamos ofrecer: una taza de té, y algunas galletas. Fuimos caminando hacia su taller. Sus obras estaban tapadas por lienzos y cada una de ellas, al descubrirla, nos ponía en contacto con la obra de un genio. Aquel taller era un templo aunque su oficiante comía raíces y, en los mejores días, algo de polenta. Recién cuando las emociones lograron calmarse en mí, distinguí que su ropa estaba constituida por un zurcido total, pero impecable en cuanto a aseo y planchado. Más tarde, yo mismo encargaba a mis amigos que viajaban a París, llevarle ropas, calzado y la yerba mate de la que Vitullo no podía prescindir. Por ese entonces los paquetes de yerba incluían dos círculos de madera como embalaje y más de un tondo de Vitullo está tallado de ese material. También usaba la tirantería de las demoliciones y hasta llegó a desguazar la mesa de cocina, la única, del austero mobiliario que su familia tenía”.

El escritor Abel Posse, diplomático a la sazón por aquellos años en la embajada argentina en Paris, hace mención en su última novela “El lobo” sobre las peripecias de Vitullo y la miseria en que vivía, a pesar de ser uno de los grandes escultores argentinos.

Sin embargo es a Orlando Barone a quién debemos un excelente texto sobre las peripecias de una de sus esculturas más famosas, publicado en la revista CRISIS Nº 2, en Junio de 1973.

“En 1950 Salvador María del Carril, por entonces encargado de negocios de la Argentina con Francia, consultó con Horacio Pirovano la posibilidad de encargarle a Sesostris Vitullo un monumento a Eva Perón. Según el consejo de Pirovano no había argentino más capaz para la tarea”

“Al recibir el pedido Vitullo comprendió que no podía afrontar el trabajo sin conocer algo más de Eva Perón. Le pidió, pues, a su amigo Pirovano que le informe sobre Evita. Luego de cambiar varias cartas Vitullo creyó conocer lo necesario para intentar la obra”.

“He comprendido todo. Eva Perón Arquetipo Símbolo. Libertadora de las razas oprimidas de América. La veo como un mascarón de proa rodeada de laureles. Este párrafo de una carta que Vitullo envió a Pirovano sintetiza lo que habría de ser su criterio frente al monumento”.

“La obra fue terminada en 1952. Es piedra. Dos caras rodeadas de laureles: un perfil es Evita y el otro perfil indio. No hay regodeos, ni complacencias, ni demagogias. El artista resume en estos trazos severos y bellísimos lo que había comprendido sobre Eva Perón, y por eso su obra se llama “Arquetipo Símbolo”.

“En ese año de 1952 Vitullo obtuvo un triunfo que solo consiguieron muy pocos artistas en el mundo: una exposición de sus obras en el Museo de Arte Moderno de París. En el catálogo figura “Arquetipo  Símbolo”. Antes de llevarlo a la sala de exposición donde habría de exhibirse al público francés, el artista quiso hacer conocer su trabajo en la embajada argentina que auspiciaba la muestra. Personalmente eligió el lugar que instalaran el monumento a Evita, controló la luz, revisó los detalles. Su última obra”.

“Las autoridades diplomáticas ven el monumento, no hay comentarios. Una extraña frialdad sorprende al artista. Pocos días después la piedra es retirada del lugar elegido por Vitullo. Es trasladada a un sótano”.

“La exposición se clausuró sin que Vitullo consiguiera que la embajada remita al Museo el trabajo titulado “Arquetipo Símbolo”. Nunca lo recuperó”.

Sesostris Vitullo, uno de nuestros grandes escultores que soportó la desidia y el abandono de sus contemporáneos murió pobre y olvidado un día del mes de mayo de 1953. Como otros tantos argentinos ilustres.